Columnas

La ética de la cola y las infantas

Hay decisiones que, aunque sean legales, tienen un elevado coste, al menos reputacional

Las infantas Cristina y Elena, de compras en julio pasado.José Oliva (Europa Press)

Cuando un bien es a la vez importante y escaso, se plantea el problema de cómo debe distribuirse. Puede dejarse a las reglas del mercado, de manera que la ley de la oferta y la demanda permita a los más fuertes o con más poder llegar primero. O pueden establecerse mecanismos equitativos de reparto, que pueden ser por méritos, por orden de llegada o por necesidad. Este último es el criterio que se aplica en el plan de vacunación contra la covid en España. Se rige por un orden de prioridad previamente establecido que da preferencia a las personas con mayor riesgo de muerte. Esta forma de prioriz...

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Cuando un bien es a la vez importante y escaso, se plantea el problema de cómo debe distribuirse. Puede dejarse a las reglas del mercado, de manera que la ley de la oferta y la demanda permita a los más fuertes o con más poder llegar primero. O pueden establecerse mecanismos equitativos de reparto, que pueden ser por méritos, por orden de llegada o por necesidad. Este último es el criterio que se aplica en el plan de vacunación contra la covid en España. Se rige por un orden de prioridad previamente establecido que da preferencia a las personas con mayor riesgo de muerte. Esta forma de priorizar garantiza al mismo tiempo la mayor equidad social y el mayor beneficio colectivo.

Pero la priorización siempre implica una demora y lo que se impone en este caso es la ética de la cola: esperar pacientemente a que te toque el turno. Mantener el orden es de vital importancia, pues las vulneraciones y abusos actúan como un corrosivo de la confianza en el sistema establecido. Es lo que ha ocurrido en España cuando hemos sabido que el jefe del Estado Mayor del Ejército, algún obispo y algunos alcaldes y concejales se han vacunado cuando no les tocaba. Si nos molesta que alguien intente colarse en el cine o en la caja del supermercado, cuando lo único que nos jugamos es un poco de tiempo, qué no será cuando lo que hay en juego es un riesgo para la vida. La vacuna es además el pasaporte a la libertad de movimientos y de interacción social, por eso la espera se hace eterna y en esta situación, la tolerancia ante los abusos es inversamente proporcional al cansancio y la angustia.

Todos los abusos conocidos han causado escándalo, pero el más corrosivo ha sido saber que las infantas Elena y Cristina de Borbón se habían vacunado en Abu Dabi aprovechando una visita a su padre, el rey emérito. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, justificó a las infantas señalando que la suya era “una decisión personal” muy diferente del resto de casos, puesto que ellas no le han robado la vacuna a ningún español. Cierto, pero se han saltado la cola prevaliéndose de su posición. Hay decisiones que, aunque sean legales, tienen un elevado coste, al menos reputacional. En este caso, vacunarse ponía en evidencia que forma parte de los privilegios de ciertas posiciones poder viajar y comprar lo que muchos otros no pueden, aunque lo necesiten mucho más.

Hubiera sido aún peor que se hubieran vacunado en España, pero sigue siendo censurable porque afecta a lo que Michael J. Sandel, uno de los referentes de la filosofía política, considera bienes que deben quedar fuera de los privilegios del poder. En su libro Lo que el dinero no puede comprar (Debate), Sandel constata que con el auge de las teorías neoliberales, la ética del mercado se ha ido imponiendo cada vez más a la ética de la cola, y eso crea rechazo y desafección. Cuando saltarse la cola afecta a bienes tan valiosos como la inmunidad contra un virus que mata, ese malestar puede resultar insoportable. Así lo ha entendido el Congreso de los Diputados al aprobar, con un grado de apoyo muy poco habitual en estos tiempos de polarización, una comisión que vigilará que se cumplan los criterios de vacunación.

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