En defensa de ‘Cien años de soledad’: este Macondo y esta Úrsula sí valían la pena

La serie de Netflix recibe palmas y pitos. Claro que no es la obra maestra que sí es la novela de García Márquez. Y tiene demasiado respeto al texto. Pero se acerca con honestidad y belleza a ese universo personalísimo

Marleyda Soto, en el papel de Úrsula Iguarán en la serie 'Cien años de soledad'.Foto: NETFLIX

En un capítulo de Cien años de soledad, la serie de Netflix, el recién llegado corregidor de Macondo convoca las primeras elecciones. Apolinar Moscote, como se llama el dirigente local, conoce el resultado del conteo de un sargento: “236 votos en total. 132 papeletas rojas por el Partido Liberal. Y tan solo 104 azules por el Partido Conservador”. Y responde sin...

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En un capítulo de Cien años de soledad, la serie de Netflix, el recién llegado corregidor de Macondo convoca las primeras elecciones. Apolinar Moscote, como se llama el dirigente local, conoce el resultado del conteo de un sargento: “236 votos en total. 132 papeletas rojas por el Partido Liberal. Y tan solo 104 azules por el Partido Conservador”. Y responde sin inmutarse: “Pues que sea al revés: 132 votos azules y 104 rojos”, y saca de un cajón las papeletas azules que le faltaban antes de mandar sellar la urna. Se supone que la acción transcurre entre finales del siglo XIX y principios del XX, pero hay cosas que no han cambiado. Eso mismo, con similar desvergüenza, ha sucedido no en Colombia, pero sí muy cerca, en la Venezuela de Maduro. Ese pasaje, por desgracia, es más realista que mágico, como lo son las escenas de las guerras interminables. También hay magia en esta historia: gente que levita, fantasmas, premoniciones, alquimia, epidemias de insomnio, un hilo de sangre que anuncia una muerte.

La adaptación de Cien años de soledad en dos temporadas de ocho capítulos, la primera ya disponible, ha recibido tantas palmas como pitos, alguno tan sonoro como el de Sergio del Molino: “Una serie horrorosa, un interminable anuncio de café”. Abordarla con las expectativas bajas quizás ayude a que no defraude. Los detractores pueden apoyarse en que el propio Gabriel García Márquez siempre se había negado a que su novela más conocida se adaptara al cine, aunque él admitía que tendría más sentido como una serie durante 10 años. Gabo defendía el derecho de sus seguidores a construir en su cabeza lo que leían y no asociar cada nombre a la cara de un actor: “Prefiero que mis lectores sigan imaginándose mis personajes como sus tíos y mis amigos y no que queden totalmente condicionados a lo que vieron en pantalla”. De ahí viene una visión de la novela como un tabú, algo intocable por la industria audiovisual.

¿Es la serie la obra maestra que sí es el libro? No, ni podía, ni debía proponérselo. ¿Podía estar al nivel de la prosa seductora y casi musical de Gabo? No, aunque aquí tratan el original con tanto respeto que la voz de un narrador nos lee algunos fragmentos, y eso es lo menos cinematográfico que ocurre. ¿Es demasiado prudente la aproximación al texto? Sí, porque así lo acordaron los hijos del escritor con los directores Laura Mora y Alex García López. ¿Cabría haberse despegado más de la novela, se podía haber buscado a un director con más nombre y más libertad para poner su propio sello? Sí, pero no era la idea. Las premisas de entrada eran dos: fidelidad extrema al original y producción 100% colombiana.

Con estos condicionantes, la serie es más que digna. Es bella la recreación de ese rincón del Caribe colombiano; deja que nos encariñemos de los personajes (por encima de todos, de Úrsula Iguarán, la madre coraje que lo sufre todo y tira del carro de los Buendía, un buen papel a partir de la madurez de Marleyda Soto); no elude lo más escabroso (como las relaciones incestuosas); deja fluir los tránsitos entre lo verosímil y lo inverosímil; resume bien las miserias del país, y supera la prueba de la acción en las batallas.

Claudio Cataño, como Aureliano Buendía en 'Cien años de soledad'. Juan Cristóbal Cobo / Netflix

¿Se simplifica en exceso una obra compleja y llena de matices? Claro, con eso contábamos, así es la tele. ¿Se puede ver la serie sin compararla con la tremenda experiencia estética que supone leer el libro? Es difícil, pero no imposible. Es verdad que aquí se nos muestra lo que la novela invita a imaginar con mayor maestría. Pero eso se ha hecho cientos de veces con los grandes autores de la historia: las obras de Cervantes, Shakespeare o Dickens, y no digamos las de Jane Austen, han sido llevadas a las pantallas con resultados dispares y sin tanto miedo. No ha devaluado nada el Quijote que muchos de sus lectores le pongan el rostro de Fernando Rey.

Hay otro hándicap en Cien años de soledad, y ese afecta también al libro. El llamado realismo mágico, que tanto influyó en los años del bum de la literatura latinoamericana, y que generó una legión de imitadores, no es tan reivindicado hoy. Con excepciones, las siguientes generaciones de autores de la región buscaron su propio lenguaje sin recurrir a lluvias de flores amarillas. Apostaron por un estilo seco, a veces minimalista, con más peso de lo íntimo (lo personal es político) que de la imaginación desbordante. Y los autores que sí abrazan la fantasía extrema, la terrorífica en particular, lo hacen hoy desde otros parámetros.

Que no esté de moda esa forma de narrar quizás sea un incentivo para volver a asomarnos a este universo personalísimo de Gabo. Atreverse a rodar Cien años de soledad era temerario, pero merecía la pena. Este Macondo te lo crees, a esta Úrsula te la crees. Hay demasiado respeto en esta adaptación, sí, pero está hecha con mimo. Es una manera distinta, defendible y honesta, nada perfecta, de disfrutar de nuevo de esta bonita y trágica historia. La obra no maestra que sí se podía hacer.

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