¿Más suspensos en la reválida de septiembre?
Aunque ahora ya tenemos claro que los niños no son los más vulnerables en esta pandemia, sí que pueden infectarse y potencialmente transmitir el virus a otras personas
En pleno arranque de las clases para millones de alumnos en toda España, la ansiedad acumulada durante los últimos meses por padres y profesionales educativos está llegando a su clímax. No es para menos, y el desasosiego es más que legítimo. Es evidente que la situación epidemiológica no invita a ningún optimismo, ya que de hecho todas las comunidades —con la única excepción de Asturias— superan con creces (...
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En pleno arranque de las clases para millones de alumnos en toda España, la ansiedad acumulada durante los últimos meses por padres y profesionales educativos está llegando a su clímax. No es para menos, y el desasosiego es más que legítimo. Es evidente que la situación epidemiológica no invita a ningún optimismo, ya que de hecho todas las comunidades —con la única excepción de Asturias— superan con creces (¡algunas incluso en más de 30 veces!) la incidencia máxima recomendada que la Organización Mundial de la Salud considera como aceptable (10 casos por cada 100.000 habitantes) para una reapertura de las escuelas segura. La incertidumbre además ha ido en aumento por la percepción (bastante acertada) de que los deberes se han hecho mal y tarde.
La descentralización de la responsabilidad a la hora de elaborar recomendaciones y normas específicas condujo a que, en el marco de unas normas genéricas insuficientemente publicitadas y diseminadas, cada comunidad trabajase en solo sus propias recomendaciones, creando así una sensación de desgobierno y poca claridad. El típico ferragosto español tampoco ha ayudado, aunque los cuatro meses sin escuela presencial del pasado curso deberían haber servido de escarmiento y preparación para tener unos planes claros y concretos ya por junio, sobre todo después de que pediatras y especialistas en salud pública ya nos pronunciásemos claramente en esa época sobre lo que debíamos presumiblemente anticipar para el otoño cargadito que se avecinaba.
Pero la vuelta al cole ya está aquí, sin rebajas y al rojo vivo. Aunque ahora ya tenemos claro que los niños no son los más vulnerables en esta pandemia, sí que pueden infectarse y potencialmente transmitir el virus a otras personas (niños o adultos). De la eficiencia de esta infectividad dependerá el riesgo a nivel comunitario que la reapertura de escuelas conlleve. No nos engañemos, desde el primer día detectaremos casos en las escuelas, ya sea en niños o en adultos que allí trabajen, puesto que estas serán fiel reflejo de la transmisión comunitaria que allí esté ocurriendo. De nuestra agilidad para el rastreo y aislamiento selectivo de los contactos estrechos (¿les suenan los conceptos de los grupos estables de convivencia, las ratios, las burbujas? Pues eran para esto) dependerá que podamos responder adecuadamente al reto que estos casos representan, y logremos que las escuelas actúen como tampón —y no fuelle— de la transmisión del virus.
Y, por descontado, sin descuidar las mascarillas obligatorias, la distancia física, la higiene de manos frecuente y la ventilación rutinaria de los espacios cerrados. Mientras todos centramos la atención en las escuelas, alguien debería recordar que universitarios, oficinistas, obreros, tenderos, trabajadores de fábricas y demás profesionales que también vuelven al cole siguen en riesgo de infectarse y enfermar, y que todos los suspensos que hemos acumulado en esta reválida merecen quizás que repitamos curso y quizás confinamiento.
Quique Bassat es pediatra, epidemiólogo e investigador ICREA en ISGlobal.
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