La lucha de la ciudad más afrolatina de Estados Unidos para aceptarse a sí misma
Demasiado negros para los latinos y demasiado latinos para los afroamericanos, la comunidad afrolatina de Boston comienza a ver los frutos de décadas de activismo contra la invisibilización histórica

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Mucho antes de convertirse en la primera concejala afrolatina de Boston, Julia Mejía era Julia Melania Mejía Peña, una niña de cinco años que emigró de la República Dominicana a Massachusetts, en el noreste de Estados Unidos. Llegó con sus dos nombres y sus dos apellidos, pero con el tiempo fue deshaciéndose de ellos. “No quería que nadie supiera quién era, de dónde venía”, recuerda. Solo quería integrarse, aunque implicara suprimir su afrolatinidad, algo que no lograría recuperar hasta décadas después.
Con su piel morena y su pelo afro rizado, Mejía nunca se sintió acogida por la comunidad latina de la ciudad. Recuerda que su escuela estaba dividida entre los latinos y los afroamericanos, y que ella siempre eligió estar del lado afroamericano porque era el que la aceptaba. Pero aunque esa comunidad la abrazaba, era a cambio de renegar de su identidad: no podía ser negra y hablar español a la vez. Así que poco a poco fue ocultando esa parte de sí misma.
Si se le pregunta cuándo fue la primera vez que se vio como afrolatina, responde que debió de ser hace menos de 10 años. “El otro día estaba mirando fotos antiguas y encontré una del 2015 que decía ‘afrolatina’ en el pie de foto. Creo que fue entonces que realmente entendí ese término y me di cuenta de que reflejaba todo lo que soy”, cuenta, sobre todo en inglés, aunque va soltando alguna que otra palabra o frase en español, desde su despacho en el Consejo Municipal.
Su oficina está repleta de banderas dominicanas, pero el orgullo que siente hoy por la tierra que la vio nacer y por sus raíces es fruto de un largo proceso de autoaceptación en el que, admite, sigue trabajando. La lucha de Mejía por entenderse a sí misma y aceptar que la negritud existe dentro de la latinidad es también la lucha de Boston.

La capital de Massachusetts tiene la mayor proporción de afrolatinos de todo el país. Son casi 88.000 personas, un número que se ha duplicado en la última década, según un estudio publicado en 2023 por la Fundación de Boston, una de las organizaciones comunitarias más antiguas de Estados Unidos, creada en 1915 y cuya misión es fomentar la equidad en la ciudad. Son sobre todo puertorriqueños y dominicanos y, en total, representan el 15,3% de la comunidad latina en la ciudad, superando a grandes metrópolis como Nueva York, donde son el 9,1%.
Pero, aunque son numerosos, han sido y siguen siendo invisibles. Para sí mismos, como Mejía durante décadas, y para la comunidad latina y la negra en general. No encajan en ninguna parte simplemente porque son negros pero hablan español.
Una “negación profunda”
Yvette Modestin, activista afropanameña que lleva 30 años residiendo en Boston, explica que detrás de esos números hay una “negación profunda”. Nacida en Colón, el corazón de la comunidad afrodescendiente en Panamá, la también poeta y escritora siempre estuvo orgullosa de su negrura. Nadie se había atrevido a cuestionar su identidad como afrolatina hasta que migró a Estados Unidos a finales de los años noventa. Recuerda que llegó a Boston y por primera vez en su vida tuvo una conversación con una persona afrolatina que no se identificaba como tal.
“Nunca había tenido una experiencia como esa, de estar frente a alguien que me dijera: ‘Oh, yo pensaba que tú eras negra’. Y que, al yo responderles: ‘Lo soy, y tú también’, oírles decir: ‘No, yo soy puertorriqueño’ o ‘Yo soy dominicano”, relata. “Era tal la desconexión que yo les hablaba en español y ellos me contestaban en inglés. No les cabía en la cabeza que yo pudiese ser negra y latina. ¡Encima, la gente que me lo decía era más negra que yo!”, exclama, aún incrédula tres décadas después.
Más allá de su experiencia personal, Modestin fue dándose cuenta como trabajadora social de que lo que había dentro de la comunidad latina en Boston era un borrado sistemático de la afrolatinidad. Porque no solo se trataba de que los afrolatinos no se identificaban como tal, sino que tampoco aceptaban a otros que, como ella, sí lo hacían.
Esa marginalización, explica con un tono algo frustrado y cansado después de tantos años de tener que explicarse, se debe en gran parte a que dentro de la comunidad latina se replica el mismo racismo que opera en la sociedad estadounidense en general. Especialmente en un lugar como Boston, que durante la mayor parte del siglo XX, cuando comenzaron a llegar nuevas olas de inmigrantes latinoamericanos, era una ciudad de amplia mayoría blanca. “Por tanto, siendo inmigrantes, llegamos aquí y conocemos ese racismo y hacemos todo lo posible para que nuestras vidas sean más fáciles, inclinándonos hacia la blanquitud”, apunta.
Así, continúa, el término latino se ha ido consolidando como una categoría que solo agrupa a aquellos que se identifican como blancos, a la vez que se distancia de lo que es considerado como la raza inferior, es decir, la negritud. “Y aunque realmente no sean blancos, aunque tengan la piel un poco más oscura, creen que el hecho de ser latinos ya les permite inclinarse hacia la blanquitud”, elabora. “Es un sistema de castas”, donde el latino se coloca por encima del afroamericano y no asume que pueda haber latinos negros, sintetiza.

Sin embargo, hay afrolatinos como ella que, aunque quisieran, no pueden esconder su negritud. Señala su piel oscura y su cabello, que ahora está trenzado pero que en otras ocasiones lleva en rastas o al natural como afro, y dice: “Antes que nada soy esto”. Así que no tiene —ni jamás quisiera tener— la opción de hacerse pasar por blanca, como ha visto a muchos otros afrolatinos hacer, aprovechándose del privilegio del colorismo. Por ello, ha acabado marginalizada, por un lado, por la comunidad latina, que no la acepta por su raza, y por otro, por la comunidad afroamericana, que la rechaza por su etnia.
Esa invisibilización tiene consecuencias tangibles, porque la exclusión es también socioeconómica. Los afrolatinos de Boston son el colectivo más pobre de la ciudad. La investigación de la Fundación de Boston de 2023 encontró que este grupo tiene los ingresos más bajos de toda la ciudad: sus hogares ganan alrededor de 45.000 dólares al año, frente a la renta media de 93.000 dólares. Además, tienen el índice más bajo de propiedad de vivienda: solo el 19% son dueños de sus propias casas, 41 puntos porcentuales por debajo de la tasa de propiedad de vivienda en general. De igual manera, es menos probable que puedan emprender y abrir un negocio.
“Es un sistema de jerarquía racial: de tergiversación, marginación y racismo”, sintetiza el afropuertorriqueño James Jennings, coautor del informe y experto en pobreza urbana, desarrollo económico y relaciones raciales, que lleva décadas estudiando a la comunidad afrolatina de Boston. Y es también un sistema que ha mantenido a este sector de la población estancado en la pobreza y, durante mucho tiempo, ignorado por quienes debían velar por sus intereses.
Medio siglo de activismo
José Massó III recuerda que vio esa marginalización de primera mano cuando llegó a Boston en la década de los setenta. Medio siglo después, es una de las figuras locales más celebradas. Ha sido galardonado con varios premios y reconocimientos por su compromiso con Boston, entre ellos la celebración de un festival anual en su honor inaugurado el año pasado. Donde quiera que va en la ciudad, es recibido con orgullo, ya sea en la alcaldía donde ha sido asesor durante décadas o el pequeño café donde concede la entrevista a América Futura.
Massó llega vestido con chaleco, americana y sombrero de copa y cargando un bastón de madera en el que realmente no se apoya pero que le añade un aire de sabiduría. Sus 74 años no se le notan en la mirada ni en la voz, que mantiene firme e inquebrantable. Tras pedir un café y una magdalena, toma asiento y lanza un monólogo de 30 minutos en el que repasa los últimos 50 años de su vida y la lucha que ha liderado por la comunidad afrolatina de Boston.
Originario de Puerto Rico, vino a la ciudad orgulloso de su negrura, de sus raíces africanas, de su afro, y, al igual que Modestin, se topó con una barrera de rechazo. Era demasiado negro para los latinos, y demasiado latino para los afroamericanos. “Yo les decía: ‘Soy negro, soy afropuertorriqueño’. Pero no podían relacionar ambas cosas porque, en su mente, los negros solo son de Estados Unidos, y cualquiera que fuera negro no podía ser otra cosa”, recuerda.
“Pero yo sabía que podía desempeñar un papel como agente del cambio porque mi norte estaba en elevar y amplificar la negritud”, asegura. En 1975, surgió la oportunidad para hacerlo. Supo que la radio pública de Boston quería lanzar un nuevo proyecto enfocado en latinos y les propuso uno centrado en celebrar las aportaciones de los afrolatinos a la música y la cultura latinoamericana y estadounidense.
Así nació ¡Con Salsa!, el programa musical más longevo de Boston, que colocó a Massó al frente de la batalla por la aceptación de la afrolatinidad en la ciudad. “Desde el principio, tuve una plataforma única. Ya había otros programas de radio latinos en el país, pero el hecho de que me identificara abiertamente como afropuertorriqueño en directo y manifestara claramente que estaba presentando la mejor música afrolatina para dar a conocer al público las contribuciones de los afrodescendientes a este continente era algo completamente distinto”, reconoce.
Sin embargo, admite, el arranque no fue fácil. Cuando empezó, no todos los latinos lo aceptaron. “No querían hablar de la negritud y definitivamente no querían que alguien negro los representara a tal escala por todos los estereotipos y todo el bagaje que traían encima”, señala. “Estaban acostumbrados al papel tradicional del sistema de castas y racismo, de dónde encajaban los negros en la jerarquía. Así que yo estaba rompiendo todas esas barreras. Y para ellos, era un reto”.

Pero Massó asumió la responsabilidad de retarlos. Pese al rechazo y junto a otros organizadores afrolatinos, fue sentando cátedra como pudo. Se aprovecharon de que el país vivía una época de mucha agitación social, en pleno auge del movimiento por el poder negro y de la organización estudiantil contra la guerra de Vietnam. “Y fuimos creando nuestro propio movimiento panafrolatino en los años sesenta, setenta y ochenta que, hasta cierto punto, formaba parte del paisaje mediático. Porque ahora oías nuestras voces en la radio, nos leías en la prensa, nos veías en la televisión, algo que antes no ocurría. No significaba que fuéramos la inmensa mayoría, pero ahora por lo menos estábamos presentes”, relata.
El camino hacia una mayor aceptación
Fue una larga labor que, según apuntan a América Futura varios activistas y líderes comunitarios afrolatinos de Boston, comenzó a dar frutos en los últimos 20 años. Empezó a haber más organización a nivel comunitario, más participación política y más aceptación. “Ahora somos capaces de tener conversaciones más intencionadas y además estamos en los espacios que necesitamos ocupar para hablar de estos temas. Porque no siempre fue así; tuvimos que sentar las bases y crear los espacios para que este tipo de conversaciones tuvieran lugar”, explica Massó.
Uno de esos espacios lo creó Yvette Modestin: en 2004 fundó el Encuentro Diáspora Afro, la primera organización de su tipo en Boston, cuya misión es empoderar a la población afrolatina de la ciudad a través de cursos de formación, conferencias y eventos.
Modestin mantiene en el centro de todo lo que hace lo mismo que Massó ha promovido en su programa durante medio siglo: el reconocimiento de la influencia africana en la latinidad. Porque, según explica la panameña, la clave está en la aceptación propia: “Nuestra mayor reparación es entre nosotros mismos. Entender que la reparación tiene que ver con cómo nos vemos a nosotros mismos, cómo conectamos con nosotros mismos”.
Fue también en los últimos 20 años que surgió una organización dedicada exclusivamente a enseñar a los afrolatinos más jóvenes acerca de sus raíces y su cultura. Hyde Square Task Force nació originalmente como una entidad de base comunitaria en la década de los 90 en el barrio latino de Jamaica Plain para hacer frente al descuido de la zona, plagada de violencia y drogas. Con el paso del tiempo, sin embargo, el centro fue evolucionando y ajustando su foco, hasta acabar centrado en los jóvenes del barrio, la gran mayoría de ellos afrolatinos, hijos de inmigrantes de Cuba, Puerto Rico o la República Dominicana. Y en 2018, la organización adaptó un plan estratégico que explícitamente nombraba la cultura afrolatina como el lente que usarían para trabajar con los jóvenes de la comunidad.
“Queríamos ser más intencionados a la hora de nombrarlo, porque nos dimos cuenta, en nuestro trabajo con los jóvenes, de que sus raíces africanas estaban silenciadas en su identidad”, explica desde su despacho la actual directora ejecutiva de la organización, Celina Miranda.
La organizadora recuerda que, hasta hace no mucho, los niños que acudían al centro hablaban de ser puertorriqueños o dominicanos, pero nunca de sus raíces africanas. “Así que para nosotros, nombrar eso se convirtió en algo muy importante a la hora de crear este espacio en el que los jóvenes se dan cuenta de que está bien pensar en la complejidad de lo que son. En nombrar todas las partes de sí mismos y no sentir que tienen que elegir, porque es su afrolatinidad es una parte fundamental de su identidad”, señala Miranda.
Hyde Square Task Force ha servido como “un espacio seguro” para que estos jóvenes lleven a cabo un proceso “cuidadoso” de autoexploración y aceptación, añade la directora ejecutiva. “Ellos mismos nos lo dicen, que venir aquí ha significado para ellos el poder decir: ‘Estoy orgulloso de mis raíces, he aprendido más sobre quién soy’. Y uno piensa en el poder de eso porque, desde el punto de vista de la formación de la identidad racial, normalmente esa exploración no ocurre hasta mucho más tarde, en los años universitarios. Pero estamos empezando esas conversaciones con los jóvenes mucho antes, y nuestra esperanza es que, para cuando entren en esos otros espacios, lleguen a ellos mucho más conscientes y seguros de quiénes son”, añade Miranda.

Hoy, Hyde Square Task Force cuenta con un edificio de tres plantas, con espacios dedicados a las diferentes formas artísticas que utiliza para llevar a cabo su trabajo: hay varios estudios de música, incluyendo uno para instrumentos de cuerda, otro para la percusión, y otros para danza y teatro.
A partir de las tres de la tarde, los pasillos del centro se llenan de niños y adolescentes que llegan tras acabar el día escolar. En total, la organización atiende a unos 300 jovenes. “Yo no soy afrolatina, pero es algo muy personal para mí porque tengo una hija que sí lo es. Así que siempre pienso en ella y en qué estoy haciendo para allanar el camino para que tenga un sentido de pertenencia donde quiera que vaya y que no tenga que dejar atrás una parte de sí misma para encajar”, comparte Miranda mientras ofrece un recorrido por las instalaciones de la organización.
El querer romper con la necesidad de esconderse a sí misma es algo que Julia Mejía conoce bien. La afroamericana fue elegida en el Consejo Municipal de la ciudad tras presentarse a las elecciones del organismo local en 2019 sabiendo que “no era la candidata latina preferida”. “Yo era la rata del barrio que no encajaba en el molde que me querían proyectar”, recuerda. Pero quería demostrar que, siendo ella misma, podía llegar a ganar.
Durante la campaña, su propio equipo dudó de ella. “Me pidieron que no dijera que era afrolatina, que no dijera que soy inmigrante o que soy madre soltera. Me dijeron que fuera todo menos lo que era”, asegura. Pero ella no se quitó y siguió su campaña como la llevaba hasta el momento. “Dije: No voy a ser invisible más”. Acabó ganando su escaño por un voto y cuatro años después fue reelegida.
Durante su tiempo en el Consejo Municipal ha ejercido de puente entre la comunidad latina y la afroamericana desde el Gobierno, algo que nadie había hecho antes que ella. Pero reconoce que, a pesar de los avances, es una labor continua.
“He tenido que aprender a enfrentarme a gente de ambos lados cuando sea necesario. Porque cuando eres una afrolatina de piel clara que reivindica sus raíces negras, la gente piensa que estás loca. Y cuando eres una afrolatina de piel clara que denuncia el colorismo, incluso dentro de tu comunidad, te conviertes en un problema porque es algo que han querido ocultar durante mucho tiempo”, cuenta. “Cuando me reúno con líderes afroamericanos, me dicen que no soy negra. Y yo les pregunto: ‘¿No soy negra en qué sentido? ¿Porque no soy afroamericana?’ Es un ciclo que poco a poco seguiremos rompiendo”.
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