“Son un arma de doble filo”: los jóvenes LGTBIQ encuentran odio y refugio en las redes sociales

Investigaciones recientes señalan que la comunidad utiliza internet como un espacio donde formar conexiones y desarrollar su identidad, pero cambios en las políticas de uso de las plataformas podrían volverlas un lugar más hostil y peligroso

Marta Alonso, una chica trans de 24 años, consulta sus redes sociales desde su móvil en el centro de Vigo.ÓSCAR CORRAL

Todo lo que Marta Alonso necesitaba era tiempo y la pandemia de coronavirus se lo dio. Poco antes del confinamiento, la joven —24 años, nacida y criada en Vigo— había empezado a estudiar filología en la universidad, matriculada como un chico. Así había vivido siempre. Pero la onda expansiva del mundo universitario agrietó la fachada que la joven tenía cuidadosamente construida y las preguntas empezaron a colarse. Marta reconoce que en ese momento no estaba lista para ser honesta con las respuestas. Hasta que el aislamiento la arrinconó y ya no pudo seguir escapando. Ahora sí quería intentar resolver las dudas sobre quién era.

—Las redes sociales fueron una ventana al mundo que yo quería conocer: el mundo trans.

En Instagram, YouTube y TikTok, Marta encontró las historias que no sabía dónde buscar fuera de la virtualidad. Algunas de esas historias tenían finales felices, el tipo de final al que la población trans no está acostumbrada. Otras no tanto. La joven rastrillaba internet en la seguridad de una cuenta anónima para no exponerse entre sus conocidos. No tardó mucho en encontrar lo que tan desesperadamente buscaba: a otras personas iguales a ella. Una chica trans en Santiago de Chile, otra en Boston, otra en Barcelona. Todas contaban, a miles de otras Martas repartidas por el mundo y confinadas en sus casas, experiencias de transición. Hormonas, burocracia, procesos legales, intervenciones médicas, más burocracia. El testimonio de estas mujeres le dio a Marta el valor suficiente para salir del armario.

“Las redes fueron un impulso y estuvieron bien para un inicio, pero hubo un momento en el que empezaron a ser insuficientes. Quería conocer a gente como yo dentro de mi ciudad, que coja el autobús que yo cojo o que fuera al supermercado donde yo hago la compra”, explica la joven. Paradójicamente, fue un hallazgo dentro de Instagram lo que la hizo salir de él. Marta se topó con las cuentas en redes sociales de una organización que trabaja en Galicia a favor de los derechos de las personas LGTBIQ. “Allí recibí mucho asesoramiento, estaba muy perdida y no sabía por dónde empezar a hacer cambios. Tuve suerte, hay personas de la comunidad cuyo único recurso son las redes sociales”.

Esa ventana al mundo que Marta encontró para poder aprender de su identidad trans podría estar a punto de cerrarse. A mediados de enero, y tras la victoria electoral de Donald Trump, Meta —la compañía de Mark Zuckerberg que incluye a Facebook, Instagram y WhatsApp— anunció una actualización de sus políticas contra conductas de odio, y la retirada de su programa de verificación de datos y moderación de contenido. Ahora, personas iguales a Marta podrán señalarse como “enfermas mentales” sin ningún tipo de consecuencia. Esta medida desprotege a uno de los grupos sociales más vulnerables de todos: las personas LGTBIQ reportan más del doble de intentos o ideas de suicidio que la población en general. En muchos casos, la génesis de esas ideas está en el odio que circula en internet.

“Esto es grave y me preocupa”, dice Pío Brando Huaycho, psicólogo y coordinador de un grupo de jóvenes LGTBIQ en COGAM, organización que defiende los derechos del colectivo en Madrid. Todas las semanas, en la sede de la organización, un grupo de entre 10 y 20 jóvenes se reúnen para acompañarse e intercambiar vivencias. El tema de las redes sociales ha salido más de una vez. “Cuando los jóvenes son expuestos a tanto odio, esas ideas empiezan a meterse dentro de ellos y los convencen de que tienen algo que está mal”, explica el psicólogo.

Esto, claro, se manifiesta fuera de la pantalla. En general, los adolescentes y adultos jóvenes que se identifican dentro del espectro LGTBIQ informan de más problemas de salud mental que sus pares heterosexuales o cisgénero (personas cuya identidad de género coincide con el sexo asignado al nacer). Una encuesta estadounidense encontró que el 67% de los jóvenes de la comunidad experimentaron síntomas de ansiedad y el 54% de depresión.

Conexión en línea

Una serie de investigaciones ha explorado en los últimos años cómo los jóvenes LGTBIQ utilizan las redes sociales para “apoyar el desarrollo de su identidad, encontrar espacios de afinidad en línea y formar conexiones con sus pares”. Tanto es así que “las minorías sexuales y de género, pueden beneficiarse de manera única de las oportunidades que brindan las redes”, detalla una extensa revisión publicada este año por el Laboratorio de Bienestar Digital de la Universidad de Harvard.

Konstantinos Argyriou, doctor en estudios interdisciplinares de género por la Universidad Autónoma de Madrid, reafirma esta idea de que los jóvenes LGTBIQ encuentran en internet un espacio seguro para hacerse preguntas sobre quiénes son. “Esto supone una apertura para poder narrarse, contarse, descubrirse a sí mismos y encontrar algunas respuestas, porque verdades contundentes no podemos encontrar en ningún sitio”, explica.

Ana Valeria Pérez, joven madrileña de la comunidad LGTBIQ, en Carabanchel. Pablo Monge

Eso fue lo que le sucedió a Ana Valeria Pérez, una chica de 22 años, lesbiana y de Madrid, que tiene un canal de YouTube donde cuenta sus “dramas” a una pequeña comunidad de seguidores que resuenan con su historia. La joven asegura que internet fue un refugio en los momentos de mayor incertidumbre y soledad. “Yo salí del armario para mis padres gracias a un vídeo que subí a redes sociales”, dice.

Como buen espejo de la sociedad —donde una de cada cuatro personas LGTBIQ de entre 18 y 24 años ha sufrido acoso por su orientación sexual— las redes sociales ya eran un lugar hostil para la comunidad, incluso antes de que Meta modificara sus políticas. “Un arma de doble filo”, como las definen varios artículos científicos que estudiaron cómo dentro de internet, estos jóvenes suelen tener experiencias más positivas y más negativas en comparación con sus pares heterosexuales.

Marta, la chica trans de Vigo, reflexiona: “Son un arma de doble filo porque un joven que tiene dudas es un joven vulnerable, y ciertas cosas que te llegan en redes pueden ser demasiado dañinas. Pero también son un escape, sobre todo para aquellos que viven en un lugar donde no existen referentes LGTBIQ”. Un estudio publicado en 2020 confirma esta idea de que “quienes viven en áreas rurales encuentran un mayor valor en los espacios en línea”. Sobre todo, teniendo en cuenta que menos del 40% de los jóvenes de la comunidad consideran que sus hogares físicos reafirman su identidad.

“Internet ha permitido a muchas personas dar los primeros pasos para salir del armario”, dice William Gil D’Avolio, director ejecutivo de la Federación Estatal LGTBI+ (FELGTBI+). “Los adolescentes han podido encontrar un espacio donde compartir experiencias y han creado una red de apoyo”, añade. Una investigación de Hopelab, arrojó que las personas trans con relaciones parasociales —aquellas que sea dan entre influencers y seguidores— más sólidas tenían niveles más altos de orgullo personal y conexión comunitaria. “La visibilidad de los creadores de contenido trans puede ayudar a los jóvenes a superar desafíos o sentimientos de aislamiento”, apunta el texto.

El otro filo

El otro filo en las redes es el odio. Un estudio de 2024 reportó que el 76% de las personas trans informaron haber sido acosadas en línea alguna vez y el 47% de las personas LGTBIQ dijeron haberlo sido en los últimos doce meses. Marta le pone el cuerpo a la estadística: “Tuve interacciones violentas en redes sociales. Yo respondía a esos mensajes por la impotencia, pero me di cuenta de que es un debate estéril porque muchos de los ataques son desde el anonimato”. Todos lo saben: las redes funcionan así.

Una mujer ondea una bandera LGTBIQ durante una manifestación del Orgullo en Madrid.SOPA Images (SOPA Images/LightRocket via Gett)

Un informe elaborado por FELGTBI+ y 40dB, presentado el año pasado, evidenció que una parte importante de los discursos de odio contra el colectivo LGTBIQ en la red social X dentro de España proviene de cuentas falsas. “Los datos apuntan a que se trata de estrategias organizadas para estigmatizar y humillar a las personas de la comunidad que, además, X permite con total impunidad”, asegura Gil D’Avolio. Y añade: “Necesitamos herramientas que permitan que estos espacios de socialización, tan importantes para la juventud, sean seguros y libres de violencias. Los recientes cambios en Meta ponen de manifiesto la importancia del Estado de derecho frente a las voluntades individuales y comerciales”.

A Enrique Anarte, periodista y creador de contenido LGTBIQ en TikTok e Instagram, le pasó igual que a Marta. “Yo no doy mi opinión sobre ningún tema en mis vídeos, solo información, y aun así no me escapo de la homofobia o de comentarios que un hombre hetero no recibe cuando está informando sobre el tema”, relata.

Anarte, que trabaja para Openly, la plataforma de divulgación LGTBIQ de la Fundación Thomson Reuters en Instagram y TikTok, cree que la comunidad no puede cederle el espacio a los movimientos reaccionarios, porque internet siempre ha sido un lugar donde “las historias de personas marginalizadas que nunca llegaron a la portada de un periódico o un programa de televisión, encontraron su lugar”. Argyriou apunta en la misma dirección: “Muchas minorías no están dispuestas a renunciar a él solo por el hecho de que se vuelva un sitio más hostil. La hostilidad siempre ha estado ahí, solo que ahora tiene mayor legitimidad”.

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