Columna

‘Ley trans’: más que una batalla por el cuarto de baño

Se pueden, y se deben, proteger las identidades sexuales diferentes sin cuestionar las mayoritarias. Los que apoyan a la vez al feminismo y a los LGTBI asisten espantados a los ataques en torno a la norma

Manifestantes en Madrid el 4 de julio reclaman el desarrollo de una 'ley trans'.Marcos del Mazo (LightRocket via Getty Images)

Las puertas de los lavabos de un restaurante costero en California estaban señalizadas para “aliens” y “robots”. No intente averiguar cuál le toca: son espacios gender free. “Sé lo que quieras ser”, decía el cartel. Choca constatar que una de las batallas de la igualdad de nuestro tiempo se libra en torno a los cuartos de baño, pero es así. En un gesto a los transexuales, Obama ordenó que en los centros educativos se pudiese acceder al lavabo del sexo con que cada uno se identifique; fue una de la...

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Las puertas de los lavabos de un restaurante costero en California estaban señalizadas para “aliens” y “robots”. No intente averiguar cuál le toca: son espacios gender free. “Sé lo que quieras ser”, decía el cartel. Choca constatar que una de las batallas de la igualdad de nuestro tiempo se libra en torno a los cuartos de baño, pero es así. En un gesto a los transexuales, Obama ordenó que en los centros educativos se pudiese acceder al lavabo del sexo con que cada uno se identifique; fue una de las primeras normas que derogó Trump al llegar al poder.

España vive ahora un acalorado debate en torno a la ley trans, hay quien dice ley Veneno, impulsada por la ministra de Igualdad, Irene Montero, que proclama la “autodeterminación de género”. Una norma similar rige en Argentina y se aparcó en el Reino Unido; el asunto está en el programa de Biden. Lo que se debate es el derecho a cambiar el sexo registrado sin que se exijan informes médicos ni tratamientos hormonales. El fin es hacer menos penoso el proceso, “despatologizarlo”: que cada uno sea lo que quiera ser. Otro punto espinoso será el de los espacios separados: lavabos y vestuarios, sí, o módulos penitenciarios.

No hay un articulado aún, pues la iniciativa está en fase de consultas. Si la base es la proposición de ley de Unidas Podemos en 2018, cabe temer que se legisle desde el activismo antes que desde el rigor jurídico. El conflicto surge por el recelo de que, para acomodar mejor en la sociedad a las personas transexuales, transgénero, intersexuales, no binarias o de género fluido, lo que resulta loable, parezca negarse la realidad de todos los demás, los cis, como se llama a quien está conforme con su sexo biológico, al margen de que sea hetero, homo o bisexual. Inquieta del discurso queer que pueda llegar al extremo de presentar el sexo, y no solo el género, como una mera construcción cultural. Se pueden, y se deben, proteger las identidades sexuales diferentes sin cuestionar las mayoritarias.

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El plan encuentra resistencias en el PSOE y contra él se han alzado voces históricas del feminismo. Ha surgido una denominada Alianza contra el Borrado de las Mujeres que rechaza que para ser mujer baste con decirlo. Y apela al asunto de los baños: “La amenaza a las mujeres en estos espacios que pasarían a ser compartidos con varones es clara”. ¿Acaso son varones las trans? (los trans parecen fuera de esta polémica por ahora). A este pensamiento se lo ha etiquetado como feminismo radical transexcluyente, TERF por sus siglas en inglés. Desde el bando contrario se denuncia por transfobia a quienes —como la escritora J. K. Rowling, diana de un boicot— se oponen a que a las nacidas mujeres se las llame ahora “gente que menstrúa”.

De todos los movimientos emancipadores, el feminismo es el único que no defiende a una minoría, sino a la mitad de la población. Los LGTBI sí son una minoría, aunque nada irrelevante, dentro de la cual los y las trans son una pequeña parte. Estos últimos viven una experiencia muy dura: son objeto de discriminación, acoso y burla, a menudo sufren la marginalidad y explotación sexual. Dar el paso exige valentía. Tienen motivos para reivindicar su dignidad.

Volvamos al cuarto de baño: sería humillante forzar a alguien trans a usar el retrete de su sexo de nacimiento. Es disparatado pensar que alguien se dirá mujer para colarse en los vestuarios femeninos. No es tan absurdo temer el fraude a la hora de elegir prisión o eludir una condena por violencia de género. Y las competiciones deportivas traen otro dilema: lo que da ventaja ahí es la testosterona, más alta en una mujer trans si no siguió un tratamiento.

Un amplio sector social que siente simpatía por las dos causas, la del feminismo y la de los LGTBI, observa espantado el durísimo cruce de ataques e insultos en las redes sociales. E intuye que los dos movimientos, rivales del machismo ancestral, se han equivocado esta vez de enemigo.

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