Las despedidas pendientes

Las familias no pueden acompañar a los enfermos, ni organizar los velatorios de las víctimas

Traslado de un fallecido desde el Hospital Universitario Puerta de Hierro, en Majadahonda., Madrid. SAMUEL SÁNNCHEZ / EL PAÍSEL PAÍS
Madrid -

“Para mí queda pendiente. Toda la parte del velatorio, de que venga la gente y nos demos abrazos y besos, de ver una multitud despidiéndola… Ese tributo y despedida que ella se merece lo tengo pospuesto. Lo necesitamos. No concibo que haya sido así, que se haya ido y no la hayamos despedido…”. Lo cuenta por teléfono, con un hilo de voz, Mari Paz Jiménez, vecina de Morata de Tajuña (Madrid). Cuando tenía tres años su madre falleció debido a un cáncer de mama y se hizo cargo de ella su tía Honoria, conocida por todos como Nori. “Fue una madre para mí. Me crió, me lo dio todo”. Hace una semana No...

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“Para mí queda pendiente. Toda la parte del velatorio, de que venga la gente y nos demos abrazos y besos, de ver una multitud despidiéndola… Ese tributo y despedida que ella se merece lo tengo pospuesto. Lo necesitamos. No concibo que haya sido así, que se haya ido y no la hayamos despedido…”. Lo cuenta por teléfono, con un hilo de voz, Mari Paz Jiménez, vecina de Morata de Tajuña (Madrid). Cuando tenía tres años su madre falleció debido a un cáncer de mama y se hizo cargo de ella su tía Honoria, conocida por todos como Nori. “Fue una madre para mí. Me crió, me lo dio todo”. Hace una semana Nori murió debido al coronavirus.

“La muerte estos días es mucho más dolorosa. La gente está muriendo sola y no podemos despedirnos”, explica Jiménez. Su tía vivía desde hace unos años en la residencia para ancianos Virgen de la Antigua, en Morata de Tajuña. El pasado 8 de marzo uno de los residentes se infectó y murió. A partir de ahí, el brote. “Las monjas y trabajadoras de la residencia se vieron desbordadas. No sabían lo que estaba pasando”, rememora Mari Paz. La residencia restringió las visitas: solo se podía hablar a través de una mampara. “El día 10 fue la última vez que la vi… Estaba bien, no tenía nada”, dice Mari Paz. Al día siguiente, Nori cayó enferma.

“Al principio me dijeron que tenía fiebre. Pero a los dos días mi prima me llamó y me dijo: ‘Oye, que está muy malita’”, cuenta Mari Paz. Una situación ya de por sí dura se convierte en cruel cuando el desencadenante es el coronavirus. “No se podía entrar a verla. A mí me dejaron despedirme de forma excepcional, con un traje protector. Pero la gente está muriendo sola, sin apoyo, sin ver a un solo familiar”, explica Mari Paz con la voz rota de dolor.

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Nori falleció el día 15. “Una ambulancia la fue a recoger el día anterior, la ingresaron y lo siguiente que vimos nosotros fue el ataúd”, dice Jiménez. “Eso es muy duro”. La familia de Mari Paz no pudo velar a su tía. “Lo único que nos permitieron es hacer un entierro de unos minutos en el exterior y 10 personas que no pudimos ni tocarnos. Luego, todos a casa sin haberla visto siquiera”. Para ella, la despedida que su tía merece ha quedado pendiente. Y, con ella, también el dolor.

“Los familiares están desesperados”. María es el nombre ficticio de una enfermera del hospital Doce de Octubre de Madrid. Trabaja en la planta previa a la UCI. Atiende a pacientes de coronavirus graves. “Están en una habitación y no puede entrar nadie”, explica en conversación telefónica. “Así que los familiares se quedan en las salas de espera. No pueden hacer nada, ni entrar, pero necesitan estar ahí”, cuenta María. Cada día, a la una de la tarde, un médico sale y les explica la evolución de su familiar. “Si tuviéramos EPI [equipo de protección individual] suficientes, les dejaríamos pasar, pero no tenemos”.

Cuenta María que la tensión es enorme. “Los familiares nos dan cosas para que les demos a los ingresados: libros, cartas, teléfonos… No poder verlos genera una ansiedad enorme. Atendemos constantes ataques de ansiedad y los pacientes ingresados también tienen bajadas de oxígeno a menudo. Están muy agobiados por la soledad”. María explica que la incertidumbre es lo más cruel: “Cuando un paciente ingresa en esta planta la familia sabe que, o lo ven de vuelta en casa o ya ven directamente el ataúd. No hay proceso por el medio y eso lo convierte en algo muy duro”.

La abuela de Pablo Padilla falleció el pasado día 17. Vivía en una residencia de Soto del Real, en Madrid. Murió sin poder despedirse de un solo familiar. Cuenta Padilla por teléfono sobre la víspera del fallecimiento: “Nos llamaron para decir que estaba mal, como cansada y callada. Pero claro, no pudimos ir a verla. No pudimos hacer nada…”. Al día siguiente les comunicaron la muerte. “Ya no es que muriese sola, sin poder despedirnos. Es que ni siquiera ahora puedo ir a ver a mi madre, que es la que de verdad está afectada, a darle un abrazo. Y eso que vivimos a 900 metros. Cada uno está pasando el duelo en su casa. Mi madre no puede darse un abrazo con sus hermanas”, cuenta Pablo.

Padilla y su familia tuvieron que esperar tres días para que el tanatorio les diese cita para la incineración. “Están desbordados”. Cuando tuvo lugar, la ceremonia fue breve y con 10 personas que no pudieron tocarse entre sí. “Todo muy frío, teníamos que estar a dos metros unos de otros. Muy doloroso”. Como Jiménez, Padilla explica que han acordado que, cuando puedan, le harán a su abuela una despedida como se merece.

Explica un portavoz de Servicios Funerarios de Madrid que, según instrucciones de Sanidad Mortuoria, están prohibidos los velatorios a fallecidos por coronavirus. “Las familias solo pueden celebrar un entierro o incineración en el exterior y con un máximo de 10 asistentes. Lo que pasa es que muchas familias están en cuarentena y tenemos muchas cremaciones o entierros en los que no viene prácticamente nadie”. Cuenta este portavoz que los crematorios han tenido que aumentar su plantilla, capacidad y horario. “Se han multiplicado las ceremonias. Aún tenemos margen, pero no sé cuál será el escenario en unos días”.

Las imágenes que llegan de Italia no invitan al optimismo. En la ciudad de Bérgamo decenas de ataúdes son trasladados por camiones militares para su incineración. Imágenes casi bélicas. “Todavía no estamos en ese punto”, recalca el portavoz.

Para paliar el dolor de las despedidas en aislamiento, Javier Barbero, concejal del Ayuntamiento de Madrid y miembro de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, ha puesto en marcha, de la mano del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid y de los Servicios Funerarios, una red de apoyo para dar acompañamiento en el duelo a las familias afectadas por el coronavirus mediante el correo ayudaduelocopm@cop.es. “En nuestra cultura uno siente que no ha cumplido si no está con su familiar en las últimas horas”, explica Javier. “Sin acompañamientos ni ritos es como si no hubiera pasado. Se produce una sensación de irrealidad”. Por ello, más de 60 psicólogos se han puesto de forma voluntaria al servicio de esta red, para atender a las familias que hoy sufren las pérdidas a distancia y en soledad. Las pérdidas extraordinariamente crueles que está provocando el coronavirus.

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