Pekín sufre el golpe de la “ola de salida” de la pandemia
Tras abandonar la política de covid cero, la capital de China, desierta y sin vida, registra un brote sin precedentes que satura los servicios médicos y deja los primeros muertos
La experiencia de adentrarse en este centro comercial, uno de los templos del consumo pekinés, genera una extraña sensación de vacío. La avenida central es una arteria cubierta por un techo de luces led de varias decenas de metros por el cual cruzan vibrantes imágenes de vida marina. Su brillo colorido contrasta con la avenida de tiendas sin vida aquí abajo. Mientras una pareja solitaria mira el escaparate de Victoria’s Secret, llega el eco de un grito desde la despoblada pista de hielo, donde una madre patina con su hijo, que acaba de caerse. Poco más en esta tarde de jueves. No se ve apenas ...
La experiencia de adentrarse en este centro comercial, uno de los templos del consumo pekinés, genera una extraña sensación de vacío. La avenida central es una arteria cubierta por un techo de luces led de varias decenas de metros por el cual cruzan vibrantes imágenes de vida marina. Su brillo colorido contrasta con la avenida de tiendas sin vida aquí abajo. Mientras una pareja solitaria mira el escaparate de Victoria’s Secret, llega el eco de un grito desde la despoblada pista de hielo, donde una madre patina con su hijo, que acaba de caerse. Poco más en esta tarde de jueves. No se ve apenas un alma. Ni aquí ni en un buen número de rincones de Pekín. El zarpazo de contagios que ha seguido al punto final de la política de covid cero decretado por las autoridades el día 7 es de proporciones excepcionales en la capital del país. La “ola de salida”, como la ha denominado oficialmente la prensa estatal, se ha convertido en un tsunami del que ya nadie conoce la cifra real de contagios.
El pasado martes, la Comisión Nacional de Salud dejó de contabilizar a los “infectados asintomáticos” al considerar “imposible conocer con exactitud” su número (China hasta ahora distinguía entre categorías de contagiados con y sin síntomas). Ya no se hacen pruebas PCR obligatorias; los tests de antígenos se han convertido en un bien muy preciado (y a menudo escaso en las farmacias, como los medicamentos para la fiebre) y ya cada uno da positivo en la soledad del hogar, sin que un sanitario vestido con EPI llame al timbre de su casa, otro signo más de que Pekín ha normalizado la convivencia con el virus.
Pero esa convivencia también ha supuesto una explosión de casos que ha puesto en tensión los recursos médicos de la capital. “Es un momento difícil, hay tantos pacientes de repente”, confiesa un doctor que trabaja en primera línea en un servicio de urgencias en Pekín y habla bajo condición de anonimato. “Esperan unas cuatro horas en urgencias para ver a un médico”, añade. “Faltan muchos medicamentos, como el ibuprofeno. Muchos médicos también tienen fiebre y trabajan [aun] cuando tienen fiebre”. Pero, hasta donde sabe, dice, en su servicio no se ha registrado ningún fallecido.
Oficialmente, aún no hay muertos y el Gobierno asegura que no los ha habido en todo el país desde el 3 de diciembre, cuando arrancó el primer embate de esta nueva ola. Pero algunos medios internacionales han publicado este viernes indicios sobre decenas de fallecidos relacionados con el coronavirus a través de fuentes indirectas en funerarias y crematorios de Pekín. “Cremamos 150 cadáveres [el miércoles], muchos más que en un día normal del invierno pasado”, ha declarado el empleado de una funeraria a Financial Times. “Treinta o cuarenta tenían covid”, ha añadido. “Lo estamos haciendo lo más rápido posible [y] dando prioridad a las muertes por covid [...] Los estamos incinerando el mismo día que los traen”. EL PAÍS no ha podido confirmar de forma independiente esta información.
El medio económico chino Caixin, de propiedad privada, sí ha publicado este viernes la noticia sobre la muerte en Pekín de dos veteranos periodistas que habían dado positivo por covid: Yang Lianghua, del Diario del Pueblo, murió el 15 de diciembre a los 74 años; Zhou Zhichun, del Diario de las Juventudes Comunistas de China, lo hizo el 8 de diciembre, a los 77. Sus decesos son la prueba de que la versión oficial tiene fallas. En los dos casos, según Caixin, ha sido el entorno de ambos el que ha aportado la información sobre el coronavirus. Hasta la fecha, China ha notificado 5.235 muertes de forma oficial.
Cifras de muertos
Algunas proyecciones elevan a cerca de un millón la posible cifra de muertos en los próximos meses en China tras la reapertura. Y una de las grandes incógnitas es qué sucederá cuando el virus se expanda de las ciudades a las zonas rurales, donde los recursos sanitarios son más escasos, especialmente después de las vacaciones del Año Nuevo lunar, que arrancan el 22 de enero. En esas fechas, en la era precovid, se llegaron a registrar unos 3.000 millones de desplazamientos.
En una directiva de este viernes, un organismo sanitario del Consejo de Estado (el equivalente al Ejecutivo) ha reclamado a los Gobiernos locales que den prioridad al control de la pandemia y a los servicios sanitarios en las zonas rurales. Ya la semana pasada las autoridades pidieron dar un impulso a los suministros médicos en estas regiones, exigiendo la apertura para finales de diciembre de clínicas específicas para pacientes con síntomas de covid, llamadas clínicas de fiebre, que han de funcionar 24 horas al día “en preparación para las olas de contagios”, según el oficialista The Global Times.
Según el canal internacional de la televisión central de China, CGTN, los hospitales de la capital están afrontando una seria escasez de personal y, “aunque ha disminuido el número de pacientes ambulatorios”, esas clínicas de fiebre “han experimentado un incremento muy notable de pacientes”. El miércoles, la Comisión Nacional de Salud informó que se habían establecido 47.000 nuevos centros de este tipo en toda la nación. La mayoría de las personas que acuden a las citadas clínicas tienen niños pequeños o familiares de la tercera edad a su cargo, y van en busca de medicamentos, que estos días escasean tanto en las farmacias como en las plataformas de venta a través de internet, según recoge el reportaje de la televisión nacional.
Los pequineses están pasando a toda velocidad por una montaña rusa emocional. A principios de noviembre comenzaron los confinamientos y testeos masivos ante un ligero brote de casos. Luego vinieron las protestas contra la política de covid cero a finales de mes, a lo que le sucedió la muerte técnica de esta estrategia apenas diez días después y la consiguiente reapertura, realmente paradójica, en la que la ciudad ha pasado de los cierres de edificios enteros en cuanto se detectaba un caso a una especie de autoconfinamiento colectivo.
La población de esta urbe de 22 millones de habitantes ha optado mayoritariamente por no salir de casa por un buen número de motivos: porque está contagiada, ha estado en contacto con un positivo, teme contagiarse o sencillamente porque quiere evitar el gélido viento del Norte que sopla por las cuadriculadas avenidas. Aunque los medios de comunicación están haciendo un llamamiento a la calma y piden que no se acuda a los hospitales a no ser que se tengan síntomas realmente graves, el hecho de que la ciudadanía haya estado sujeta a un enorme escrutinio sobre su estado de salud, sumado al bombardeo mediático alertando de la necesidad de protegerse durante casi tres años, ha creado una reacción de miedo ante esta ola en algunos sectores.
Con un buen número de bares, restaurantes y locales de ocio cerrados, algunos de ellos por falta de personal, tampoco hay demasiado que hacer ahí fuera. Las calles son el reino de los repartidores, un colectivo también diezmado por el coronavirus, lo cual está provocando atascos y desajustes en los envíos en una sociedad acostumbrada al despacho a domicilio de casi cualquier cosa. También muchos colegios siguen cerrados y no es raro que las clases en línea se suspendan por enfermedad de los profesores. Da la sensación de que muchos simplemente están en modo de espera, aguardando a que pase la tormenta para poder disfrutar de las vacaciones del Año Nuevo chino en enero.
“Llevo como 30 días en casa”, confiesa una periodista de 29 años que trabaja para un medio digital chino. Últimamente, cuenta, solo ha salido por su barrio a pasear un par de veces para comprar agua. El 4 de diciembre sintió que tenía fiebre, pero lo mantuvo en secreto por recomendación de su responsable en la empresa. “Quién me iba a decir que el positivo se convertiría en la norma al cabo de una semana y que todo el mundo empezaría a compartir los síntomas y la medicación públicamente”.
Hace quince días, muchos pequineses se sorprendían de conocer a algún positivo en su entorno, algo que no había sucedido en tres años. Ahora lo raro es encontrar a alguien que no lo haya pasado o esté justo en el trance, y compartir la enfermedad de forma pública es quizá otra forma de firmar el acta de defunción de la estrategia de cero covid.
La periodista de Pekín dio positivo el día 6 de diciembre y desde el 14 está recuperada, pero aún no ha vuelto a la redacción. Varios colegas también se han infectado. “Hoy [viernes] cuando estaba junto a la ventana, de repente escuché un ruido de tos que venía de fuera”, relata. “Me di cuenta de que el virus seguía muy cerca de mí y de que el mundo exterior seguía siendo inseguro. Hacía sol, pero soplaba un viento frío y cerré la ventana”.