Un acelerador de cambios
Ni el presidente estadounidense, Donald Trump, ni el primer ministro británico, Boris Johnson, han podido mantener sus estrategias iniciales de asumir el coste en vidas humanas de la pandemia para salvar la economía
Lo decía hace unos días el escritor italiano Alessandro Baricco en una conversación con Jorge Carrión en la web del CCCB de Barcelona: esta crisis es solo la antesala de otras que vendrán, también globales y también potencialmente devastadoras. Puede ser otra pandemia, pero él se refería sobre todo a las crisis ambientales. Son muchas las voces que alertan de que pasaremos de la emergencia sanitaria a la emergencia climática. Fenómenos de alcance global que reclaman una gobernanza global que no tenemos. Ya se está viendo para qué sirven esos organismos como el G7 o el G20, autoerigidos en cons...
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Lo decía hace unos días el escritor italiano Alessandro Baricco en una conversación con Jorge Carrión en la web del CCCB de Barcelona: esta crisis es solo la antesala de otras que vendrán, también globales y también potencialmente devastadoras. Puede ser otra pandemia, pero él se refería sobre todo a las crisis ambientales. Son muchas las voces que alertan de que pasaremos de la emergencia sanitaria a la emergencia climática. Fenómenos de alcance global que reclaman una gobernanza global que no tenemos. Ya se está viendo para qué sirven esos organismos como el G7 o el G20, autoerigidos en consejo mundial. De repente, un acontecimiento fortuito que mata a miles de personas, paraliza la economía y mantiene confinado a un tercio de la humanidad no tiene quién lo gobierne.
El historiador y economista italiano Emanuele Felice, autor de Historia Económica de la Felicidad, recordaba estos días el papel que han tenido las epidemias en la aceleración de algunos procesos históricos. De qué manera las plagas del siglo II y III contribuyeron al declive de la civilización romana, o cómo la peste negra del siglo XIV contribuyó a erradicar en Europa occidental lo que quedaba de las estructuras feudales, a diferencia de Oriente, donde siguieron vigentes. También el historiador Yuval Harari ha explicado con detalle en su monumental Homo Deus cómo influyeron la peste y otras epidemias en el devenir de la historia. El mismo Harari defendía en un artículo reciente el valor disruptivo que esta crisis va a tener, tanto en el plano tecnológico como en la gobernanza.
Sabemos que las crisis aceleran los procesos de cambio. Esta también lo hará. Uno de los más evidentes es el papel que van a tener las tecnologías de vigilancia social. Habrá que pelear para que no sirvan a fines totalitarios, aunque han venido para quedarse. Pero la crisis ha dado también indicios esperanzadores. Las propuestas de dar una respuesta utilitarista a una amenaza global y colectiva han fracasado. Ni el presidente estadounidense, Donald Trump, ni el primer ministro británico, Boris Johnson, han podido mantener sus estrategias iniciales de asumir el coste en vidas humanas de la pandemia para salvar la economía. Se ha impuesto la respuesta humanista, la defensa del bien común, y con especial énfasis en la protección de los más vulnerables.
Es también relevante la facilidad con la que se ha impuesto la respuesta civilizatoria por encima del sálvese quien pueda. La población ha aceptado y cumplido el confinamiento y los sacrificios que comporta, y ha desplegado reconfortantes iniciativas de solidaridad y empatía. La única excepción ha sido el mercado, incapaz de proporcionar medios de protección y respiradores allí donde más se necesitaban. Lección aprendida: hay cosas que no las podemos dejar a las reglas de la oferta y la demanda.
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