¿Cae el Fondo de Cultura en México en un sesgo “horriblemente asqueroso”?
Los comentarios de Paco Ignacio Taibo sobre la literatura escrita por mujeres y la falta de autoras en el catálogo empañan una encomiable iniciativa para fomentar la lectura
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El Fondo de Cultura Económica (FCE) regalará este diciembre dos millones y medio de libros a los jóvenes de toda América. La iniciativa busca acercar la lectura a un sector que es clave para expandir un hábito que ha sufrido fuertes retrocesos en la última década, a...
Esta es la versión web de Americanas, la newsletter de EL PAÍS América en el que aborda noticias e ideas con perspectiva de género. Si quiere suscribirse, puede hacerlo en este enlace.
El Fondo de Cultura Económica (FCE) regalará este diciembre dos millones y medio de libros a los jóvenes de toda América. La iniciativa busca acercar la lectura a un sector que es clave para expandir un hábito que ha sufrido fuertes retrocesos en la última década, al menos en México, donde el porcentaje de adultos que se reconocen como lectores ha caído casi un 15% desde 2015, según el último informe del Inegi. “La expectativa es que cambiemos la manera de leer de decenas de millares de adolescentes”, resaltó el director de la institución, Paco Ignacio Taibo II, en la presentación del catálogo el jueves pasado. La lista, que el editor definió como “lo mejor de la literatura latinoamericana”, sigue siendo abrumadoramente masculina: 20 de los 27 títulos corresponden a escritores. Puede que la manera de leer de los jóvenes cambie, pero lo que no cambia es un canon académico que sigue sordo y ciego —aunque no mudo— ante la buena literatura escrita por mujeres.
El desequilibrio en el catálogo representa, en sí mismo, un error y una lástima. Los lectores tendrán que buscar en otra parte a muchas de las grandes escritoras latinoamericanas. Peor ha sido, sin embargo, la salida hacia delante del titular del organismo cuando ha sido cuestionado por ello. “Porque la generación del boom, que fue la que elegimos, era una generación muy mayoritariamente masculina. Entonces, ahí hubo que cortar”, atajó a la reportera que le preguntó por el motivo de tal desproporción. Taibo se escuda en un criterio que la propia institución ha elegido como si fuera un límite externo ajeno a su voluntad, y ni siquiera lo cumplen.
La lista incluye a autores contemporáneos como Fabrizio Mejía o Dante Liano, que nada tienen que ver con esa generación, pero deja fuera a importantes autoras que bien merecían ser incluidas en la selección, como la poeta chilena Gabriela Mistral, el primer Nobel de Literatura que cayó en el continente, o las mexicanas Elena Garro o Rosario Castellanos, grandes exponentes de la literatura nacional. Como le recordó la propia periodista, Yareth Arciniega, “hay una gran cantidad de mujeres que estuvieron en el boom, pero que no fueron visibilizadas”. Garro es una de ellas y esta, otra oportunidad perdida para hacer justicia con ellas. Es posible que el FCE, después de intentarlo, no lograra hacerse con los derechos para reproducir sus obras. Menos factible parece que, entre el océano de autoras que atraviesan el continente, no lograra hacerse con los derechos de apenas un puñado más, lo justo para alcanzar, siquiera, la decena.
El episodio, claro, no acaba ahí. Ante otra pregunta de la reportera, que insiste en señalar lo evidente, Taibo termina de sacar el arsenal de prejuicios que convierten el lamentable error en algo más: un recordatorio del sesgo machista que prevalece todavía en las instituciones y en la mirada de sus responsables. En un comentario provocador y desafortunado, por decir lo menos, el director de la gran editorial latinoamericana argumentó que partir de las cuotas de género como criterio de selección llevaría a distribuir malos libros. “Si sé de un poemario escrito por una mujer, horriblemente asqueroso de malo, por el hecho de ser escrito por una mujer no merece que lo mandemos a una sala comunitaria”, arrojó, y no contento con ello, agregó: “¿Por qué hay que castigarlos con ese libro?”.
La bufonada sería simplemente eso si no fuera porque va acompañada de poder: es esa mirada cargada de prejuicios la que tantas veces prima a la hora de confeccionar los catálogos o educar a quienes se aproximan por primera vez a estas cuestiones. La mala literatura —como las personas no aptas para los puestos que desempeñan—, es abundante y está escrita por ambos sexos, pero solo parece un problema, o un argumento, cuando se trata de cargar contra las cuotas. Esgrimir que una representación proporcional podría llevar a incluir malas obras porque hace primar la autoría sobre la calidad da la vuelta, interesadamente, a lo que con frecuencia ocurre: muchas buenas obras escritas por mujeres —como muchas grandes profesionales— quedan fuera porque la autoría masculina sigue pesando como un criterio de autoridad. La mediocridad nunca sale a colación cuando el protagonista es un hombre, pero aparece como una plaga incontenible cuando se trata de las mujeres.
La risa medio nerviosa con la que Sheinbaum responde al comentario, que en ningún caso corrige, y su réplica posterior, solo apuntalan el lamentable episodio. “...Pero vamos a hacer una colección de mujeres”, añadió como un coletazo la presidenta inmediatamente después, intentando enderezar el asunto. Pero el asunto está lejos de enderezarse. La creación de una colección paralela exclusivamente de escritoras solo refuerza la idea, muy asentada, de que la literatura escrita por mujeres es un subgénero literario, pura literatura de nicho.
Plantear iniciativas que buscan recuperar y ensalzar el legado de las escritoras es loable y necesario, pero, mientras se siga excluyendo a las mujeres de las bibliotecas con vocación universal, eso solo servirá para reforzar la falsa idea de que existe una literatura femenina. Mientras tanto, la literatura escrita por hombres está libre de etiquetas que la limiten o condicionen a quien quiera acercarse a ella.
Entre las muchas cosas que el feminismo ha regalado a las mujeres está la idea de poder construir una genealogía propia, es decir, un rastro propio de éxitos y fracasos, hechos e ideas, que evita la condena de sentir que una empieza de cero con cada paso que da, con el coste que eso conlleva. Hubo otras antes. Las mujeres son la mitad del público potencial de la iniciativa del Fondo, y merecen conocerlas. También los hombres merecen leerlas.