La playa de San Lorenzo, en Gijón, vuelve a tener quien la cuide

Una niña de cuatro años dedica su primer paseo tras el confinamiento a retomar la rutina de recoger plásticos en San Lorenzo

Alejandra recoge plásticos en la playa de San Lorenzo.ELOY ALONSO (EL PAÍS)
Madrid -

Alejandra tiene cuatro años. Nació y vive en Gijón. Al contemplar sus ojos negros se percibe una mirada vivaz. Por sus movimientos, se intuye una forma especial de relacionarse con el entorno. Es ágil. Coge con soltura objetos más altos que ella. Le encanta comer. Y, en medio del debate surgido en los últimos días sobre el cumplimiento de las normas en los paseos con niños, su imagen recogiendo plásticos en la playa de San Lor...

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Alejandra tiene cuatro años. Nació y vive en Gijón. Al contemplar sus ojos negros se percibe una mirada vivaz. Por sus movimientos, se intuye una forma especial de relacionarse con el entorno. Es ágil. Coge con soltura objetos más altos que ella. Le encanta comer. Y, en medio del debate surgido en los últimos días sobre el cumplimiento de las normas en los paseos con niños, su imagen recogiendo plásticos en la playa de San Lorenzo con medio rostro oculto tras una mascarilla ha emergido como un mensaje optimista de responsabilidad y de futuro.

“Lo que hacemos es un paseo durante el que recogemos objetos, no una limpieza”, explican por videoconferencia sus padres. Ana Fernández (Oviedo, 42 años), es maestra de Infantil y jefa de estudios. Alexandre Crespo (Vigo, 41 años) es cocinero, profesor de surf y de vela. Han inculcado a sus tres hijas —las otras dos tienen 14 y 16 años— una conciencia medioambiental que se ha ido consolidando con los años. “Es fácil recoger utensilios que están tirados en el suelo. Comenzamos hace una década con las boyas. Pero nos encontrábamos de todo e investigábamos la historia del objeto. Se diferencian por la época del año. De septiembre a octubre, por ejemplo, el mar devuelve todo lo que se ha llevado en verano”. Muchos de esos objetos pasan por su casa antes de ir al contenedor: “hemos llegado a tener 40 rastrillos en la bañera de casa. La norma es tirarlo todo”.

El edificio en el que viven está a escasos 100 metros del mar. Desde su casa, se divisa un pequeño trozo del arenal. Durante sus primeros tres años de vida, Alejandra acompañaba a su padre a la playa prácticamente a diario. Fue el escenario de su rutina preescolar. Tras más de 40 días confinados, volvió con nervios y algo de miedo —había tenido pesadillas y alguna regresión que se tradujo en pis nocturno—. A ella, que con 21 meses ya se ponía en pie sobre un monopatín, le costó bajar las escaleras de nuevo. Tres días después, le cuesta entrar en casa. “Por la mañana con papá y por la tarde con mamá”, dice organizando la agenda de la familia.

“Normalmente bajamos con un capazo o un cubo grande, es algo bastante común en nuestro círculo de amigos”, explican. El domingo, además de mucho plástico, también encontraron un huevo de manta raya que Alejandra enseña con orgullo ante la cámara. Hace años, una lata de Fanta de los años 70 sin abrir. Los objetos que encuentra desatan la imaginación de la pequeña. “Ella puede coger un plástico y empezar a decir que se lo había comido un pez, que se murió por comerlo y que su mamá lloraba…”, relata Ana. “¡Y era verdad!”, interrumpe ella.

Con el permiso de paseo con niños la playa ha vuelto al centro de la vida familiar. “Ayer fuimos a recoger plásticos, hoy iremos y mañana, también. Siempre subimos con algún objeto. Estamos hablando de una playa urbana que está en una zona muy industrializada”, dice Alexandre, que cree que, con el confinamiento, la playa se ha vuelto más natural, “había plásticos, sí, pero también conchas y piedras más grandes”.

El Parque de la Vida, un área de divulgación científica y educación medioambiental de 32.000 metros cuadrados situado en el occidente asturiano, ha decidido otorgarle a Alejandra el premio Conciencia 2020. Lo hace reconociendo su labor antes y después del confinamiento. “Para ella fue un día normal”, dicen sus padres. Preguntada sobre lo que quiere hacer de mayor, lo tiene claro: “Quiero hacer surf”, dice mientras simula coger una ola sobre la tabla de un monopatín en el suelo de la cocina de su casa. Pero ella también tiene algunas preguntas: “¿Me darán una medalla?”, y, sobre todo, “¿me dejaréis comer un helado?”. Responden los padres: “Sí, por supuesto. Controlamos el tema del azúcar, pero no somos unos talibanes”.

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