Nerea Pérez de las Heras, periodista: “Me paro delante del espejo: a veces hay aceptación; otras, incredulidad”
La copresentadora del exitoso podcast ‘Saldremos mejores’ sufrió este verano un accidente tras el cual tuvieron que amputarle parte de la pierna derecha. Aún inmersa en su recuperación, reivindica “la sanidad pública, la amistad y la vulnerabilidad”
La periodista Nerea Pérez de las Heras (Madrid, 41 años) sufrió este verano un accidente en una embarcación que puso su vida en grave peligro. “Perdí mucha sangre, en medio del mar, en un sitio alejado”, recuerda la copresentadora de los podcasts Saldremos mejores, con Inés Hernand, (con Podium Podcast) y Lo normal, con Antonio Nuño (SERPodcast), y colaboradora de Hora25 en Cadena SER. “Que te corten una pierna es una tragedia, pero podría estar muerta”, continúa. Todo ocurrió el 23 de julio, cuando se ce...
La periodista Nerea Pérez de las Heras (Madrid, 41 años) sufrió este verano un accidente en una embarcación que puso su vida en grave peligro. “Perdí mucha sangre, en medio del mar, en un sitio alejado”, recuerda la copresentadora de los podcasts Saldremos mejores, con Inés Hernand, (con Podium Podcast) y Lo normal, con Antonio Nuño (SERPodcast), y colaboradora de Hora25 en Cadena SER. “Que te corten una pierna es una tragedia, pero podría estar muerta”, continúa. Todo ocurrió el 23 de julio, cuando se celebraban elecciones generales: “Al despertar de la primera operación, lo primero que pregunté es quién había ganado. Tras la última intervención, si tendría dos rodillas. Eran dos cosas muy importantes”. Según el informe médico, llegó al hospital con un torniquete en la pierna y “orientada, alerta y consciente”. “Cuando lo leí pensé: esa es la persona que quiero ser. Lo pones de estatus de redes y triunfas”, continúa Pérez de las Heras, que el 22 de noviembre presentará, junto a Aimar Bretos, la 70ª edición de los Premios Ondas en Barcelona.
Pregunta. ¿Cómo se encuentra?
Respuesta. Depende. Tengo algunas dificultades y aún me estoy familiarizando con mi cuerpo, además de dolor y efectos secundarios. A la vez, vivo situaciones muy emocionantes y hago descubrimientos sobre mí misma, la gente que me rodea o la ciudad en la que vivo. Todo es nuevo: a veces es nuevo mal; a veces, nuevo bien.
P. Dígame algo que ha cambiado.
R. Yo vivía una vida rapidísima. Ahora, tengo que ir un poco más lenta; a ratos, a trompicones. Como la mayoría de gente que sufre un accidente, tengo estrés postraumático: yo era una tía muy echada para adelante, y ahora, con un ruido fuerte, ya estoy con palpitaciones toda la tarde. En un futuro, con la prótesis, será diferente. Como dice Inés [Hernand], no podré ir como una demonia, corriendo por la Gran Vía con mis Crocs de plataforma. Tendré dificultades. Para eso hay que prepararse física y mentalmente.
P. ¿Cómo lo trabaja?
R. Me paro delante del espejo y me voy reconociendo poco a poco. A veces, hay aceptación; otras, incredulidad. A veces, es normal; otras, más impactante. No es fácil sentirme segura de mí misma. Entonces, pienso: ¡Bendito feminismo! ¡Bendito mundo no normativo! Formo parte de un colectivo [el LGTBI+], en el que nadie me va a repudiar; un colectivo que le pone luces de Navidad a la prótesis y ya está. Esa es mi gente.
P. La denominada familia elegida.
R. Sí. Hay mucha propaganda alrededor de la pareja y de la familia, pero poca sobre la importancia de contar con una red, ampliarla, cuidar de tus amigas, o tener una relación con tus vecinas. Tía, si te ocurre algo parecido a esto, que te pase con amigas, con una sanidad pública, y con un Estado de bienestar que se preocupa por la gente.
P. No han pasado ni dos meses del accidente y ya está trabajando.
R. Soy autónoma. He vuelto por economía y por las características de mi trabajo: me planteé que mi accidente pudiera servir a la gente; que fuera algo político. (Todo es político). A mí, como me han amputado recientemente, me ayuda mucho tener referentes. El otro día, una chica danesa a la que sigo tuvo un problema con la prótesis; estaba compungida y triste. Me lo trasmitió; me invadió la oscuridad, me dio bajón. Lo he pensado y no quiero ser la danesa de nadie.
P. ¿Qué hace con la angustia?
R. He llorado mucho: tampoco voy a vender un bienestar que es falso. Y me pasan cosas chungas: el mar era una de las cosas que más me gustaba y ahora… También tengo dolores neuropáticos: unos calambres superdesagradables que vienen al muñón cuando estás en reposo. Es el sistema nervioso, que se comporta como un cable pelado y busca un pedazo de cuerpo que ya no está. Desde finales de julio, mi tolerancia al dolor ha aumentado cosa loca. Hay momentos de duelo, angustia y dolor; pero son íntimos y tengo cuidado de cómo ―y con quién― los comparto.
P. Además de las dificultades físicas, también están las burocráticas del reconocimiento de la discapacidad.
R. Sí, voy a ser fiscalizada a ver cuán mal estoy y tendré que rememorar mi accidente otra vez: es algo que me horroriza. Es un mundo en el que importan cosas como los centímetros de pierna que me quedan. A una chica también con amputación, en una de las revisiones, le quisieron quitar la tarjeta de aparcamiento porque ya tenía prótesis y asumían que se manejaba. Es una persona dependiente de un artilugio: ¡no nos va a crecer la pierna!
P. Un mes después del accidente, lo hizo público, ¿qué le pareció la reacción?
R. Fue un poco extraterrestre. Lo sacaron en decenas de publicaciones, entre ellas el Hola!. Supongo que para cierto público perder una pierna tiene un punto llamativo, morboso. Por otro lado, sentí la empatía de la gente, una genuina preocupación y un cariño precioso. Hubo conexión; muchas personas se sintieron apeladas y reflexionaron sobre sus amigas; los ascensores de sus casas; o si las calles de su ciudad estaban adaptadas.
P. ¿Lo está Madrid?
R. Madrid me parece hostil. Ahora mismo me expulsa. No estoy pudiendo vivir en mi piso porque es un quinto sin ascensor. Además, en Madrid, los trayectos, incluso los muy cortos, son difíciles física y mentalmente. Mi propia ciudad, que era mi hábitat natural, se me presenta como un ecosistema hostil. Que las personas con movilidad reducida no podamos ir por la ciudad también es política.
P. ¿Dónde reside ahora?
R. Me he mudado a Tres Cantos, a casa de mi hermana, con su familia. Mis cuidadoras principales son ella y mi novia. Ahora, siempre hablo en plural: vamos al rehabilitador, nos han dicho que la herida está bien… Cuando hay una dependencia, las personas que cuidan son clave. Y he descubierto una cosa: su personalidad se relaciona con sus estilos de llevarme en la silla. Inés [Hernand] me lleva a toda velocidad para evitar interrupciones y small talk. Olga [Iglesias] me lleva muy despacio, con mucho cuidado, muy atenta a los baches. Tienen diferentes maneras de cuidarme; de cuidar. Si yo no hubiera sido dependiente, no me habría enterado nunca.