¿Eres más racista o más narcisista?

Las sospechas del autor disparan hacia el contagio racista que ha ido experimentando no solo la sociedad española sino también las fuerzas políticas de izquierdas

Personal de Cruz Roja ayuda a una persona migrante recién llegada en cayuco a El Hierro.Gelmert Finol (EFE)

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Hoy ser racista “mola”, no solo ya en supuestas atalayas mediáticas o en las redes sociales; también, cada vez más, en nuestros propios hogares. Serlo o parecerlo está de moda porque ayuda a creernos superiores, como Narciso, cuando según la mitología griega se vio reflejado más guapo y perfecto que nunca en la imagen que le devolvía aquel charco. Así se ven muchos hoy con respecto a los migrantes, con un aire irrazonable de superioridad, borrachos de auto-atención y cada vez menos comprensivos con los sentimientos de los demás, sobre todo si son pobres o nos devuelven una imagen de nosotros mismos que no es la idealizada. Decir que España es un país racista va en contra de esta autocomplacencia excesiva que rebosan hoy las sociedades acomodadas y oculta, si me permiten la provocación, un trastorno narcisista, potenciado por un menú de fast food ideológico que señala a “los otros” como los culpables de todos nuestros supuestos males, prendiendo el miedo que inflama la gasolina populista. Aquella charca de Narciso es hoy la ciénaga política en la que chapotean los argumentos falsos y exagerados contra los migrantes, un relato público que ha desembocado en el mayor rechazo sociológico a la inmigración que jamás se haya constatado en España, del que se ha escrito mucho a raíz de las últimas encuestas del CIS o de 40db para el grupo Prisa, pero menos sobre el necesario ejercicio de autocrítica desde los medios de comunicación sobre cómo contribuimos también a esa radiografía porque la verdad, si es que todavía importa, desmonta todos los falsos mitos que se están levantando contra la población que se sigue estableciendo entre nosotros.

¡PUF! ¿Otro artículo sobre inmigración? ¿Otro análisis endogámico desde el periodismo “progre” sobre las migraciones de nuestro tiempo? ¿Otra vez a señalar lo racistas que son los otros y lo buenos y empáticos que somos los que simplemente no aireamos odio en nuestros comentarios públicos? ¡Qué pereza! Yo también la siento, de verdad, así que voy a tratar de evitarles el tedio partiendo de un titular con dosis de provocación y populismo clickbático. Sí, tuneando un poco la pregunta de moda de Broncano, y huyendo de los tópicos para que al menos pasen del primer párrafo y, de paso, si me lo permiten, desde la frustración, desahogarme o hacer terapia de grupo al compartir mi visión acerca de cómo estamos construyendo un imaginario sobre los migrantes que hace aguas.

Nunca en la historia se escribieron, radiaron o televisaron más y mejores reportajes que expliquen como ahora la realidad, las historias humanas, los motivos o la vida cotidiana de los migrantes que siguen llegando a España o a cualquier otra parte del mundo. Nunca habíamos tenido en nuestro país más y mejores periodistas formados en esta materia, una generación que ha crecido en paralelo al período de mayor llegada de personas extranjeras a nuestro territorio en las tres últimas décadas. Pero tampoco nunca en la historia sociológica española se había expresado como hasta ahora tanto odio y racismo hacia los migrantes como reflejan las últimas encuestas del CIS o la de 40db publicada por EL PAÍS y la Cadena SER, en las que se señala, entre otras percepciones, que tres de cada cuatro españoles vinculan la inmigración a conceptos negativos.

Son ideas que por mucha importancia que nos sigamos dando los medios de comunicación ya no se forjan principalmente a través de nosotros porque la realidad es otra. Los contenidos periodísticos sobre migrantes no solo no generan interés sino que bajan las audiencias. ¿Será por cómo los estamos contando? ¿Cómo contribuir a una sociedad menos expuesta a manipulaciones si hoy las noticias o la conciencia que se genera sobre el tema del momento duran menos que la sonrisa de un selfi?

¡PUF! de nuevo, sí, pereza. Pero de la que me lleva hace tiempo a asociar todo lo que se dice o se escribe sobre inmigración con tres ideas: Paternalismo, Utilitarismo y Fango. De estos tres ingredientes se nutre buena parte del relato político y mediático para cocinar el potaje mental que explica cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Por qué España se está convirtiendo en un país cada vez más racista?

Paternalismo

Tratar de seguir repitiendo la idea falsa de que los migrantes que se mueven por el planeta son pobrecitos que huyen sobre todo del hambre o las guerras es seguir mirando al horizonte con anteojeras, sí, esas que se les colocan a los caballos para limitar su mirada. Reducir las razones que llevan a una persona a moverse a un manojo de tópicos manidos no ayuda a explicar la realidad pero, eso sí, ayuda a pensar menos. Es lo que sostiene Hein de Haas en su libro Los mitos de la inmigración: 22 falsos mantras sobre el tema que más nos divide (Península), en el que desmonta muchos de esos ingredientes mentirosos del fast food ideológico que tanto cala. En una entrevista en EL PAÍS, con una de las periodistas que mejor narra la realidad de las migraciones en lengua hispana, María Martín, este catedrático de Sociología de la Universidad de Ámsterdam sostiene que “lo más importante que hay que tener en cuenta es que la mayoría de los inmigrantes ilegales vienen legalmente, así que ni siquiera un muro fronterizo perfecto puede detener esto. Mi estimación es que nueve de cada diez africanos que emigran a Europa lo hacen legalmente, pero como vemos todas esas imágenes de barcos tendemos a sobrestimar la contribución del cruce ilegal de fronteras”.

No solo los africanos. Más del 99% de las personas que han emigrado a otro país en las últimas tres décadas lo hicieron en avión o conduciendo su propio coche, así que basta ya de asociar la imagen de los movimientos migratorios a la de la foto de un cayuco o una patera. Recuerda De Haas que no hay más inmigrantes que nunca moviéndose por el planeta. De hecho, solo suponen el 3% de la población mundial, y la única diferencia con respecto a otros momentos de la historia, en la que siempre nos hemos movido, es que ahora el grupo mayoritario de los migrantes ya no son los europeos, como siempre fue hasta mediados del siglo pasado. La realidad entre quienes se enfrentan a una guerra o una hambruna es que muy pocos tienen la posibilidad de elegir salir de sus fronteras. Reducir las migraciones a esa imagen preconcebida es simplista y contribuye a ahondar en tópicos, como los que destruye Dipo Faloyin en su libro Äfrica no es un país, donde señala que le indigna ver África asociada a la imagen de millones de hambrientos que conviven con animales salvajes. Lo que le cansa es ver películas, libros, reportajes u ONG de salvadores blancos vestidos de caqui que este escritor nacido en Chicago y de familia nigeriana tritura en 407 páginas. Spoiler: si son amantes de la película Memorias de África, van a salir calentitos.

Utilitarismo

Son los trabajos disponibles, “y no la desigualdad ni la pobreza, el principal motor de la migración internacional”, sostiene De Haas en el libro de moda sobre las migraciones. La idea cacareada de los que quieren enfrentar el auge populista xenófobo usando el argumento utilitarista de que necesitamos a los migrantes para seguir sosteniendo nuestra economía es por supuesto válida pero no es del todo justa. Por un lado, solo los consideramos brazos y no personas, y por otro, tampoco es que esté contribuyendo a pinchar el globo del auge de la xenofobia. Otro tópico utilitarista es el demográfico: ya no tenemos niños en las sociedades más enriquecidas, la esperanza de vida se ha alargado a niveles cada vez más grandes (España es un ejemplo extremo en ambos casos) y si no vienen los migrantes esto se va al garete. Cierto, y no, porque como dice De Haas, “tampoco es posible recurrir a la inmigración para resolver el problema demográfico de nuestras sociedades envejecidas porque para conseguirlo necesitaríamos promover unos niveles de inmigración políticamente inaceptables y nada realistas”.

En definitiva, reducir a los poco más de seis millones de migrantes establecidos en España a trabajadores y “reponedores” demográficos, como hacen también muchos medios de comunicación, ni refleja la realidad ni está sirviendo tampoco para parar la ola de odio racista. Reducirlo a una masa laboral que ocupa los trabajos que los españoles ya no quieren es también tramposo. Fíjense que, tirando del mito de Narciso, hay algunos que se creen con estatus superior por tener trabajadoras del hogar de determinadas nacionalidades. Es muy humano creerse superior cuando te van las cosas medianamente bien, pero contratar (aunque en la mayoría de los casos ni siquiera lo hacen) a una persona extranjera para que te ayude en casa no te hace ser mejor que ella. Lo siento, Narciso de nuestro tiempo.

Fango

Soy de unas islas, Canarias, donde hemos pasado en poco tiempo del “fuera godos” al “fuera moros”. Qué decir del rechazo sentido por los emigrantes andaluces en otras regiones tan vanguardistas del Estado español. En España siempre hemos odiado muy bien, no hay que irse muy lejos. Primero entre nosotros, y ahora como deporte nacional hacia “los otros”. Fíjense en el colectivo más señalado en los últimos años por los vómitos racistas: los menores marroquíes, descritos como violadores y ladrones desde los estercoleros de la ultraderecha, pero no solo, y ahí está el problema. “Es que no es lo mismo el negro que el moro” es la frase que más he escuchado incluso en algunos trabajadores de centros de menores tutelados por toda España. La estigmatización y la mentira se expande de muchas maneras, por ejemplo simplificando la realidad de esa infancia migrante con unas siglas, MENA (Menor extranjero no acompañado), convertida ahora en una especie de insulto o alerta. Lodazal de odio y bulos que no es solo patrimonio de la España Cañí. En Colombia cada vez repiten más que nunca habían tenido tanta delincuencia en sus calles hasta que llegaron los venezolanos. Les aseguro que hay muchos que se lo creen. En Chile, que también eligió un gobierno de izquierdas, repiten mensajes muy parecidos. Ya no hace falta ser Meloni, Le Pen, Trump o Abascal para difundir xenofobia; ese olor pestilente nos llega por todas partes y ha penetrado en nuestras familias, incluso en las más abiertas, porque ¿hay algo más racista que un “pero”? ¿Qué decir del nivel de islamofobia que con total impunidad se comparte? A ello contribuyen muchos medios de comunicación de manera activa o pasiva, sí, y los llamados serios también, con demasiados ejemplos para colocarnos ante el espejo de Narciso. El más manoseado: Ucrania. Nadie tituló “llegada masiva”, “avalancha”, o que fuera necesario “repeler” la llegada de más de 200.000 ucranianos a España en poco más de dos meses desde febrero de 2022.

Esas mismas expresiones entrecomilladas son las que se suelen usar en muchos medios para hablar sobre las personas que llegan por la frontera sur. ¿Hay algo de racismo en los propios periodistas y medios de comunicación? No se me alteren con la pregunta. Tampoco ayuda mucho que en las redacciones o los platós no esté representada la España real, la diversa. Informar o supuestamente debatir de la inmigración como el principal problema de los españoles e ilustrarlo con una foto de una patera es crear una idea reduccionista, falsa y negativa sobre estas personas. Lo han hecho recientemente la mayor parte de medios de España, también EL PAÍS o la Cadena Ser para que ustedes no busquen muy lejos. ¿Lo hacen para generar xenofobia? En estos dos casos está claro que no es así, pero hay una especie de “contagio.com” que hace que muchos medios “cortapeguen” argumentos y titulares rápidos, especialmente en el escaparate de esos medios en las redes sociales, y que al final contribuyen a hacer crecer esa bola de nieve contra “los otros”. Porque si las personas que llegan en patera son solo el 1% de los que llegan, ¿se puede reducir el supuesto gran problema de España a ese 1% de los “causantes”?

El verdadero problema no es solo que los racistas profesionales estén sentados en los parlamentos. Lo es que hasta la izquierda más caviar use sus postulados y que esos gobiernos “progres” violen con total impunidad los derechos de los migrantes. Entre todos están poniendo en riesgo hasta el derecho más básico para esta población, el asilo.

Poco importa ya la verdad de los datos o los discursos vacíos si desde las instituciones también se contribuye a hacer creer que la inmigración es el supuesto gran problema. Como dice, entre otros, Sami Nair, lo preocupante es que se ha reducido todo a una lucha de identidades. Está usted a tiempo de elegir. ¿Racista o narcisista?

*Nicolás Castellano es reportero de la Cadena Ser especializado en migraciones, conflictos y derechos humanos.

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