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COPA AMÉRICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No todo parece lunes

También fue la Copa América de Colombia, por buen juego, por valentía, por temperamento

Copa America 2024
Luis Díaz luego de recoger su medalla de plata por el segundo lugar de Colombia en la Copa América.Agustin Marcarian (Reuters)

La derrota no implica retroceso y esa es la lección más importante que se puede sacar de esta Copa América que se perdió por muy poco y que deja mascullando rabia por haberla tenido tan cerca. Y más allá del resultado en contra, hay que apelar al título de esta columna porque hoy no todo va a tener ese cariz de lunes, tan desolador, tan vacío. Es que esta formación que enfrentó a los argentinos, actuales campeones del mundo y defensores reinantes de la Copa América, volvió a unir al país en torno a un activo nacional que se refundió hace más bien poco porque si en algo falló la relación nación-fútbol fue en el amor durante el pasado reciente.

Primero, tras la ida de José Pékerman y el arribo de Carlos Queiroz –único entrenador en la historia del fútbol que jugando con el Real Madrid de los “Galácticos” fue cuarto en la Liga de España– se firmaron capitulaciones, por cuenta de la extrema desconfianza que se pudo confirmar con el 0-3 frente a Uruguay y el 6-1 en contra frente a Ecuador. Y con ese trauma tan reciente, la frescura para jugar se guardó en el cuarto de Sanalejo. Reinaldo Rueda, con el que parecía que habría una reconciliación, dejó estragos por doquier y una conclusión más que predecible: el divorcio conflictivo entre afición y jugadores, por esa flaqueza anímica que condenó a Colombia a ver el Mundial por TV.

Por eso no todo parece lunes: la nueva administración de Néstor Lorenzo –rudo defensor en tiempos de futbolista, sabio estratega desde el banquillo y gran administrador de egos en el camerino– empezó primero dándole el lugar a los “históricos” del seleccionado y llevándolos a jugar en contextos que fueran favorables para ellos. James Rodríguez de nuevo se desenvolvió como en aquellos tiempos en los que el Real Madrid lo fichó y fue el rendimiento más destacado del país en la Copa que deja un subtítulo, posición en la tabla que, hasta hace poco, parecía utópica.

Se dio a la tarea de recuperar almas en pena vestidas de amarillo, azul y rojo, porque la refacción no solamente cubrió a James Rodríguez: Dávinson Sánchez, reiterado protagonista de extraños bloopers en la tricolor, recuperó la confianza; Daniel Muñoz, antes con altibajos y sobrecargas de perjudicial entusiasmo, se transformó en una alternativa determinante para defender y atacar por la banda. Jefferson Lerma, que en ciclos pasados no sabía si era 5 u 8, en este proceso es 5, porque corta juego y machaca pierna, pero también es 8 y aporta en ofensiva. Sumado a esto, agregó sangre nueva: John Lucumí, figura del Bologna, inamovible en la Copa y que se quedó fuera por lesión; Richard Ríos, el volante del Palmeiras que en sus ratos libres es involuntario “sex symbol”, gracias a la gran fanaticada femenina que se embelesa con su look de iluminaciones y dientes perlados; Jhon Córdoba, no tan joven pero ávido de oportunidades que nunca desaprovechó, removiendo a Rafael Santos Borré del once inicial…

Por eso no todo parece lunes, porque lo más valioso de la Copa que se fue, es que el amor nacional por el equipo se recuperó, mucho más en este torneo de plagado de rarezas, porque hay que hablar también de eso: fue la copa con el intermedio más largo de lo que permite este deporte, por ejemplo, y fue la Copa de la final que empezó casi una hora y media más tarde de lo acordado. Fue la copa de la desorganización patrocinada por la Conmebol y el país anfitrión, que a menos de 24 horas de padecer grietas en la seguridad del republicano Donald Trump, herido en una oreja por una bala disparada por Thomas Mathew Crooks, tuvo que soportar el desborde y el caos de fanáticos colombianos y argentinos, ávidos de entrar, rapaces y llevando como escudo la malicia sudamericana como mejor herramienta de sus propias luchas, aprovechándose de cierto carácter naif de los norteamericanos. Ante lo inevitable y, para evitar una tragedia, la decisión fue dejar el Hard Rock Stadium a puertas abiertas. Mientras tanto Alejandro Domínguez, máximo jerarca de la rectora del fútbol sudamericano, hizo de nuevo el ridículo bajando al campo para lanzar peluches a las graderías, mientras la invitación VIP al desastre se vivía en las calles aledañas a la sede de la final. Fue la Copa de las quejas de Lionel Scaloni, Ricardo Gareca y Néstor Lorenzo por la precariedad de los campos en los que sus equipos arriesgaron las piernas y fue la Copa de Jesse Marsch y Marcelo Bielsa, entrenadores de Canadá y Uruguay, capaces de ponerse en contra de todo el establishment futbolístico al escupir verdades como balas.

Pero también fue la Copa de Colombia, por buen juego, por valentía, por temperamento.

Sí, Argentina ganó, pero quedaron tantas cosas buenas a nuestro favor que, a pesar de perder la final, hoy no todo parece lunes.

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