“Obligo a usar ChatGPT en mis clases”. Así es la irrupción inexorable de la nueva IA a las aulas
La nueva aplicación que genera textos con inteligencia artificial amenaza con cambiar algunos modelos de educación, tras alcanzar millones de usuarios en pocos meses
“El primer día quemé las naves”, dice Francesc Pujol, profesor de la Universidad de Navarra. “En la primera sesión del semestre dije: bienvenidos a esta asignatura, hay bastantes trabajos y en todos vais a tener que usar ChatGPT obligatoriamente”. Con esta frase inicial, Pujol ya no podía echarse atrás. Tenía que rediseñar todas las tareas para adaptarse a la nueva gran ...
“El primer día quemé las naves”, dice Francesc Pujol, profesor de la Universidad de Navarra. “En la primera sesión del semestre dije: bienvenidos a esta asignatura, hay bastantes trabajos y en todos vais a tener que usar ChatGPT obligatoriamente”. Con esta frase inicial, Pujol ya no podía echarse atrás. Tenía que rediseñar todas las tareas para adaptarse a la nueva gran herramienta impulsada por inteligencia artificial, ChatGPT, cuyo uso se extiende de manera extraordinaria.
“Cuando presenté mi plan en todas las clases, un 90% no sabía qué era”, dice Pujol. “Me quedé helado. Aunque hoy ha cambiado de manera radical”. Pujol da clase a alumnos de economía, empresa y diseño. Cree que su estrategia tiene una ventaja evidente: “Como me atreví a hacer eso el primero, los alumnos han llegado a ChatGPT por mí. Así que no lo han usado primero contra el sistema, sino desde él”. “Con esa invitación, su manera de trabajar no ha sido en plan piratas al asalto”, asegura, solo para ahorrarse tareas y resolver deberes por la vía fácil.
La educación es uno de los usos más obvios y con más potencial disruptivo de ChatGPT. Aunque tenga ahora una opción de pago y la gratis sea más limitada, la variedad de aplicaciones con funciones similares es ya imparable: ChatGPT resume lecciones largas en un perfecto español, usa palabras sencillas para explicar problemas complejos y redacta textos con los puntos principales de teorías filosóficas. Es ideal para hacer deberes, contestar preguntas y escribir redacciones, fórmulas o incluso código informático.
“Nos van a poner un 10″
En conversaciones con una docena de profesores y estudiantes, EL PAÍS ha comprobado cómo en apenas unas semanas es difícil encontrar centros donde algún docente no lo haya mencionado, temido o algún alumno no se haya sorprendido viendo cómo le facilitaba su labor. “En el grupo del proyecto lo conocíamos todos, excepto una chica, y para el trabajo fue increíblemente útil”, dice una estudiante de 17 años de Madrid, que pide no revelar su nombre. “Seguramente nos pongan un 10 gracias a eso”, afirma. El trabajo era un plan de negocio y a los estudiantes no se les ocurrían debilidades, fortalezas, clientes posibles. “Le pedimos a ChatGPT que lo elaborara y la verdad es que copiamos todo, aunque quitamos algunos ejemplos que nos parecían demasiado elaborados para ser nuestros. Pero nada más”, explica.
En la clase de esta estudiante han encontrado rápido otro tipo de uso: “Sé que en el curso está bastante extendido utilizarlo para hacer resúmenes de historia y lengua para la selectividad. Nos dan el tema, que suelen ser 3-5 hojas, se lo copias a ChatGPT y le dices que lo resuma en 50 líneas, te quitas todo el trabajo de resumirlo tú y son resúmenes muy buenos”, dice.
Los profesores se las saben todas
La certeza más probable es que el uso de aplicaciones como ChatGPT va a extenderse. Luego cada docente escogerá su camino y tendrá sus trucos en el cajón para lidiar con el impacto sin tener que prohibirlo: “Desde el comienzo de los tiempos, cada vez que ha surgido un método de copieteo nuevo, lo hemos pillado y puesto remedio”, dice Jesús Mañá, profesor recién jubilado del instituto Fray Pedro de Urbina, de Miranda de Ebro. “Un profesor sabe qué nivel de lengua utiliza cada chaval, así que es muy fácil pillar si lo ha redactado o no: adjetivos, conceptos, expresiones, palabras ómnibus. De ahí la utilidad de las pruebas orales”. Mañá cree que mejorará “seguro o aportará más conocimiento, si se les acompaña o guía”. “Hacer chuletas ha sido siempre el mejor aprendizaje para sintetizar, el problema estaba en sacarlas”, añade.
La manera sutil de introducir la presencia de ChatGPT en las aulas parece una técnica habitual: si el profesor dice que lo sabe, los alumnos serán menos dados a usarlo como trampa. “Intenté no sospechar al preguntar si lo conocían”, dice Lola Torres, profesora de lengua en Barcelona. “Así también sabían que yo sabía lo que era”, añade, “les propuse un par de actividades para que ellos vieran indirectamente que yo sabía. Conozco la herramienta y la vamos a usar en clase para que saquen más partido”.
El modo de sacar partido es uno de los misterios. Pujol, de la Universidad de Navarra, ve dos opciones claras en el planteamiento de su uso: como sustituto o como colaboración. “La invitación que hago a los estudiantes es que ChatGPT les puede llevar mucho más lejos si tienen en cuenta estas dos opciones: uno, que ChatGPT os lleve mucho más rápido a los resultados, pero que aprendáis menos o, dos, que lo uséis para aprender mejor. Si sustituye tu trabajo, anula tu capacidad de pensamiento independiente, de análisis, de búsqueda. Si te acompaña en ese proceso de pensamiento crítico, de reflexión, podrás poner en una dimensión superior tu capacidad de análisis”, desarrolla el docente.
También se equivoca
ChatGPT a menudo se equivoca o confunde conceptos, a pesar de dar una respuesta aparentemente convincente. Un estudiante de FP de 20 años de Navarra explica a EL PAÍS cómo ChatGPT le ayudó a sacar un 8, pero su ayuda fue escasa: “Le pedí 200 palabras sobre una prueba de vacío en una instalación de refrigerante”, dice. “Lo explicaba como algo superficial, no exactamente lo que me gustaría haber leído. Es un tema específico en el sector de cámaras frigoríficas y climatización, así que igual no tiene mucha idea de eso”, explica. Solo sus propios conocimientos le permitieron mejorar la respuesta de ChatGPT. “Para cosas técnicas, debes conocer del tema del que le preguntas”, explica.
Cada materia verá la aparición de ChatGPT como una amenaza distinta: no es lo mismo pedir un ejercicio con verbos en inglés (abundan) que una descripción del funcionamiento preciso de un radiador que se vende solo en Canarias. Román Álvarez, profesor de filosofía del instituto Jaume I de Salou (Tarragona), describe así esta novedad: “ChatGPT es para el resto de asignaturas lo que el traductor de Google fue para el inglés”, dice.
Álvarez escribió un correo a todos los profesores de su centro. Había estado probando con la aplicación y quería advertir a sus compañeros antes de que fuera tarde: “O montamos la ola o nos hunde”, fue su intención. “Ha habido gente que me lo ha agradecido”, añade. No hay una respuesta unánime cuando estos docentes son preguntados por sus colegas, aunque los que están menos acostumbrados procuran no mirar: “Están pasando fases del duelo. Muchos están en la fase de negación, que es buscar los errores, mira qué tontería, qué horror”, dice Pujol.
Los alumnos saben lo que hacen
Álvarez ha mandado sus primeros deberes con ChatGPT: hacer preguntas para que la máquina responda como si fuera Thoma Kuhn, un filósofo de la ciencia. El primer día que habló de ChatGPT, Álvarez lo escribió en la pizarra y preguntó quién lo conocía: “Nos sorprendió mucho”, dice uno de sus alumnos. “Nos habíamos acostumbrado a escuchar a otros profesores hablar negativamente de la web, así que el hecho de que uno de ellos nos dijera que la usáramos fue raro, ¡nos pareció interesante esta forma de usar el chat también! Fue de las clases de filosofía en la que más atención prestamos”.
La cautela o desazón de algunos docentes contrasta con este entusiasmo tranquilo de los jóvenes. Su conocimiento natural de las ventajas y limitaciones de la herramienta es notable. Así lo explica Enrique Muñoz, de 23 años, que estudia un grado superior de Administración y Finanzas: “Permite hacer un guion o una base de un tema y ahí ya tienes hecho lo difícil, que es empezar. Solo tienes que profundizar por tu cuenta, es como los ruedines de la bici, te ayudan a aprender, pero cuando los quitas, descubres que puedes llegar más lejos”.
Lo usó para un trabajo de la ley de Protección de Datos, después de “mucho rato” leyendo tomos de leyes: “No me enteraba de la mitad, entonces me dio por probarlo y, para mi sorpresa, me dio un texto bastante extenso pero muy fácil de entender. Así la lectura grande seguía existiendo, pero con una idea básica que me ayudaba a entender mejor el tema”, dice.
Los profesores tienen dudas
A algunos profesores les preocupa que estas “ayudas” de ChatGPT no sean correctas y hagan descarrilar al estudiante: “Los alumnos universitarios aún están en un proceso de formación para aprender a construir argumentos lógicos y defender sus puntos de vista, y estas herramientas pueden darles una vía fácil para saltarse ese paso”, dice Víctor Pérez Hernández, profesor de la Universidad Iberoamericana (México). “Aunque muy probablemente esas habilidades que ya no aprenderán, como escribir un texto coherente y claro, las cambiarán por otras, como dar instrucciones precisas a la máquina y juzgar adecuadamente las respuestas generadas por la IA. Aún desconocemos mucho sobre las consecuencias de largo plazo de este cambio”, dice.
Nadie será un experto inmediato y menos de una herramienta que sigue en desarrollo: “Mi objetivo no es convertirme en experto, ni que lo sean mis alumnos, sino proporcionarles conocimientos que les permitan aprovechar estas tecnologías y que además sean útiles a medida que aparezcan más soluciones”, dice Jorge Ordovás, profesor de la Universidad Europea. Pujol pedirá un informe con capturas de pantalla junto a los trabajos para ver cómo han usado ChatGPT. “Empiezas a aprender individualmente, pero luego en clase le daré una segunda vuelta con la puesta en común: de los 30 que estáis en clase, muestro las mejores prácticas, fijaos las preguntas que han hecho y fijaos cómo lo han reconducido”, explica. Así espera que las peticiones vayan mejorando con los trabajos.
Algún uso refinado como ejemplo
El perfeccionamiento del uso de la herramienta de cada docente depende en parte de su materia y del tipo de trabajo que hacen los alumnos. A Lucas L. Pose, profesor de lengua y literatura, le parece una ayuda más y no decisiva para el proceso de escritura: “Suelo trabajarlo en clase, por lo que el proceso de escritura se vuelve algo más importante que la escritura en sí. Si tienen que describir algo, les explico cómo funciona la descripción, su estructura y sus formas, y luego el alumnado pone en práctica lo aprendido. Sin embargo, no se trata de enviar de tarea una descripción y traerla al día siguiente, sino que van entregando pequeños borradores en los que voy corrigiendo las cosas en las que quiero que presten atención y poco a poco van elaborando un texto de manera más fructífera que si tan solo entregaran un texto y obtuvieran una nota. Así que el resultado final, si lo hicieran con la IA, poco tendría de valor en la nota porque el grueso del trabajo ha sido en clase y ha sido supervisado en su proceso. La redacción final es simplemente la guinda final”, dice.
Las revoluciones son lentas y los docentes que ven con una “sana distancia escéptica” la llegada de esta herramienta es porque ya tenían un tipo de evaluación más adaptado: “En mi modo de evaluación el estudiante debe elaborar y pensar por su cuenta utilizando determinados materiales”, dice Alberto Ribes, profesor de Sociología de la Universidad Complutense. “De modo que no estoy entre los apocalípticos ni tampoco entre los integrados. Lo veo desde una sana distancia escéptica. Me parece que será un recurso más puesto a disposición de los estudiantes. Los habrá que aprovechen óptimamente este recurso y otros que no lo harán”.
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