“Las matemáticas ordenan la cabeza, por eso todas las empresas nos quieren”

Ujué Etayo es la tercera mujer que gana la más alta distinción que la Real Sociedad Matemática Española concede a investigadores menores de 32 años

Ujué Etayo, tras la charla que impartió la pasada semana en los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.Juan Manuel Serrano Arce

A Ujué Etayo, 30 años nacida en Pamplona pero criada en Santander, no le preocupa si sus investigaciones en matemáticas tienen o no aplicación en la vida. No le interesan las matemáticas aplicadas, sino las puras. Explica que su cabeza piensa en teoremas, en resolver problemas que llevan abiertos cientos de años. Su línea de investigación principal en la Universidad de Cantabria, donde trabaja como profesora ayudante doctor —el ”estatus más bajo dentro del profesorado”, precisa—, es el conocido como sistema de distribución de puntos, que con...

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A Ujué Etayo, 30 años nacida en Pamplona pero criada en Santander, no le preocupa si sus investigaciones en matemáticas tienen o no aplicación en la vida. No le interesan las matemáticas aplicadas, sino las puras. Explica que su cabeza piensa en teoremas, en resolver problemas que llevan abiertos cientos de años. Su línea de investigación principal en la Universidad de Cantabria, donde trabaja como profesora ayudante doctor —el ”estatus más bajo dentro del profesorado”, precisa—, es el conocido como sistema de distribución de puntos, que consiste en detectar la fórmula de distribuir puntos en un objeto de forma que queden lo más separados posible. Aunque no era su intención, los resultados de esas investigaciones los aplica, por ejemplo, la NASA.

Antes de enviar un satélite al espacio, una de las pruebas a las que lo someten es al “bombardeo” de algunos de los puntos de la superficie para ponerlo a prueba frente a posibles colisiones con objetos como pequeños meteoritos. Se escoge un número de impactos concreto para ese bombardeo y ahí entra en juego la teoría de la distribución de puntos. “Me alegra que tenga uso, pero no es mi objetivo. Me gusta el estudio de las matemáticas en sí mismas, encontrar una certeza y que nunca nadie pueda tumbarla. Es mi búsqueda de la verdad”.

Etayo acaba de ganar el Premio José Luis Rubio de Francia, la más alta distinción que la Real Sociedad Matemática Española concede a investigadores menores de 32 años por su trayectoria (dotado con 3.000 euros para el joven, más otros 35.000 para llevar a cabo una nueva investigación). Es la tercera mujer que se hace con él desde que se lanzó en 2004, pero la “excesiva burocracia” que acapara muchas de sus horas en la universidad no le deja tiempo para involucrarse en la lucha para captar a más mujeres en disciplinas científicas. “Hay congresos en los que he sido la única mujer, pero si me preguntas por qué no se sienten atraídas hacia este campo, no sé qué responder. Vivo para esto y nunca me he sentido excluida”.

Pregunta. La aplicación de modelos matemáticos a diferentes ámbitos de la vida, como por ejemplo los algoritmos para la predicción de catástrofes ambientales, hace que cada vez más estudiantes opten por este grado. Sin embargo, quienes se decantan por la investigación, ¿pueden vivir de ello?

Respuesta. Cuando decidí estudiar Matemáticas no pensé en un trabajo concreto. Me gustan los teoremas, plantearme un reto, pillar papel y lápiz y tratar de resolverlo. Ni siquiera trabajo con ordenador. A veces utilizamos programas informáticos para hacernos una idea de cómo podría ser algo que no conseguimos imaginar. En la carrera apenas vemos números, son todo letras. Así es como me divierto y eso me ha llevado a la investigación. Ahora tengo un contrato con la universidad por cinco años que no llega a los 2.000 euros al mes, sé que soy una privilegiada porque si me comparo con algunos de mis amigos, están bastante peor que yo, pero trabajar en una universidad pública en España es duro. Los trámites burocráticos son tremendamente tediosos y te quitan muchas horas de trabajo.

P. ¿Algún ejemplo reciente?

R. Como investigador, estás continuamente presentando proyectos y buscando fondos. Si los consigues, tienes que justificar ante el Ministerio de Ciencia cada gasto. Me parece lícito porque es una medida anticorrupción, no podemos financiar que alguien se vaya a un congreso a Hawái y se aloje en un hotel cinco estrellas; el dinero es del contribuyente. Pero hay que ser sensato, y las tablas de precios del ministerio están desfasadas. Hace muy poco estuve en un congreso cerca de Burdeos, en Francia. Fui incapaz de encontrar un hotel que se ciñera a los precios fijados. Tuve que dedicar más de 20 horas a justificar un viaje de cinco días, a demostrar que no había ninguno en la ciudad y que por eso me veía obligada a hospedarme en una casa turística, de la que el ministerio no paga los gastos de limpieza. Hay normas que no se entienden. Igual que si vas a un congreso en Barcelona, tienes que encontrar una noche de hotel por menos de 70 euros. Y si utilizas tu vehículo, el precio por kilómetro es de una tabla de 2014. Esa no es manera de trabajar. Me siento defraudada.

P. ¿Ha tenido experiencias en universidades públicas de otros países sin esas trabas?

R. Estuve dos años como investigadora postdoctoral en el departamento de teoría de números en la Universidad de Graz (Austria), pública. Otro mundo. Allí el jefe de departamento supervisaba los gastos una vez cada tres meses. Se fijaban sobre todo en la investigación que estabas sacando adelante y solo te llamaban la atención si había algún gasto desorbitado. Otra de las ventajas: allí daba clase a unos 600 alumnos y a la hora de corregir exámenes, la universidad paga a los alumnos de tesis interesados en ayudar. También les pagan por ayudarte con las tutorías. En España estás muy solo con todo.

P. Entonces, ya le ronda la cabeza abandonar la universidad...

R. Tengo la sensación de estar atada. Si necesito invitar a un profesor para que investigue conmigo, el papeleo es infinito, requiere varios vistos buenos. Su billete de avión tiene que estar dentro de las tasas oficiales. No descarto nada. Ahora se habla de que entre los matemáticos no hay paro... Es una carrera que estructura muchísimo la cabeza, te la ordena, y eso es lo que necesitan las empresas, por eso todas nos quieren. Nos han entrenado durante cuatro años para que no nos den miedo los problemas, tenemos que pelear con ellos y resolverlos. Tienes que estudiar, ver si funciona, volver atrás, preguntar a otro compañero… Los conceptos son difíciles, no es cómo definir qué es un vaso: una superficie cóncava, que puede contener un líquido, que no es porosa… hay objetos matemáticos que no ves, que solo puedes imaginar y entender en tu cabeza, eso da mucha capacidad analítica.

P. ¿Por qué es tan importante la asistencia a congresos?

R. Para un matemático viajar a estos encuentros es crucial. Cuando te bloqueas necesitas estar en contacto con otros investigadores, escuchar su experiencia con eso mismo que tú estás explorando. A veces una conversación con alguien que te dice que eso que estás probando es imposible, te puede quitar dos años de trabajo. Cuando estás atascado y no puedes hacer un experimento en el laboratorio, tienes que hablar con otra persona que ha estado trabajando en lo mismo que tú. En mi caso, sobre la distribución de puntos, hay comunidades grandes en Alemania, Estados Unidos y Australia. En Santander, dentro de los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, este es el tercer año que organizamos charlas.

P. ¿Por qué se centró en el estudio de la distribución de puntos?

R. Hice la tesis sobre eso porque hay algunos puntos que llevan abiertos sin solución desde hace 150 años. Para que se entienda, voy a poner un ejemplo práctico. Tienes una esfera y quieres poner sobre ella dos puntos lo más separados posible el uno del otro. Bien, colocas uno en el polo norte y otro en el sur. Con tres puntos, haces un triángulo equilátero. Con cuatro, una pirámide. Para cinco ya no es tan sencillo. Lo resolvió en 2014 un matemático de la Universidad de Brown, Richard Schwartz. El resto de números siguen abiertos, con las excepciones del 12 y el 20, de los que ya se conoce la solución. Junto a otros investigadores de la Universidad de Cantabria y la de Barcelona aportamos muchos modelos válidos cuando el número de puntos va a infinito. Esa es nuestra contribución.

P. ¿Qué aplicaciones pueden tener esos resultados en la vida real?

R. Nunca he trabajado en las aplicaciones. No me interesa. En caso de ser así, habría estudiado alguna ingeniería. Pero pongo dos ejemplos. Entre las pruebas que hace la NASA antes de mandar un satélite al espacio, hay una que consiste en someter la superficie a un bombardeo para ponerla a prueba, ya que una vez fuera tropezará con diferentes elementos, como pequeños meteoritos. Para elegir los puntos a bombardear se usan modelos de distribución de puntos, así se decide el número de impactos. A la hora de traspasar una molécula con un láser, suele hacerse con tratamientos de radioterapia, tienes que elegir de nuevo los ángulos que quieres atravesar.

P. Vamos, que lo suyo son las matemáticas puras.

R. Sí, porque es la ciencia exacta. En matemáticas, una vez que demuestras que algo es verdadero, se queda así para siempre. Y cuando demuestras que es falso, igual. El Teorema de Pitágoras que se estudia en el colegio [el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos] es siempre cierto, no porque Pitágoras lo dijo y todavía no se ha mejorado, se queda así porque es así. No es una ciencia experimental, no depende de si hay más o menos sol. Muchos de los conceptos con los que trabajamos no tienen por qué existir en la vida real. Por nuestros sentidos, podemos imaginarnos tres dimensiones, pero hay matemáticos que trabajan con ocho, o con mayores que 20… Hay muchísimas abstracciones.


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