Revolución gorda: “Existir no es hacer apología de nada”
Prolifera la reivindicación contra la gordofobia en redes, libros y ‘podcasts’. De bikinis a medida a cursos que ofrecen una lectura social, cultural y política del cuerpo. Activistas gordas explican su causa, apropiándose del término con el que antes se sentían insultadas
Cinco mujeres posan en una calle peatonal de Madrid como si fuesen las Spice Girls mientras un móvil emite débilmente Wannabe sobre el bullicio de las terrazas. Tienen entre 28 y 33 años. Hay una socióloga, una psicóloga, una abogada... Preparan una actuación en la que bailarán para celebrar “la liberación de los cuerpos” al ritmo de una heterodoxa lista de reproducción (de I’m feeling good de Nina Simone al Rumore de la Carrà) que traza un viaje compartido “desde el disgusto individual...
Cinco mujeres posan en una calle peatonal de Madrid como si fuesen las Spice Girls mientras un móvil emite débilmente Wannabe sobre el bullicio de las terrazas. Tienen entre 28 y 33 años. Hay una socióloga, una psicóloga, una abogada... Preparan una actuación en la que bailarán para celebrar “la liberación de los cuerpos” al ritmo de una heterodoxa lista de reproducción (de I’m feeling good de Nina Simone al Rumore de la Carrà) que traza un viaje compartido “desde el disgusto individual hasta el disfrute colectivo” de su “corporalidad”. “Bailamos juntas, porque bailar sola en una discoteca siendo gorda es una movida, no te sientes segura”, dice la antropóloga del grupo. Las cinco son activistas gordas y lo que, parafraseando a las Spice, real, realmente quieren, es que las dejen “existir en paz, sin violencia ni discriminación”. La psicóloga se tira al suelo en pura pose Mel C, entre sexy y atlética. Lleva una camiseta rasgada en la que se lee: Fat Bitch.
El activismo gordo se ha apropiado del término que sus militantes escucharon siempre como un insulto. Tras el baile y las risas, las mujeres debaten lo que las une. Comparten las X delante de su talla, pero además todas están “politizadas”. Han “salido del armario”. Hablan de gordofobia personal y estructural. En lo personal son comunes las historias de bullying escolar, vergüenza adolescente y rabia ante insultos callejeros (el “¡puta gorda!” de la camiseta exclamado por un desconocido sin venir a cuento). También las citas médicas en las que el diagnóstico, independientemente del síntoma, siempre es su peso, los años de esclavitud a las dietas, los trastornos alimenticios, el aislamiento y el tabú que les impedía compartir lo que sufrían incluso en familia. “Las tristes anécdotas personales en las que prefieren centrarse los medios porque es lo fácil”, dice Teresa García del Vello, la abogada. Ellas prefieren hablar de lo estructural: de la violencia estética y médica sobre los cuerpos disidentes (alguna dice “cuerpes”), la discriminación laboral, el poder de la industria dietética y alimenticia, la relación entre gordura y clase, el capital erótico, la falta de representación de la diversidad corporal en la ficción y la publicidad y el “valor de lo colectivo frente a un capitalismo salvaje donde el cuerpo ha de ser productivo, autocuidado y transformable solo desde lo individual” socavando un “necesario cambio social que combata la desigualdad”, que consideran telón de fondo de la gordofobia. También bromean abiertamente sobre “dar la turra” y resumen sus argumentaciones teóricas con sonoros “vamos, que estamos hasta el coño”.
La identidad
Durante un mes, en una docena de extensas entrevistas, activistas como ellas —ensayistas e influencers, poetas y diseñadoras, artistas y podcasters— explican lo que hacen para luchar contra un prejuicio que asocia “un valor moral a la gordura y la considera el resultado de una falta de voluntad personal”, según la filósofa y divulgadora Magdalena Piñeyro, cofundadora del pionero colectivo Stop Gordofobia y autora de 10 gritos contra la gordofobia. Algunas tienen reticencias por la exposición que supone salir en un medio, todas sienten que mientras discriminaciones como el racismo o la homofobia son en general rechazadas, el odio a la gordura tiene barra libre. “El sistema de opresión afecta también a los delgados porque está basado en el miedo a ser gordo y el privilegio de no serlo”, dice Piñeyro. En la “comunidad” se conoce a quienes perdieron peso y se ensañan con la visibilización de quien no lo consigue, como “gordos traicioneros”: “Son quienes más pánico tienen a volver a perder un privilegio que les ha costado mucho esfuerzo conseguir”, dice la experta.
El primer escollo para explicar el activismo gordo es hacer entender que, conocidas las consecuencias para la salud, para quien lo defiende, es un asunto identitario. Algunas activistas (el movimiento es eminentemente femenino) llevan tatuadas ballenas o hipopótamos. “Yo era de las que pensaba ‘esta mierda no se reivindica, se erradica”, admite Blanca Rodríguez, traductora literaria y presentadora de El podcast gordo. “Tenía la gordofobia interiorizada; pero el feminismo y la comunidad gorda en redes me ayudaron a caer del guindo”, explica, aunque admite vivir “con contradicciones”. Cuando una enfermera le preguntó hace poco si se había planteado alguna vez perder peso, le contestó: “Creo que una vez, durante 45 segundos, no me lo he planteado”. Ha hecho “200 dietas”, y llegó a perder 35 kilos que volvió a ganar. “¿Preferiría ser delgada? Yo sí. Para empezar, sufriría menos discriminación, pero ya no hago todo lo posible por adelgazar, ya no creo que soy despreciable ni que sea culpa mía”.
“Yo soy gorda de alma”, resume Teresa López, influencer, actriz y periodista, “para mí ser gorda es mucho más que la báscula: sé quién soy por haber nacido así”. Piñeyro explica la cuestión identitaria exponiendo el camino que va de “estar gorda” a “ser gorda”: “Estar gorda implica que es un estado transitorio, encierra una promesa de felicidad, hace que no asumamos el cuerpo que tenemos, te obliga a no cuidarlo ni disfrutarlo, pospones la vida —ponerte minifalda, hacer deporte, amar— a la espera de ser flaca... Cuando asumimos el ser gorda, comprendemos que hay una experiencia de un mundo que nos discrimina, llena de dolores, pero también de resistencias”.
El Komando Gordix de Barcelona resiste desde el “artivismo”. Lo suyo son las acciones de calle. Talleres de autodefensa, pasarelas gordas, incluso “ir en grupo a las manis”, explica su portavoz, la actriz Violen, “ocupar un espacio juntas en el que te sientes segura, aceptada y guapa, desde un lugar de alegría, es superpotente, aunque la gente ponga caras”. Su mayor éxito han sido los Kabarés Gordos, espectáculos de humor que recorren “los ejes de la discriminación gorda” (la ropa, el médico, la sexualidad) e incluyen un desnudo final. “No dejan a nadie indiferente”, dice Violen, “la gente se pone en la piel del gordo porque entiende el cuerpo desde la emoción”.
El alternativo cabaré fue originalmente idea de Magdalena Piñeyro, que ahora prepara como directora técnica la tercera edición de las Jornadas sobre Gordofobia y Violencia Estética del Instituto Canario de Igualdad a finales de junio. “Cuando empecé hace unos 10 años”, dice, “llegar a las instituciones era algo impensable, en España este es un movimiento en plena expansión, pero aún incipiente”.
Twiggy y el “fat power”
Lo cual no significa nuevo. El primer “acto por la liberación gorda” tuvo lugar en 1967 en Central Park (Nueva York). Unos 500 activistas portaron pancartas de “Fat Power” y quemaron fotos de la modelo Twiggy. Después vinieron movimientos como el orgullo gordo y la aceptación corporal y en el 73 el colectivo feminista The Fat Underground publicó un manifiesto que exigía “igualdad de derechos para las personas gordas”. Con internet, proliferó el mensaje “body positive”, basado en la autoestima y el “todos los cuerpos son bellos” que ahora modula la “neutralidad corporal”, alejándose de la estética para valorar el cuerpo como algo funcional. El mensaje ha ido complejizándose en la academia —en los departamentos de género y queer han surgido los Fat Studies, una lectura social, cultural y política de la gordura, que algunas universidades, sobre todo estadounidenses, ofrecen en sus programas— y colándose en el mercado con las grandes marcas rentabilizando las prendas curvy.
Mientras tanto, según la Organización Mundial de la Salud, desde 1975, la obesidad se ha casi triplicado en el mundo. En 2016, 1.900 millones de mayores de 18 años tenían sobrepeso, de los cuales, 650 millones eran obesos (unos 340 millones de niños y adolescentes tenían alguna de estas condiciones). La OMS considera la obesidad una enfermedad primaria además de un factor de riesgo, junto al sobrepeso, de enfermedades cardiovasculares, diabetes, trastornos del aparato locomotor y algunos tipos de cáncer. Aún así, existe un debate entre los expertos sobre cómo se trata, diagnostica e investiga dicha enfermedad y su proliferación. La mayoría de las activistas consideran que la medicina “patologiza” los cuerpos gordos al identificarlos como enfermos.
El consenso científico dice que la obesidad ha adquirido “proporciones de epidemia” (definición que las activistas consideran que aumenta el pánico a los “pesos no normativos” y la gordofobia) pero al mismo tiempo defiende que la estigmatización de las personas gordas perjudica su salud y admite que el “sesgo de peso” (fat o weight bias) existe incluso en la comunidad médica. Desde un lugar completamente distinto, los estudios científicos coinciden con algunas de las reivindicaciones del activismo. Un ejemplo: la Declaración consensuada internacional para acabar con el estigma de la obesidad, publicada en Nature en 2020. Está firmada por 100 representantes de prestigiosas organizaciones científicas de todo el mundo, especializadas en obesidad, endocrinología, diabetes, enfermedades metabólicas o cirugía bariátrica. Las activistas opinan que estas operaciones (los bypass gástricos o las reducciones de estómago) son “carnicerías” y “mutilaciones”. El consenso científico es que mejoran y salvan vidas pero, en el camino, también afirma que “la creencia extendida y el estigma social” (incluido el de los médicos y los encargados de salud pública) de que las personas obesas son “vagas, glotonas y carentes de disciplina” carece de sustento científico. No hay evidencia, dice el texto, de que la “obesidad esté principalmente causada por la sobreingesta de alimentos y el estilo de vida sedentario” (ya que hay otros factores genéticos, epigenéticos, psicológicos y endocrinos); y también que “comer menos y hacer más ejercicio produce solo efectos modestos sobre el peso en la mayoría de pacientes con obesidad severa”.
El documento es un “estudio de estudios” y tiene un centenar de referencias a investigaciones que afirman que en las consultas se dedica menos tiempo a los pacientes obesos, que estos son incorrectamente diagnosticados en más ocasiones que las personas delgadas y que no se les hacen ciertas pruebas porque no hay maquinaria acorde a todos los tamaños. Todo ello hace que dichos pacientes eviten ir al médico, empeorando su salud. El texto también menciona estudios que afirman que las personas obesas tienen salarios inferiores, es menos probable que se les entreviste para un trabajo o que se les valora menos aunque trabajen más horas. La declaración consensuada denuncia que estas discriminaciones no están apenas legisladas y concluye que la estigmatización “más que la obesidad en sí, puede ser especialmente dañina para la salud mental” y “tener efectos físicos”, además de “socavar los derechos humanos” y ser “inaceptable”.
La salud
“La salud, la salud, ¡ese argumento paralizante!”, suspira Lara Gil, antropóloga, y voz del podcast Nadie hablará de nosotras. Está en el salón de su casa, donde lo graba junto a Cristina de Tena, educadora social. La actuación artística de las Spice Girls forma parte de unas jornadas que han montado para financiar el programa. Todavía con los micrófonos apagados debaten una reciente polémica en Twitter en la que una presentadora de televisión comentaba la inclusión de una mujer gorda en un anuncio de biquinis diciendo que “defender y hacer apología de enfermedades como la obesidad” le parecía “peligroso”. “¿Te imaginas que en esa campaña sale una mujer con cáncer? Quienes critican que salga una gorda, la aplaudirían, esta aversión a vernos no ocurre con ninguna otra enfermedad”, dice Gil. “El salutismo se usa para silenciarnos, cuando en realidad debería ser el principio de la conversación”, opina. “Solo con verme, tú no sabes nada de mi estado de salud ni mis hábitos. Pero vale, pongamos que acepto que estoy enferma. ¡¿Y QUÉ?!, ¿no puedo hablar de derechos?, ¿no puedo salir en la televisión o en un anuncio? Si tengo un problema de salud, cuídame. No digas que mi existencia es una apología de nada, no me enfermes más si lo que pretendes es preocuparte por mi salud”.
“La salud es una excusa para legitimar la superioridad moral que te da un cuerpo delgado”, dice su compañera, “pero ¿por qué tenemos que estar las gordas reivindicando todo el rato que estamos sanas? Hay mil factores de riesgo, ser mayor, hacer demasiado deporte, beber, estar muy flaco... pero a nadie se le culpabiliza como a los gordos. Es neoliberalismo, el mismo que reduce el sistema de salud pública. Pura política: te obsesionas con tú cuerpo y dejas de ver lo que sucede alrededor. El triunfo del individualismo. Ya sabes, el gordo es gordo porque quiere, y el pobre es pobre porque no se esfuerza”.
De otro tuit viral surgió El Podcast Gordo, que emiten la traductora Blanca Rodríguez y la ilustradora Amanda Vázquez, remotamente desde Barcelona y Ferrol. Quieren hacer camisetas para promocionar su programa, que tiene unas 7.000 escuchas, pero no encuentran empresas que las impriman de su talla y la de sus oyentes, a los que llaman gordcasters.
El germen del programa fue “un hilo accidental” de Blanca en el que ofrecía “una cosa de gorda que igual no os habíais planteado” por cada clic recibido: 1) Las sillas con brazos son el mal. 49) Apenas tienes fotos de cuerpo entero. 97) No comes jamás en público.
Gracias al hilo las dos mujeres se pusieron en contacto e idearon un programa donde los oyentes pudiesen mandar mensajes: “No queríamos solo hacer reflexiones teóricas, sino ofrecer un espacio para soltar la rabia”, dice Amanda, que defiende que el argumento de la salud “solo sirve para dar rienda suelta al cabrón interior” y reta a cualquiera a ver sus análisis, cómo come y las clases de spinning a las que se somete. “Está ortoréxica perdida”, bromea Blanca, que no hace ejercicio y se pega atracones de Filipinos. Con 38 y 44 años, son de las mayores entre las entrevistadas. Crecieron con la moda esquelética del heroin chic de la Generación X, pero aun así creen que las más jóvenes lo tienen peor: “Nosotras competíamos con cuerpos excepcionales, las crías ahora se comparan directamente con cuerpos inexistentes, pasados por Photoshop y los filtros de Instagram”.
‘Influencers’
Una década menores, las mileniales Mara Jiménez (Croquetamente, en Instagram, con 350.000 seguidores, y Madre de croquetas en TikTok con 222.000), y Teresa López Cerdán (54.000 en Instagram y 525.000 en TikTok), hablan sobre trastornos de la alimentación y salud mental, posan con modelos ideales, recomiendan cremas y sobre todo usan el humor para hacer activismo gordo en redes. El “hate” que reciben depende mucho del contenido que suban: los comentarios son mayoritariamente positivos (“qué graciosa eres’, ‘qué bien vistes’, ‘te amo’, si enseñas molla”, dice Teresa) hasta que hablan abiertamente de gordofobia e ideología. “No les molesta una gorda en biquini, les molesta que tenga un discurso”, dice Mara. “La gordofobia toca mucho ego, porque a nadie le gusta ser tachado de discriminador y cuesta mucho revisarse”. Sobre los límites del humor son tajantes: “Al 100%”. “Me flipa el ‘ya no se puede decir nada’. Pues no. No puedes reírte de mí”, dice Teresa. “Las personas gordas no somos bufones de nadie, esos chistes vienen desde un lugar de privilegio”. Admite que a veces se plantea: “¿Me estoy volviendo muy radical?, ¿soy generación de cristal? Pues igual sí, ¿y qué? Yo hago humor sin vejar a nadie, si tú eres incapaz, dale una vuelta”.
Mara y Tesara interpretan además la obra Gordas, de Carlos Mesa, en los Teatros Luchana de Madrid, con la que llevan meses en cartel con aforo completo. “Al principio llenábamos con nuestras seguidoras, pero luego empezó a venir un público más variado, hombres, gente mayor, personas delgadas”, cuentan entre bambalinas justo antes de los ejercicios de calentamiento que culminan con un grito colectivo de “¡Vacaburra!”. En la obra interpretan a “dos gordas haciendo de todo”; beber, ligar en Tinder, ser inocentes, mezquinas, literalmente monjas y diablas. Cuentan que “las chicas jóvenes salen empoderadas”; pero las mujeres más mayores a veces van a abrazarlas y lloran. “Se te rompe el corazón cuando te dicen ‘ay, ojalá yo hubiese tenido esto”, explica Teresa. “Yo les digo que están a tiempo, pero si te has pasado la vida odiando tu cuerpo y descubres a los 60 que hay quien lo reivindica, normal que te dé rabia y pena”.
Representatividad
Ambas actrices crecieron sintiéndose identificadas con Yoli en Los Serrano (“siempre con manchas de kétchup o chocolate, invisible salvo a los ojos de su mejor amiga”) y Selina en Rebelde Way (“la que lloraba en su habitación porque estaba enamorada del chico enamorado de la guapa). Pero ambas querían ser Teté y Mía, las protagonistas flacas de las series. Aunque son influencers, lo más cercano a un referente cultural juvenil en 2022, consideran que su mensaje necesita atravesar el nicho de su “comunidad”, para lo que reclaman más ficciones televisivas con “papeles de gordas cuyo eje no sea solamente querer adelgazar”. A Teresa le encanta Penélope en Los Bridgerton: “Es rencorosa, no la típica gorda amiga bondadosa”.
Flor Olivera, 31, bautizó su tienda de ropa por internet Fatland, en honor a la serie Dietland, una sátira salvaje contra la cultura de las dietas protagonizada por una mujer de 130 kilos que decide vengarse. Ella montó su marca en “una época complicada” en la que se estaba reconciliando con su propio cuerpo, tras engordar por los antidepresivos. “La terapia ayuda, pero lo que más me ayudó fue el activismo”, confiesa. “Ojalá hubiese tenido estas redes en mi adolescencia”. Durante la baja, aprendió a coser para mantenerse ocupada y se lanzó con un proyecto que sentía personal: hacer ropa para todos los cuerpos y a medida. “A veces te tienes que conformar con vestirte como una abuela”, dice. “Yo diseño pensando en lo que me habría gustado encontrar cuando iba de compras y volvía llorando”. Aunque admite que ahora las marcas ofrecen más variedad, aun así tiene un “conflicto con la moda curvy”: “La industria no tiene en cuenta las especificidades de los cuerpos gordos, simplemente cogen los patrones normativos y los agrandan: puedes ser gorda, pero hasta cierto punto; se aceptan las modelos con pechos y caderas anchas, pero poca barriga, y nunca verás una con el culo plano o sin tetas como tantas mujeres gordas... y ya con celulitis o estrías ni te cuento...”. En una cala murciana, la diseñadora fotografía un domingo de mayo su nueva colección de baño sobre cuatro modelos “diversas” en las que hay todo lo mencionado, además de una mujer racializada, muchos tatuajes y grandes sonrisas.
En el perfil del Instagram de Tess Hache, técnica de igualdad en Barcelona de 22 años, también hay de todo. Celulitis, estrías, lorzas y vello corporal. Encajes, látigos y ataduras shibari. También reflexiones y poemas. En un post explica: “No soy musa, soy artista y de las gordas”. Al contrario que muchas activistas, ella empezó poniendo el cuerpo y luego vino el discurso. “Con 16 o 17 empecé a posar como modelo body positive, pero se me quedó en nada, yo necesitaba terapia de choque. Un día me desperté hartísima y subí una foto a redes en ropa interior: me dio un chute de energía increíble ver los comentarios devastadores y también la contraprestación positiva”. Con el tiempo ha pasado a la “autofotografía” y a escribir. Gordura y Deseo es su tercer fanzine en el que explora ―“desde la vivencia, no desde la academia”― las relaciones “sexoafectivas y en general” y cómo algunos cuerpos quedan excluidos del imaginario erótico. Plantea una serie de preguntas que invitan a revisarse: ¿desearías cambiar algo de tu cuerpo? ¿Crees que tus gustos sexuales y afectivos son elecciones libres? ¿Cuántas amistades o relaciones con personas gordas has tenido? “Preguntas que se debería hacer todo el mundo”, dice Tess, “porque ningún cuerpo está toda la vida dentro de la norma”.
En la calle peatonal del centro de Madrid, las cinco activistas se reparten con eficacia las tareas para preparar los talleres y la fiesta en la que bailarán a las Spice en un centro social okupado donde hay mucho que limpiar. Parece que se conocen desde hace mucho, pero físicamente solo se han visto un puñado de veces, aunque tienen un grupo de WhatsApp con nueve miembros desde hace seis meses. “El apoyo virtual necesita traspasar al físico, tenemos que ocupar los espacios en los que no cabemos”, dice Laura Castro Roldán, una de las danzantes, socióloga y metodóloga que investiga el activismo “gorde” online y el ciberfeminismo. “Hay algo curativo en verse, tocarse y estar juntas”, añade con dulzura María Cristina Castro Martínez, la psicóloga social y terapeuta que ha posado como Mel C. Para la abogada, “la simple presencia conjunta” de cinco gordas en una terraza “ya es reivindicativa”. “No tenemos referentes, siempre hemos sido un cliché, la gorda de clase, la “otra” de las películas... Y cuando conoces a mujeres que se parecen a ti y tienen una vida real, dos trabajos, discusiones de pareja normales, una que es vegetariana, sales del aislamiento que implica ser gorda”, dice la antropóloga Lara Gil. “Que se nos vea, en grupo, en los anuncios, en la tele; que se nos normalice sin juzgar nuestros cuerpos o los hábitos que imaginas que tenemos, no es hacer apología de nada”, zanja Cristina de Tena, “simplemente existimos”.
Se busca hombre gordo activista
¿Y no hay activistas gordos hombres? La respuesta de las 12 mujeres entrevistadas es que son muchos menos y menos activos. Las razones son varias. En primer lugar, en España el movimiento es incipiente y, como en otros sitios, empezó a surgir en círculos feministas. También la presión estética sobre el cuerpo de las mujeres es mayor; varios estudios citados en la Declaración consensuada internacional para acabar con el estigma de la obesidad (Nature, 2020) establecen que dicho estigma es más prevalente en las mujeres y especialmente las mujeres negras. Ellas tienen más internalizado el problema y sufren más discriminación a la hora de encontrar trabajo, ser tratadas en el médico o representadas en los medios. A ello se añade que “lo femenino se asocia a lo frágil y lo masculino a lo fuerte; hay mujeres con la talla 42 que se leen como gordas, y hombres gordos a los que se consideran fornidos”, dice la diseñadora Flor Olivera. “Además, a los hombres les cuesta convertir lo personal en político y hablar de lo que les pasa, lo sufren más en silencio”, añade la antropóloga Lara Gil. Pero haberlos, haylos, y las activistas ofrecen un par de referencias para empezar: el libro Gordo, pobre y maricón, de Alberto Velasco y la webserie Grasa, protagonizada por Kike Pérez.