Jóvenes atrapados en el efecto cicatriz

Ya es grave que durante un tiempo lo pasen mal, pero el problema es que muchos de ellos sufrirán de por vida una merma de sus posibilidades de progreso

Un joven espera para entrar en una Oficina de Empleo en Valencia, el año pasado.Rober Solsona (Europa Press)

En la cultura del rendimiento en la que estamos instalados, la vida se convierte, como dejó escrito Zygmunt Bauman, en “algo muy parecido a un persistente juego de las sillas, en el que un momento de distracción puede comportar una derrota irreversible, una exclusión inapelable”. En este juego de las sillas, tan importante como saber moverse rápido es la posición de partida. Los primeros pasos son fundamentales. Cuando impera la máxima de que “nunca tendrás una segunda oportunidad de... dar una p...

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En la cultura del rendimiento en la que estamos instalados, la vida se convierte, como dejó escrito Zygmunt Bauman, en “algo muy parecido a un persistente juego de las sillas, en el que un momento de distracción puede comportar una derrota irreversible, una exclusión inapelable”. En este juego de las sillas, tan importante como saber moverse rápido es la posición de partida. Los primeros pasos son fundamentales. Cuando impera la máxima de que “nunca tendrás una segunda oportunidad de... dar una primera impresión favorable”, una entrevista de trabajo puede convertirse en una derrota inapelable. Del mismo modo, para los jóvenes que empiezan su vida laboral con un empleo precario, la máxima pasa a ser: “Cuidado con el trabajo que aceptas, porque nunca tendrás una segunda oportunidad de tener un buen comienzo”.

En una situación de crisis económica y una dinámica laboral en la que opera una especie de determinismo laboral de corte darwiniano, empezar mal puede convertirse en una losa de por vida. Es lo que en la teoría social se denomina el efecto cicatriz. Quienes empiezan su carrera profesional encadenando contratos temporales o a tiempo parcial, en puestos de alta rotación y baja remuneración, tienen muchas posibilidades de quedar atrapados en el suelo pegajoso de la precariedad laboral.

Cuando hay crisis económica, el empleo se resiente, la competencia por cada puesto de trabajo aumenta y las condiciones laborales se deterioran. Si las crisis se suceden, los efectos se multiplican y no hay tiempo para una recuperación. Los menores de 35 años han encadenado en España tres graves crisis seguidas: la financiera de 2008, la provocada por la pandemia en 2020 y ahora, la amenaza de una nueva recesión por el impacto de la guerra de Ucrania. Ya es grave que durante un tiempo muchos jóvenes lo pasen mal, no puedan emanciparse o tengan que renunciar a formar una familia y tener los hijos que querrían. El problema es que, como consecuencia del efecto cicatriz, muchos de ellos sufrirán de por vida una merma de sus posibilidades de progreso justamente por ese mal comienzo.

Un estudio de la Fundación ISEAK, realizado por Lucía Gorjón, Ainhoa Osés, Sara de la Rica y Antonio Villar, ha demostrado que entre 1997 y 2013, dos tercios de los jóvenes accedieron al mercado laboral con empleos precarios. Lo normal hubiera sido que al acabar la crisis y con el paso del tiempo, la mayoría de ellos mejorara su situación laboral. Pero la mitad seguía en las mismas condiciones cinco años después de empezar a trabajar y a los 10 años, ya en plena recuperación, alrededor del 25%, había quedado atrapado en una situación enquistada de precariedad laboral, lo que lleva aparejada una importante precariedad vital. Un 40% recibía una remuneración inferior a 8,7 euros por hora 10 años después de empezar su vida laboral. Si además la mitad de los jóvenes, según la Encuesta de la Población Activa, trabaja en empleos por debajo de su cualificación, se entiende que el nivel de frustración e impotencia sean elevados.

¿Qué efectos políticos tendrá este malestar en los próximos años? ¿Cómo se canalizará? Si los jóvenes llegan a la conclusión de que el sistema laboral los trata como una mercancía más de usar y tirar y que ni el esfuerzo ni el mérito son suficientes para progresar, ¿qué camino tomarán? Algunos intentan escapar buscando un golpe de suerte y acaban en una adicción a los juegos en línea o perdiendo lo poco que tienen en una pirámide de criptomonedas. Lo grave es que, después de años de precariedad sin expectativas, para muchos el futuro se presenta exactamente como Zygmunt Bauman lo describió: “En lugar de grandes expectativas y sueños agradables, el progreso evoca un insomnio lleno de pesadillas en el que uno sueña que se queda atrás, pierde el tren o cae por la ventana de un coche que va a toda velocidad y no para de acelerar”.

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