Cuba: ni turistas, ni besos, ni abrazos
A partir de ahora, solo podrán llegar a la isla los residentes y a su ingreso deberán someterse a una cuarentena de 15 días
Son las cinco de la tarde en La Habana, es domingo, y desde una paladar situada frente al mar, en una zona de costa rocosa donde la gente acude a bañarse, el paisaje es romántico e inquietante. Un grupo de jóvenes escucha reguetón y baila: hay frotamientos, besos de piquito y toca-toca diversos, todo muy cubano y caliente, pese a que el propio presidente de Cuba salió hace tres días en televisión pidiendo suprimir los saludos efusivos. “Ni besos ni abrazos; saludos a una distancia prudencial hasta que la epidemia pase”, dijo ...
Son las cinco de la tarde en La Habana, es domingo, y desde una paladar situada frente al mar, en una zona de costa rocosa donde la gente acude a bañarse, el paisaje es romántico e inquietante. Un grupo de jóvenes escucha reguetón y baila: hay frotamientos, besos de piquito y toca-toca diversos, todo muy cubano y caliente, pese a que el propio presidente de Cuba salió hace tres días en televisión pidiendo suprimir los saludos efusivos. “Ni besos ni abrazos; saludos a una distancia prudencial hasta que la epidemia pase”, dijo Miguel Díaz-Canel, el mismo día que se anunció que a partir de este martes se prohibirá la entrada de turistas. A partir de ahora, solo podrán llegar a la isla los residentes y a su ingreso deberán someterse a una cuarentena de 15 días, aunque no se cierran los aeropuertos para permitir el regreso de los cerca de 60.000 viajeros que quedan en el país.
Ajenos a esta realidad, los jóvenes de la Playa de 16, en el barrio de Miramar, continúan en su fiesta. “Diablita/ tu hombre te ama pero tú le eres infiel/ y cuando se pone el sol tú quieres beber…”, canta desde una bocina portátil el puertorriqueño Anuel AA, y la cosa en la playita sigue su propia lógica. A pocos metros, en un chiringuito estatal colindante, en las mesas había botellas de ron, cerveza y bastante gente que también vacilaba con otra canción picante. Tampoco parecían muy preocupados por la situación ni que hicieran excesivo caso a los llamamientos de las autoridades, que exhortan en televisión a mantener “la distancia social” por autoconciencia, no con cuarentenas obligatorias y extremas, de momento.
Por idiosincrasia, en Cuba la gente se besa, se abraza, conversa con las manos y el tacto, entre amigos pero también en las largas colas que se forman en las tiendas y bodegas donde se venden artículos de primera necesidad. Cuba vive al día y hay que salir a la calle e ir a comprar a diario, pues dada la escasez es prácticamente imposible acumular productos para hacerse fuerte en casa durante 15 días. Este es uno de los grandes hándicaps a que se enfrentarán las autoridades en caso de que la epidemia prenda, que ojalá no. De momento hay 40 casos confirmados y un muerto, 1000 personas están aisladas en centro hospitalarios por síntomas sospechosos y otras 30.000 permanecen bajo vigilancia en sus casas.
Los cines, teatros, actividades musicales, deportivas y políticas están suspendidos, pero los bares y restaurantes ––privados y estatales–– siguen abiertos y en estos lugares la gente, sobre todo los más jóvenes, sigue haciendo vida normal o casi normal, aunque poco a poco el mensaje empieza a calar en algunos. En la mayoría de los establecimientos te obligan al entrar a frotarte las manos con una solución de agua con cloro, pero aun así un cliente trata de plantarle un beso a una camarera, y esta le responde: “Mi amor, deja ya la besuqueadera que el horno no está pa galleticas”. Por fin el cliente recula, aunque se lleva el “mi amor” para su casa.
Los hoteles en Cuba ya empiezan a cerrar. El domingo quedaban en el país 60.000 turistas, 15.000 de ellos europeos -unos 2.000 españoles-, que trataban de regresar a sus países antes de que las compañías aéreas dejen de volar. En el caso de Iberia y Air Europa siguen trabajando, pero Air France ya anunció que termina y así muchas otras latinoamericanas, como Copa o Aeroméxico. Debido a ello, un millar de argentinos están varados en la isla ––hasta Cristina Kirchner vino el fin de semana y se llevó en el último vuelo a su hija, Florencia, en tratamiento en la isla desde hace un año––.
La caída a cero del turismo ––la prohibición de entrada a los viajeros es, al menos, por un mes–– es un verdadero drama para los cubanos. No sólo para el Gobierno, que desde que llegó Donald Trump a la Casa Blanca hace malabares para equilibrar sus maltrechas cuentas, también para los 600.000 trabajadores por cuenta propia, muchos de los cuales dependen de los dólares que se gastan los visitantes. El año pasado, tras la prohibición de Washington a los cruceros y a los viajes de los ciudadanos norteamericanos, el sector cayó un 15%. Muchos negocios privados han empezado a cerrar, las tiendas están desbastecidas y escasea el dinero, por lo que las colas crecen.
En televisión, este domingo por la tarde una autoridad sanitaria insistía en la importancia del “distanciamiento social”. Cuba se encuentra en la Fase 1, con casos sólo entre turistas, viajeros o personas vinculadas con ellos, dijo el funcionario, pero indicó que se adelantan ya medidas contempladas para la Fase 2 (transmisión autóctona) y 3 (cuando se incrementan los casos exponencialmente sin saber de donde viene el contagio). A esa misma hora, en la Playita de 16, un chico de unos veinte años que parecía el más consciente de todos, miraba al cielo y se encomendaba a los santos afrocubanos: “Ay, por favor, que esto pase pronto y nos volvamos a besar”.
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