La deriva interminable de los demócratas en inmigración
El Partido Demócrata evita el debate migratorio. Aunque las encuestas muestran que una mayoría rechaza las políticas de Trump, los estadounidenses siguen confiando más en los republicanos para estar a cargo de las fronteras
En el duelo de acusaciones cruzadas que está en el centro del cierre del Gobierno que ha paralizado Estados Unidos desde el 1 de octubre y no tiene un final claro en el horizonte, cada lado del debate político dispara desde la posición en la que se siente cómodo. Los demócratas se presentan como los defensores de la cobertura sanitaria accesible, mientras que los republicanos los pintan como protectores de los inmigrantes indocumentados cuando dicen, falsamente, que la parálisis federal se debe a la insistencia de los demócratas en gastar 20.000 millones de dólares en sanidad para los migrantes. Más allá de los hechos, las trincheras marcadas en esta dinámica reflejan una realidad tan arraigada que los demócratas la aceptan como una verdad inamovible y ceden terreno en el debate público sobre migración, dándolo por perdido de entrada.
A primera vista, puede resultar paradójico. La agenda migratoria del presidente Donald Trump, sobre todo sus métodos, ya ha ido perdiendo popularidad en los nueve meses que lleva de regreso en la Casa Blanca. Encuestas de los últimos meses muestran que la mayoría de los estadounidenses desaprueba sus políticas, desde la separación de familias hasta las redadas masivas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). Esta semana, The New York Times ha publicado un amplio sondeo sobre la presidencia Trump realizado a finales de septiembre donde, entre puntos variados que van de la economía y los aranceles a las guerras de Gaza y Ucrania, un 51% de los encuestados dice que las acciones migratorias han ido demasiado lejos, el 35% que han estado bien y un 12% que no han sido suficiente.
El Partido Demócrata, sin embargo, en busca de un mensaje que pueda llevarlo a recuperar la Cámara de Representantes en las elecciones de medio mandato de 2026, se ha mantenido relativamente callado al respecto, y no ha dado muestras de intentar sacar rédito natural de una de las políticas más impopulares del actual Gobierno. Según otro sondeo de The Wall Street Journal, solo un tercio de los votantes considera que los demócratas manejan mejor la inmigración, mientras que casi la mitad de los estadounidenses confía más en los republicanos en este tema.
Esta brecha de credibilidad tiene raíces profundas, señala Muzzafar Chishti, director en Nueva York del Migration Policy Institute, un centro de pensamiento independiente enfocado en migración. “Desde hace dos décadas [los republicanos] enlazaron completamente la narrativa de la inmigración con la seguridad de la frontera. Básicamente argumentando que mientras la frontera no esté asegurada, no se puede hacer nada más en inmigración. Si realmente creían eso, o si se convirtió en una excusa para no hacer nada, lo cierto es que se aceptó como una realidad política”.
Trump lo repite desde hace 10 años como uno de los eslóganes en su arsenal: “No se puede tener un país sin una frontera bajo control”, suele decir. Así, los republicanos convirtieron la idea en un dogma, mientras que los demócratas, incluso cuando tuvieron mayorías en el Congreso, fueron incapaces de revertir ese marco.
Analistas de centro-izquierda, como Matthew Yglesias, fundador del medio digital Vox, o Jerusalem Demsas, del podcast Good on Paper de The Atlantic, señalan que los demócratas no han articulado un mensaje coherente que combine control fronterizo con una visión positiva de la inmigración como motor económico y social. Tampoco han sabido conectar el tema con las preocupaciones del votante promedio: el empleo, los salarios, el acceso a servicios básicos. Mientras tanto, Trump y los republicanos han fundido ambos planos en un mensaje sencillo que ponen en el centro de todo: la inmigración amenaza la seguridad y los bolsillos.
En medio, la inmigración ha quedado atrapada en un callejón sin salida legislativa por la mayoría 60-40 en el Senado que es necesaria para poder avanzar cualquier nueva ley migratoria de fondo. La aritmética favorece a la posición republicana siempre. “Los demócratas no pueden hacer nada solos que no incluya también medidas significativas sobre la frontera [para que se sumen algunos republicanos], pero ahí entran en conflicto con la base del partido, que no le gusta el control fronterizo punitivo. Están atrapados entre esas dos realidades políticas”, explica Chishti.
Esto es lo que se ha traducido en una narrativa de debilidad en migración en torno a los demócratas. Incluso cuando el expresidente Joe Biden, a mediados de 2024, logró reducir con acciones ejecutivas drásticamente las entradas de migrantes por la frontera sur, el relato dominante no fue de eficacia, sino de tardanza. Tras años de un flujo migratorio histórico que siguió a la pandemia, y a pesar de que una legislación migratoria transversal fue tumbada en el Congreso por orden de Trump unos meses antes, los decretos de Biden que redujeron muy rápidamente los cruces fronterizos solo cementaron la idea de que siempre había habido las herramientas para controlar la frontera, solo que no se habían querido usar.
Con este trasfondo, las elecciones presidenciales del año pasado se decidieron en gran parte por la inmigración. Y ahora, mientras agentes del ICE patrullan enmascarados algunas de las principales ciudades del país, los demócratas no lo han olvidado y se han acomodado en sus trincheras. En la disputa presupuestaria, se han subido al terreno de la sanidad, pero no han atacado, por ejemplo, el inédito incremento en el dinero para el control migratorio, que ahora supera con creces las partidas para combatir el crimen o el narcotráfico.
En otros escenarios, como en la sorpresiva y exitosa campaña progresista del demócrata socialista Zohran Mamdani para la alcaldía en Nueva York, una de las ciudades más caras del mundo, el costo de la vida se ha ubicado en el centro del discurso. Si bien Mamdani ha sido contundente en su rechazo a las políticas migratorias de Trump, y ha propuesto dar representación legal gratis a migrantes de la ciudad —sentando las bases para una confrontación futura que el presidente también está abonando con sus ataques reiterados al candidato como alcalde—, lo que puede proponer de fondo en migración es limitado. En consecuencia, en el ámbito nacional hay un vacío narrativo en este apartado.
Cualquier cambio en el debate lo marcará, entonces, Trump, sostiene Chishti. “Si el presidente Trump decide en algún momento —y tiene razón para hacerlo— que ahora la frontera está completamente bajo control, que básicamente lo está, con los números [de entradas] más bajos desde los sesenta; si puede declarar victoria y decir ‘vamos a cambiar de marcha y movernos a otras cosas’, él tiene la legitimidad para hacerlo. A diferencia de muchos presidentes, tiene la habilidad extraordinaria de movilizar a su partido en el Congreso”.
Chishti cree que es probable que esto suceda en algún punto de esta segunda presidencia de Trump, pues la presión para conseguir una solución duradera, aunque no sea ideal, es muy fuerte. “La base de Trump es básicamente una base populista MAGA y unos intereses corporativos enormes. La base MAGA puede que no quiera ninguna entrada para inmigrantes, pero la base corporativa es enormemente dependiente de ellos —desde sectores de baja cualificación, hasta los de más alta cualificación, de la agricultura a las finanzas. Así que hay razones inherentes para creer que habrá movimientos hacia una reforma".
De hecho, en su primer mandato Trump ya propuso una reforma integral basada en cuatro pilares: un camino a la ciudadanía para 1,8 millones de dreamers —inmigrantes indocumentados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños, han vivido en el país la mayor parte de sus vidas y se les concedió protección temporal contra la deportación y autorización para trabajar bajo el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), establecido en 2012—; 25.000 millones de dólares para asegurar la frontera; reducciones en inmigración a través de familiares; y la eliminación de la lotería de visas por diversidad. Sin embargo, la propuesta nunca llegó a una votación en el Senado.
Por eso ahora, mientras Trump no de la señal, incluso legislaciones bipartidistas como la propuesta de la representante republicana de Florida Maria Elvira Salazar, que también abre caminos a la ciudadanía para los dreamers, están destinadas al fracaso. Y los demócratas, hace tiempo a la deriva en el debate, tendrán que seguir intentando centrar la discusión en otros temas.