Colombia, una sociedad que intenta romper la desconfianza

El 44% de los habitantes carece de redes sociales básicas, según una encuesta del DANE

Una joven observa el barrio de San Francisco en Buenaventura desde su casa, en marzo de 2024.Carlos Ortega (EFE)

Gloria Amparo Arboleda, una mujer negra de 61 años que nació en zona rural de Buenaventura, el principal puerto de Colombia, habla sin pausa. Se siente dueña de una libertad que moldeó a punta del comadreo, una práctica ancestral de la costa Pacífica para desahogar las angustias con otras mujeres. El espacio seguro para revelar la molestia que les causaba que el marido gastara el dinero de la venta de las gallinas en licor, en lugar de comida; las dificultades de la crianza, o el temor de que algún ...

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Gloria Amparo Arboleda, una mujer negra de 61 años que nació en zona rural de Buenaventura, el principal puerto de Colombia, habla sin pausa. Se siente dueña de una libertad que moldeó a punta del comadreo, una práctica ancestral de la costa Pacífica para desahogar las angustias con otras mujeres. El espacio seguro para revelar la molestia que les causaba que el marido gastara el dinero de la venta de las gallinas en licor, en lugar de comida; las dificultades de la crianza, o el temor de que algún grupo armado reclutara a sus hijos. “Hoy en día la mujer puede sentirse fuerte gracias a las juntanzas, a los apoyos”, dice con voz firme del otro lado del móvil, antes de iniciar su jornada cuando el reloj casi marca las seis de mañana.

Gloria y otras mujeres de territorios asediados por el conflicto han sanado heridas de la guerra —y de una cultura machista que ha sumergido a muchas en la sumisión y en el olvido— compartiendo sus penas, escuchándose mutuamente, encendiendo alguna luz con consejos en momentos de oscuridad, o simplemente abrazando la certeza de que no están solas. “Porque, además, a nosotras nos ha tocado llorar calladitas”, reflexiona la fundadora de la Asociación de mujeres campesinas, negras e indígenas de Buenaventura. La agrupación ha sido un abrigo con el que sus integrantes pueden considerarse parte del 56% de los colombianos que tienen redes cercanas de confianza.

Contar con redes de apoyo es un privilegio: el 44% de los ciudadanos no las posee, según la encuesta de cultura política del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas DANE de 2023 que consultó a 64.770 personas de 18 años o más. En la práctica, significa no tener a quien visitar con alguna frecuencia o que esté presente en circunstancias difíciles, no contar con alguien dispuesto a ayudar en la búsqueda de empleo, no poder dejar a un hijo bajo el cuidado de otro, no tener a quién llamar en un episodio de ansiedad, enfermedad o cualquier otra emergencia, no saber a quién pedir dinero prestado o una noche de refugio.

Conservar estas redes reduce el estrés, facilita la toma de decisiones y aumenta la motivación personal. La falta de soporte emocional, logístico o material es una señal de alerta, explica Sandra Milena Toro, jefe del departamento de salud mental de la facultad de Medicina de la Universidad de la Sabana. “Cuando no hay apoyo familiar, de pareja, de amistades o comunitario es más fácil estresarse, tener ansiedad, presentar síntomas de tristeza, de desilusión o desesperanza. Si se une a otros factores de riesgo, puede llevar a que alguien sufra un trastorno de ansiedad o depresivo”, explica la especialista en psiquiatría.

El grupo de mujeres de Buenaventura es un espejo de cómo el apoyo colectivo trae ráfagas de tranquilidad. En 2003 crearon una cadena en la que se asigna un número a cada una. Con aportes de pequeñas cantidades de dinero y de productos básicos como arroz, frutas o verduras organizaban mercados que entregaban según el número de la lista que rotaba. “Empezamos a llevar mercado a la casa y eso da frescura, tranquilidad. Si yo no lo necesitaba, cedía el turno a alguien que sí lo estuviera necesitando. Eso generó una cosa increíble”, cuenta Gloria Amparo.

Pero no todos encuentran ese respiro. La falta de redes de apoyo ha escalado 10 puntos en tan solo cuatro años, pues en la encuesta de 2019, la cifra de quienes no sentían tenerlas era del 34,8%. Sin embargo, hay una leve mejoría frente a la encuesta intermedia, de 2021, cuando tras meses de pandemia, aislamiento físico y crisis económica, un 48,2% de los colombianos no sentían tener esas redes. En los dos años desde entonces la cifra se ha recuperado parcialmente.

Aunque la diferencia es pequeña, esa carencia hoy afecta más a los hombres (45,3%) que a las mujeres (42,9%). Toro considera que la pandemia afianzó el imaginario de relaciones creadas a través de las pantallas que, con el regreso a la realidad, dejaron un vacío. Los contactos o el número de seguidores en redes sociales, por ejemplo, no reemplazan una conversación cercana con un amigo o el abrazo de un familiar. “Quizás eso es lo que ha hecho que se incremente la sensación de que no contamos con apoyo, ver que hay mucha gente pero que realmente estamos solos. Hay gente que te da un like, que te hace un comentario, pero a la hora de la verdad no está”, añade.

La encuesta de cultura política del DANE también muestra que el grupo de personas en quienes más confían los colombianos es la familia con un 94%, seguido de los amigos con el 40,5%. Sin embargo, estos lazos no se estrechan de manera espontánea. “Las relaciones familiares, personales, de amistad, no se construyen por el simple vínculo de sangre o porque nos dijimos que somos pareja o somos amigos, sino que requiere una construcción juiciosa de ambos lados, que se crea con compartir momentos, con escuchar al otro, con las vivencias, no solo las que se pueden tener en una foto, sino las que uno construye viviendo las alegrías y las que no son tan felices, las dificultades”, precisa Toro.

“Las redes de apoyo son consolidaciones que permiten que la vida tenga hermandad. Si uno vive para servir tiene sentido estar aquí porque si no somos unos vivos muertos”, apunta Gloria Amparo Arboleda, la lideresa de Buenaventura que tiene claro que el comadreo es una forma de cuidar el alma.

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