“Yo vivo de mi voz. Si me la emulan, estoy acabado”: Los actores de doblaje se movilizan contra la IA
El gremio ha negociado con las distribuidoras una cláusula que impide que se entrenen modelos automáticos con sus interpretaciones. Una primera línea de defensa para afrontar un problema que ya es real
Las voces desarrolladas mediante inteligencia artificial (IA) ya se pueden oír en audiolibros, vídeos corporativos o elearnings (vídeos formativos). Las series, las producciones cinematográficas y los documentales todavía le aguantan el pulso a la IA porque, en esos formatos, los matices de la interpretación marcan la diferencia, y ahí las máquinas, por ahora, no son convincentes. Pero eso podría cambiar a medida que avan...
Las voces desarrolladas mediante inteligencia artificial (IA) ya se pueden oír en audiolibros, vídeos corporativos o elearnings (vídeos formativos). Las series, las producciones cinematográficas y los documentales todavía le aguantan el pulso a la IA porque, en esos formatos, los matices de la interpretación marcan la diferencia, y ahí las máquinas, por ahora, no son convincentes. Pero eso podría cambiar a medida que avance la tecnología. Los actores de doblaje españoles se están preparando para ese momento levantando una línea de defensa que se está replicando en otros países: quieren asegurarse de que quienes contraten sus servicios no puedan usar su trabajo para entrenar modelos de IA.
“Hace ahora dos años, nos pusimos en alerta al ver que una empresa estaba grabando locuciones en las que se pedía a los artistas que expresaran distintas emociones. Ese fue un toque de atención, vimos que la cosa iba en serio”, recuerda Jaime Roca, actor de doblaje y presidente del Sindicato de Actores de Voz y Voice Talents de Madrid (AVTA). Roca fue uno de los promotores de Pasave (Plataforma de Asociaciones y Sindicatos de Artistas de Voz de España), que reúne a las 13 asociaciones sindicales españolas del gremio. El equipo de Pasave ha tenido una idea innovadora: invitar a sus asociados a que incluyan en sus contratos una cláusula que prohíba el uso de su trabajo para el entrenamiento de algoritmos de IA.
Tras una larga negociación, la plataforma logró el año pasado que la conocida como cláusula Pasave haya sido aceptada por todas las grandes distribuidoras, desde gigantes del streaming como Netflix, Disney+, Amazon Prime o AppleTV hasta las majors de Hollywood (Universal Studios, Warner Bros, Paramount), pasando por canales de televisión y algunas productoras de videojuegos. En total, 32 empresas están de acuerdo en que los actores de doblaje pidan esa salvaguarda.
En Francia o Italia se han dado pasos similares. Pero donde se ha ido más lejos es en EE UU. La huelga de actores y actrices de Hollywood les consiguió un buen blindaje: cuando se use IA generativa para crear un personaje que imite la voz o la imagen de un actor o actriz, o que esté integrado por rasgos reconocibles de varios profesionales, hay que pedir autorización a los afectados y pagarles derechos.
El sector más reacio a aceptar la cláusula Pasave es el del videojuego, que mueve más dinero que las industrias del cine y la música juntas. Aunque Pasave ha logrado acuerdos con productoras importantes como Riot Games, Epic Games o Ubisoft, no ha conseguido convencer a Microsoft, empresa matriz, entre otras, de Activision Blizzard. La tecnológica es también uno de los principales operadores en el mercado de la IA generativa gracias a Copilot y a su participación en OpenAI, la desarrolladora de ChatGPT.
Uno de los títulos que prepara Microsoft, Doom: The Dark Ages, puede salir sin versión en castellano. Los actores de doblaje se niegan a trabajar en el proyecto porque la desarrolladora quiere usar sus voces para entrenar modelos de IA. Lo mismo pasó con la última entrega de World of Warcraft, tal y como ha revelado un miembro del reparto en un vídeo: se ha distribuido sin doblar al castellano porque los actores se negaron a trabajar al no incluirse en sus contratos la cláusula Pasave. “No pedimos más dinero, solo que no usen nuestra voz para entrenar IA”, dice el actor Juan Navarro Torelló, que interpreta a uno de los personajes del superventas de Blizzard. “Estamos manteniendo conversaciones con los dobladores”, aseguró este miércoles el consejero delegado de Microsoft España, Paco Salcedo, a EL PAÍS en un encuentro con periodistas.
Otro gran desarrollador de videojuegos, Electronic Arts, está imponiendo a los actores de doblaje de Apex Legends una cláusula que especifica que estos ceden su voz para entrenar IA, según ha adelantado esta semana HobbyConsolas. El reparto ha renunciado en masa.
El entrenamiento es el principio
Las voces sintéticas, igual que los chatbots de texto como ChatGPT o los generadores de imágenes tipo Midjourney, necesitan un amplio archivo de ejemplos para entrenar sus algoritmos. Para que las voces emitidas por máquinas suenen creíbles, deben tratar de emular las emociones humanas, y eso se consigue procesando pistas de una misma voz diciendo frases que transmitan alegría, hastío, terror, premura, etcétera. De ahí el temor legítimo de que se use el material entregado por estos profesionales para entrenar una voz artificial que, en un futuro, podría acabar sustituyendo al propio actor.
“La cláusula Pasave es una protección de mínimos. Parece mentira que haya que reivindicar algo tan obvio”, opina Felipe Garrido, de 39 años. Este madrileño es locutor y actor de doblaje desde 2012. Ha interpretado a Donkey Kong en la película Súper Mario Bros o a Sargon en el videojuego Prince of Persia: The Lost Crown. En su caso, el trabajo no ha flojeado, pero es consciente de que la amenaza está ahí. “Es algo de lo que hablamos constantemente con los compañeros”, asegura.
Eso mismo dice Sara Iglesias, actriz y directora de doblaje de 40 años. Durante años ha hecho muchos vídeos corporativos; en los últimos meses no le han llamado ni una vez para eso. Afortunadamente, la tijera no ha llegado todavía al doblaje, pero ya se ha buscado un plan B por si sucede: se ha sacado un Máster en Yoga que le permitiría dar clases. No considera que la cláusula Pasave sea suficiente para parar este tsunami. “Tengo compañeros que son más optimistas, pero yo creo que en cosa de dos o cuatro años, las productoras ya no necesitarán contar con nosotras. La IA no se pone mala, no hay que darle de alta en la Seguridad Social… Lo único que puede salvarnos es que haya una ley que nos proteja en ese sentido. Y, de momento, no la hay”.
El Ministerio de Cultura preparó el año pasado un real decreto de licencias para la IA generativa dirigido a proteger los derechos de los creadores. Sin embargo, el proyecto recibió duras críticas de varios autores: el sector está dividido entre los que consideran justo que se les compense por el uso de su trabajo para alimentar modelos de IA y quienes quieren evitar que eso suceda a toda costa, al entender que la IA acabará con su profesión. Ante esta situación, el Gobierno decidió en enero retirar la tramitación del real decreto y abrir un diálogo con el sector cultural en busca de un acuerdo.
Problemas muy reales
Mientras el sector trata de protegerse de cara al futuro, el presente ya es un quebradero de cabeza para algunos. Borja Abad, de 41 años, lleva una década dedicándose a la locución publicitaria. Su voz suena familiar. Con el tiempo se ha especializado en anuncios, cursos online y vídeos corporativos. Dice que en los últimos dos años su facturación se ha reducido a la mitad. “Lo que se ha comido la IA son los vídeos más baratos de producir. Afortunadamente, la ola no ha llegado todavía a la publicidad televisiva”.
Ese 50% de descenso es una cifra repetida por la mayoría de profesionales consultados durante la elaboración de este reportaje. Antonio Abenojar, de 62 años y desde los 18 en el negocio, esgrime también esos números en sus trabajos relacionados con audioguías, elearnings y corporativos. Compensa la caída con la versatilidad de su perfil: también es actor y director de doblaje. Ahora mismo está trabajando en un documental para TVE. “Yo tengo clientes de todo tipo y procedencia, de EE UU a China o Europa. Quienes te pagaban bien, sigue estando ahí. Pero los que siempre te han racaneado, esos han desaparecido. Les da igual que lo hagas tú o una máquina”, explica.
A Ángel Morón, actor, locutor y formador en oratoria y voz de 53 años, le llegó hace tres meses un mensaje de un amigo en el que le preguntaba si el vídeo que le mandaba lo había locutado él. “Hace un año le puse voz a una campaña del Gobierno titulada No es magia, son tus impuestos. Resulta que un tipo utilizó mi voz en un vídeo en el que hablaba sobre cómo se usaba el dinero público en los vuelos del Falcon, el avión del presidente. Yo notaba algún matiz raro, pero apenas perceptible por quienes me conozcan. Se podría decir que era yo”, recuerda. A Morón le clonaron la voz usando los vídeos de esa campaña. Trató de contactar sin éxito con el autor del vídeo. Al final lo dejó correr. Esa serie de vídeos siguen en YouTube. “Yo vivo de mi voz. Si nos la emulan, estamos acabados”, reflexiona Morón.
Lo que le ha ocurrido a Juan Antonio Bernal, toda una institución en el mundillo, va un paso más allá. Este barcelonés de 62 años le pone voz a actores como Robert Downey Jr, Viggo Mortensen, Kevin Bacon, Tim Robins, Benicio del Toro, Val Kilmer, Ben Stiller, Colin Firth y otra treintena de estrellas de Hollywood. A Bernal le avisaron hace un año y medio de que una empresa, ElevenLabs, vendía su voz por un euro: eso era lo que costaba personalizar un vídeo con su reconocible timbre. “Si quieres conseguir la voz de Iron Man, pincha en este enlace’, decía el anuncio que hicieron con mi propia voz”. Pronto apareció en TikTok una serie de 30 vídeos en los que su voz explicaba en tono jocoso por qué le molestaban distintas profesiones. Bernal pidió consejo a abogados de DUB, la asociación sindical de doblaje de Barcelona y, tras darle vueltas, concluyó que hay un vacío legal y que poco podía hacer al respecto.
“El derecho al honor, la intimidad y la propia imagen, consagrado en el artículo 18 de la Constitución, incluye el nombre y la voz, que se consideran derechos de la personalidad o personalísimos”, explica Borja Adsuara, experto en derecho digital. “Tu voz es un dato personal, y no se puede usar sin tu autorización, igual que el iris, la huella dactilar o el reconocimiento facial”, abunda. En caso de que se vulnere ese derecho, se puede ir por la vía penal o administrativa. Pero el camino puede ser lento y farragoso.
El panorama no es alentador. Las voces sintéticas se están imponiendo allí donde pueden. Solo resisten los trabajos que requieren de mayores matices en la interpretación. Para Garrido, la gran esperanza del sector es el público. “Tienen el poder de decidir si aceptan este cambio de paradigma. Me gusta pensar que no se contentarán con cualquier cosa”.