El silencio de Roma sin turistas

La imagen de la capital italiana confinada choca con las escenas habituales de otros años por estas fechas. En 2019, recibió en Semana Santa casi un millón de visitantes

Un carabiniero sobrevuela en helicóptero el coliseo de Roma, ayer.CLAUDIO PERI (EFE)

La céntrica Plaza Navona de Roma, tras un mes de confinamiento, está tan poco transitada que la hierba ha empezado a abrirse paso entre los míticos sampietrini, el adoquinado característico de la capital italiana, y parece que de un momento a otro un incipiente manto verde va a cubrir todo suelo. Los graznidos de las gaviotas, que en ocasiones normales podrían calificarse como molestos pasan a ser atronadores cuando es lo único que se escucha. El bullicio y el caos tan representativos del centro de la ciudad han desaparecido. En algunas calles, a la hora de la comida, se percibe el ruid...

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La céntrica Plaza Navona de Roma, tras un mes de confinamiento, está tan poco transitada que la hierba ha empezado a abrirse paso entre los míticos sampietrini, el adoquinado característico de la capital italiana, y parece que de un momento a otro un incipiente manto verde va a cubrir todo suelo. Los graznidos de las gaviotas, que en ocasiones normales podrían calificarse como molestos pasan a ser atronadores cuando es lo único que se escucha. El bullicio y el caos tan representativos del centro de la ciudad han desaparecido. En algunas calles, a la hora de la comida, se percibe el ruido de los cubiertos que sale de alguna ventana abierta. Roma vacía, sin turistas, parece aún más eterna, como congelada en el tiempo. Las calles desiertas, que además nunca han estado tan limpias, parecen una postal demasiado perfecta como para ser real. Las papeleras están vacías y por las avenidas solo transitan pequeños camiones de la basura que no tienen nada que limpiar y repartidores de comida a domicilio, en bicicleta o en moto. Las iglesias y monumentos como el imponente Panteón están cerrados a cal y canto. También los hoteles.

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La imagen de la Roma confinada, sobre todo en estos días festivos, al menos en el centro, porque en los barrios la panorámica es bien distinta, choca completamente con las escenas habituales de otros años por estas fechas. En 2019, la capital recibió en Semana Santa, según el ayuntamiento, casi un millón de visitantes, un 3,8% más que el año anterior. Confturismo, la patronal turística italiana, calcula que entre marzo y mayo de este año el país perderá 30 millones de turistas y más de 7.400 millones de euros.

La ausencia de visitantes ha cambiado radicalmente la estampa del centro de la ciudad, donde no se ve prácticamente un alma. En la plaza Campo dei Fiori un hombre pasea en bicicleta un radiocasete con música de Fabrizio De André a todo volumen y rompe el silencio sepulcral. Se intuyen sonrisas debajo de las mascarillas del par de personas que están paseando al perro en ese momento por la zona.

En Navona, el ruido del agua de la fuente inunda toda la plaza. Tres personas hacen deporte y otras tantas cruzan de un lado al otro con bolsas de la farmacia en la mano. “Nunca había visto la ciudad así, parece magia”, exclama Saverio, jubilado que siempre ha vivido en el centro.

Un mujer camina por Villa Borghese este domingo 12 de abril GIUSEPPE LAMI (EFE)

Giovanni La Gorga ha salido a comprar algo de comer, es pinchadiscos y vive en la Vía della Pace. Dice que fue el primero en poner música desde el balcón de su casa. Hace dos años, con el beneplácito del ayuntamiento, lanzó un proyecto para protestar así contra el exceso de turismo y la degradación del centro de la ciudad. Ahora sigue haciéndolo para amenizar el confinamiento. “Casi no se asoma nadie porque aquí ya no vive nadie”, explica mientras señala a las ventanas cerradas de los edificios en los que cuenta que residen “solo unas pocas personas”. “Quedamos cuatro gatos, los habitantes del centro se han mudado a otras zonas y han montado alojamientos turísticos en sus apartamentos”, lamenta. “El centro se ha dedicado solo al turismo y ha perdido su identidad. Este momento nos llevará a reflexionar y llegarán cambios”, dice. Y añade: “Ya no hay caos, ahora solo podemos volvernos locos de soledad”.

En el municipio I de la capital, que engloba el centro histórico y otras zonas aledañas, los habitantes pasaron de 185.000 en 2016 a 110.000 en 2018, según los últimos datos del ayuntamiento. En el mismo periodo de tiempo, se abrieron en la misma zona 3.300 alojamientos turísticos nuevos.

Noor regenta un negocio de alimentación para turistas detrás de Plaza Navona. Ante la escasez de clientes, ha decidido cerrarlo durante el confinamiento, pero el sábado antes de Pascua lo abrió “por si alguien necesitaba comprar algo para pasar estos días de fiesta”, aunque no ha entrado nadie. “Este mismo día el año pasado vendí 800 euros y se agotaron gran parte de las botellas de vino y hoy, ni un solo euro”, deplora.

Una mujer, protegida con una mascarilla, ante la Fontana di Trevi (Roma)Antonio Masiello (Getty Images)

La fontana de Trevi, casi siempre oculta entre la turba de turistas, está completamente vacía también. “Por aquí ya solo vienen periodistas y fotógrafos para retratar esta desolación”, dice un policía local que vigila el monumento y prefiere no dar su nombre. A su alrededor, como en todas las calles del centro, la imagen es irreal. Prácticamente todos los negocios están cerrados, en algunas tiendas de ropa los maniquíes de los escaparates se han quedado vestidos con abrigos de invierno y jerséis de lana, aunque fuera, la primavera ha llegado con fuerza y el calor ya es pegajoso. En otras tiendas se acumula el correo en el suelo.

En la Vía del Corso, Gueri cierra el quiosco que regenta a las tres de la tarde por ser festivo. “Viene poca gente, solo los que viven aquí”, apunta. Y relata que estos días está vendiendo más publicaciones extranjeras de lo habitual. “La gente quiere informarse y saber lo que pasa en el mundo”, dice.

A pocos metros de allí, en la Plaza del Pueblo, Etilio Tirillo espera fuera de su taxi, bajo un sol de justicia a algún cliente que no acaba de llegar. Ha forrado el interior del coche con plásticos, lleva guantes y mascarillas y desinfecta el vehículo cada semana. En Semana Santa solía comenzar una época dorada para el sector. “Hemos reducido turnos, en todo el mes trabajaré unos seis días y solo hasta las siete de la tarde, calculo que al día haremos un 95% menos de desplazamientos”, señala.

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