Málaga se queda vacía y los turistas llenan el aeropuerto

Con el festival de cine y sus procesiones de Semana Santa canceladas, la capital de la Costa del Sol se queda sin vida

Dos turistas en una desierta calle Larios, en Málaga.García-Santos; Garcia-Santos (El País)

La soprano Pilar Rodríguez cantaba esta mañana en la puerta cerrada de la Catedral de Málaga. Ataviada con una bolsa de plástico roja para escapar de la lluvia, no tenía público. Su voz se perdía entre las callejuelas desiertas del centro malagueño, en una especie de realidad distópica con música sacra como banda sonora. Su hucha, con una treintena de monedas, indicaba que algunos viandantes sí que habían pasado junto a ella a lo largo de la mañana. Un paseo por el casco histórico descubría a algún turista fotografiando el vacío, bancos precintados para que nadie se sentara, paseantes con perr...

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La soprano Pilar Rodríguez cantaba esta mañana en la puerta cerrada de la Catedral de Málaga. Ataviada con una bolsa de plástico roja para escapar de la lluvia, no tenía público. Su voz se perdía entre las callejuelas desiertas del centro malagueño, en una especie de realidad distópica con música sacra como banda sonora. Su hucha, con una treintena de monedas, indicaba que algunos viandantes sí que habían pasado junto a ella a lo largo de la mañana. Un paseo por el casco histórico descubría a algún turista fotografiando el vacío, bancos precintados para que nadie se sentara, paseantes con perro y barra del pan bajo el brazo. También agentes de policía insistiendo en que lo mejor era irse a casa. “Jamás había visto esto así”, decía María Ruiz, malagueña que paseaba por una calle Larios desolada y gris.

La principal vía de la ciudad hubiera vivido una imagen totalmente contraria en ausencia de virus. La alfombra roja del Festival de Cine hubiera coloreado los adoquines y los operarios seguirían montando la tribuna de Semana Santa. Con ambos eventos cancelados, la estampa era otra. También en las playas, tomadas por unas gaviotas sorprendidas de que la arena fuera solo para ellas. Con todo el litoral cerrado, las mesas donde se servirían espetos y pescaíto frito no estaban. En el paseo marítimo solo había algún turista maleta en mano buscando un taxi para salir de la ciudad. Eran pocos. “En toda la mañana solo he hecho un viaje”, contaba el taxista José María Salas desde su parada en el barrio de El Palo.

El destino de los turistas era el aeropuerto de Málaga, una isla de multitudes en una Costa del Sol desolada. “Parece un día de temporada alta”, decía un empleado de una empresa de alquiler de coches, que no daba abasto con las devoluciones de vehículos. Miles de turistas habían llegado a primera hora de la mañana para escapar a sus países. “Llegamos el viernes a Marbella, pero con todo cerrado no tiene sentido estar aquí”, decía Jack Wall, británico de York que hacía cola ante las oficinas de Ryanair junto a decenas de compatriotas con la incertidumbre marcada en la cara.

Varios turistas con mascarilla en el aeropuerto de Málaga.García-Santos; Garcia-Santos (El País)

La compañía ha reducido sus vuelos desde y hacia España. EasyJet ha anunciado que cancelará todos sus vuelos a partir del martes, como ayer hizo Jet2.com (entre las tres mueven casi siete millones de viajeros al año en Málaga). “Queríamos hacer un road trip por Andalucía, pero es imposible. Nos volvemos ya a Austria antes de que cierren las fronteras”, explicaba el checo Ondrej Gelnar con su billete en la mano. Otros tenían menos suerte. “Yo ya no sé qué hacer, llevo dos días intentando salir”, se quejaba el sueco Christian Brandell, con dos enormes maletas. “Estoy molesto y muy cansado”, afirmaba. Su avión hacía escala en Estambul y no le permitían parar allí. “¿Qué hago ahora?”, se preguntaba.

El personal de las líneas aéreas que le atendía, como los vigilantes o las limpiadoras solo llevaban guantes, no mascarillas, que sí portaban los agentes de Policía Nacional. Y frente a una ciudad donde la distancia social se guardaba ordenadamente en quioscos y panaderías, miles de personas se agolpaban en el aeropuerto incluso en los controles de seguridad. La megafonía recordaba que debían guardar un metro de separación, pero el mensaje era poco efectivo. La cola del Starbucks, único negocio abierto en el interior del recinto, tenía su terraza a rebosar. “Hay que matar el tiempo con un café”, sentenciaba un viajero londinense.

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