El cierre del aeropuerto de La Palma por el volcán bloquea la salida de miles de turistas
El aeródromo seguirá cerrado al menos hasta el lunes y los ferris cuelgan el cartel de ‘completo’. La lava destruye ocho hectáreas más de terreno en el último día
El volcán de La Palma hace que la isla se llene de turistas los fines de semana. Y, a veces, provoca que estos no puedan salir de ella. O que les resulte extremadamente difícil. La isla se ha convertido en un embudo para los miles de turistas que han llenado hoteles y carreteras en los últimos dos días. El motivo, los vientos del oeste, que han dispersado hacia el este la nube de cenizas ...
El volcán de La Palma hace que la isla se llene de turistas los fines de semana. Y, a veces, provoca que estos no puedan salir de ella. O que les resulte extremadamente difícil. La isla se ha convertido en un embudo para los miles de turistas que han llenado hoteles y carreteras en los últimos dos días. El motivo, los vientos del oeste, que han dispersado hacia el este la nube de cenizas procedentes del cono eruptivo y han vuelto a dejar inoperativo el aeropuerto de la isla desde la una de la tarde del sábado (hora local). Las aerolíneas han suspendido la decena de vuelos programados para este domingo. Las condiciones desfavorables continuarán, al menos, durante las próximas 48 horas, ha informado este domingo la portavoz científica del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias, Carmen López. La alternativa, huir en ferri hasta Tenerife.
“Lo de Iberia es una vergüenza”, exclama Unai sentado en un banco del aeródromo mientras busca desesperadamente en su ordenador billetes para llegar a Bilbao. Llevan una semana en la isla. “La ventanilla está cerrada y no abren hasta las cuatro y media. Es una vergüenza... Es la hostia”. En idéntica situación está Víctor Caballero, portavoz de la asociación de trekking Gran Canaria a pie. Llegó el viernes al frente de una comitiva de 25 personas para caminar por los senderos de la isla y, de paso, ver el volcán. “Binter [la aerolínea regional que copa los vuelos interinsulares] no nos ha dado ninguna alternativa, [nos dicen que] que la valoremos nosotros”.
La alternativa se llama barco a Los Cristianos (Tenerife) y de ahí traslado al aeropuerto de Tenerife Norte, un trayecto que cuesta unos 94 euros en taxi. En el puerto de Santa Cruz de La Palma, se han agotado los billetes de las navieras Fred Olsen y Armas (propietaria a su vez de Transmediterránea). Los pasajes para subirse a bordo con un coche ya se habían agotado a las doce del mediodía. Las barcelonesas Esther y Neus esperan a embarcarse a la una y media rumbo a la isla vecina. “Íbamos a salir el sábado, y nos cancelaron el vuelo sin más explicaciones el viernes por la noche”, explica Esther, que se une a las críticas contra Iberia. “Ya tendría que haber un dispositivo montado con más barcos para situaciones como esta. Si no, la gente no va a venir...”.
La arena volcánica representa un serio peligro para la navegación aérea. Por varios motivos: en primer lugar, provocan un bloqueo de las sondas que permiten conocer la presión estática y la presión dinámica, imprescindibles para saber la altitud y velocidad de un avión. Además, provocan un desgaste de las ventanillas delanteras por erosión, lo que dificulta o impide la visión a los pilotos. Y lo que es más grave: la ceniza es abrasiva y causa desgastes en elementos del motor a reacción tales como el compresor, los inyectores, las cámaras de combustión o la turbina. Estos desgastes pueden producir una reducción o pérdida del empuje de los reactores. En 2010, el volcán islandés Eyjafjallajökull provocó el cierre del espacio aéreo en casi toda Europa, y dejó en tierra a más de 10 millones de pasajeros.
“Yo tengo que estar mañana en Madrid”, se desespera Sandra Sánchez en la terminal portuaria, mientras controla a su hijo de seis años con un ojo y busca desesperadamente dos billetes para volar. “Y no lo voy a conseguir. Ya no hay plazas”.
Más terreno arrasado
Las cenizas y los gases no solo bloquean las operaciones aeronáuticas civiles. Siguen causando algunos problemas a la población palmera, pese a que la calidad del aire es, en la actualidad, razonablemente buena. La baja calidad del aire en la zona sur ha lastrado la entrada de vecinos en las zonas evacuadas, donde la concentración de dióxido de azufre es mayor. La emisión de este gas proveniente del penacho “tiende al descenso permanente”, según ha informado el director técnico del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca), Miguel Ángel Morcuende. Aun así, ha emitido entre 7.000 y 18.000 toneladas diarias, niveles considerados “altos” por el Pevolca. La ceniza, por su parte, ha pasado a afectar más a la zona este de la isla, lo que hace recomendable el uso de mascarillas FFP2 en buena parte de La Palma.
El volcán mantiene su actividad haciendo caso omiso de las personas a quien pueda afectar. En las últimas horas, se han producido varios desbordamientos del cono eruptivo, que han seguido alimentando una colada central que se ha unido a una de las coladas anteriores (concretamente la 7) y ha arrasado con unas ocho hectáreas de terreno que no había sido previamente afectado. El terreno sepultado asciende en la actualidad a 1.058 hectáreas. El delta lávico sigue creciendo, y por ahora mide 53 hectáreas.
La sismicidad sí ha dado un respiro a la población. Apenas se han registrado una veintena de temblores en el domingo, la mayor parte de ellos a profundidades superiores a 20 kilómetros. La magnitud máxima ha sido 4.2 de un evento el que se produjo el sábado a las 19.20 a profundidad de 35 kilómetros, sentido con intensidad III. Morcuende ha alertado en su intervención ante el relajamiento de la población ante los sismos, y ha reclamado a la población que contribuya con los científicos participando en las encuestas para conocer la intensidad de cada evento. “Yo mismo me sorprendo sintiendo esta relajación”, ha admitido.
La intensidad mide cómo perciben los ciudadanos y las infraestructuras cada movimiento. La escala en este caso va de I a XII, y un IV es moderado: se aprecia dentro de los edificios, se nota en puertas y ventanas y los coches estacionados se agitan. La magnitud, por su parte, barema la fuerza del terremoto, independientemente de cómo se sienta en la superficie.