Petro ante Trump
El presidente de Colombia debe mostrarle al mandatario entrante de EE UU que la migración no es un capricho, sino el fruto de años de desigualdad, desplazamiento y falta de oportunidades
Tal vez haya la posibilidad de abrir un camino de razonable entendimiento entre Colombia y los Estados Unidos, ahora que estamos ad portas del regreso de Donald Trump. Es más, tal vez lo mejor sería no decirle nada a Biden y que el presidente y su ministro de Exteriores inicien ya mismo una ofensiva concerniente en darle mucha, muchísima visibilidad al narcotráfico, las bandas criminales y los grupos que aquí y allá se dedican al lucrativo negocio ilegal de comercialización y venta de estupefacientes.
Presidente y ministro deben mostrarle a Trump que la inmigración no es algo que se dé por generación espontánea con unos latinos caprichosos que ansían llegar a hacer mercado en una gran cadena estadounidense, sino que es el fruto de años y años de desigualdad, desplazamiento, falta de oportunidades y, lo más importante, narcotraficantes.
Lo que Petro y Murillo deberían hacer es explicarle al nuevo presidente que su reto de torcerle el cuello a la inmigración transfronteriza, pasa por mirar más hacia el vasto territorio latinoamericano y que es allí donde debería concentrar sus esfuerzos.
La pregunta que hay que sembrar en la cabeza de Trump es: ¿cómo hacer que el fenómeno que impulsa la inmigración ilegal sea comprendido como un problema que va más allá de las adicciones? Porque esa es la realidad. Si hay mafias y narcotráfico es porque un grupo de humanos descubrió el potencial enriquecedor que subyace en los contratos que Naciones Unidas desarrolla en Colombia, aunque en muchas ocasiones su impacto resulte casi idéntico al nulo.
Pero no nos vamos a distraer en opiniones de expertos, la clave está en que el Gobierno de Colombia, y ojalá en coro con varios de la región, logre demostrar lo que es apenas evidente: si hay desplazamiento y si hay falta de seguridad es porque el país le ha fallado a cientos de miles de sus habitantes. Y estos prefieren huir hacia estados que permiten un aterrizaje forzoso, pero digno para el inmigrante.
Es cuestión de mirar las cifras para darse cuenta que los últimos años de hipermigración se traslapan perfectamente con un tiempo en que los narcos se dedicaron a amenazar campesinos, a apoderarse de pequeñas ciudades, a poner en el blanco a los líderes sociales. Todo podría cambiar con una política enfocada hacia esos países que desde su primer gobierno fueron vistos como vecinos indeseables.
Tal vez haya posibilidad de construir una nueva relación con el nuevo presidente de los Estados Unidos. Pero hay que ser más inteligentes y menos sabihondos. Hay que apostar por el pragmatismo, antes que por el fanatismo. Ojalá Petro y Murillo lo entiendan porque este no es un momento fácil para el país.
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