Los virus que conseguimos eliminar y los que se quedaron con nosotros

Una de las grandes especulaciones es cómo afectará el calor al SARS-CoV-2 y si se convertirá en epidemia estacional

Personal sanitario y un policía armado trasladan en bote al puerto de Haikou (China) a un sospechoso de haber contraído el SARS, en abril de 2003.STRINGER/CHINA (EL PAÍS)

Cuando en 2009 estalló la epidemia de gripe A, Jody Lanard, por entonces asesora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), escribía: “Quiero recordar al mundo que las epidemias de gripe no se pueden parar. Los esfuerzos para frenarla son útiles. Ganamos tiempo para la educación de la comunidad en asuntos como la higiene, para la preparación del sistema sanitario, para desarrollar una vacuna… Pero, al final, el virus se extenderá igualmente”.

El SARS-CoV-2, causante de la Covid-19, no es el virus de la gripe. Pero tiene se...

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Cuando en 2009 estalló la epidemia de gripe A, Jody Lanard, por entonces asesora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), escribía: “Quiero recordar al mundo que las epidemias de gripe no se pueden parar. Los esfuerzos para frenarla son útiles. Ganamos tiempo para la educación de la comunidad en asuntos como la higiene, para la preparación del sistema sanitario, para desarrollar una vacuna… Pero, al final, el virus se extenderá igualmente”.

El SARS-CoV-2, causante de la Covid-19, no es el virus de la gripe. Pero tiene semejanzas. Los esfuerzos iniciales buscaban hacerlo desaparecer entre humanos, como se consiguió con su primo hermano, el SARS-CoV, del que no se sabe nada desde hace más de 15 años, tras infectar a más 8.000 personas y matar a unas 900 entre 2002 y 2003. Pero ese escenario está cada vez más lejos con el nuevo coronavirus. “No me atrevería a decir que se va a erradicar, porque eso querría decir que no hubiera absolutamente ningún caso. Pero sí estamos a tiempo de contenerlo”, decía María Neira, directora del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS, en una entrevista con la agencia Sinc.

Aunque es un patógeno de muy reciente descubrimiento, del que todavía queda mucho por saber y del que casi nadie se atreve a hacer predicciones muy taxativas, su extinción se antoja muy complicada para los expertos, que especulan sobre si se convertirá en uno estacional y cómo se adaptará a vivir entre humanos si se expande entre buena parte de la población, si se generará inmunidad. Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, barajaba el miércoles un escenario en el que la última infección se producirá en un plazo de dos a cuatro meses y dio por hecho que entre primavera y verano desaparecerá. “Otra cosa es qué pase la próxima temporada”, matizó.

“Estamos trabajando con la hipótesis de que la enfermedad seguirá con la intensidad actual entre cinco y siete meses más y que luego probablemente quede amortiguada durante un tiempo hasta que el virus regrese el próximo invierno”, explicaba a este periódico Benito Almirante, jefe de enfermedades infecciosas del hospital Vall d’Hebron (Barcelona).

Una de las grandes especulaciones es qué pasará con el virus cuando llegue el calor. Según explica Isabel Sola, investigadora del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), este tipo de patógenos respiratorios suelen tener más dificultad para transmitirse cuando hace calor y la radiación ultravioleta los degrada más rápidamente, con lo que duran menos y se reduce la probabilidad de contagio. Por eso la gripe desaparece en verano.

Pero, de nuevo, el SARS-CoV-2 no es una gripe. No se sabe a ciencia cierta cómo le afectará el cambio de estación, pero hay varios estudios que han hecho una aproximación. Uno reciente, todavía no sometido a revisión por pares (el proceso que trata de garantizar la calidad de los artículos científicos que se publican) explicaba que una subida de temperatura de 20 grados retrasaría la reproducción del virus. Pero añadía que esto solo frenará su propagación en un 18%, mientras que las políticas de contención y las medidas sanitarias tendrían que ser responsables del 82% restante. En la misma línea, un artículo de The Lancet aseguraba: “Los meses cálidos del verano en el hemisferio norte pueden no reducir la transmisión por debajo del valor de transmisión como lo hace para la gripe A”. Esto quiere decir que aunque se reduzca su capacidad de contagio, no lo hace tanto como para acabar con el virus.

¿Cómo se frenaron el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave), el MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio) o el ébola? “Los cuadros que presentaban los pacientes de SARS-CoV eran mucho más graves, era más fácil detectarlos y apartarlos de la circulación para que no infectasen a otras personas”, explica José Muñoz, especialista en enfermedades infecciosas del instituto de salud ISGlobal. La enfermedad llegó a 27 países, pero en ningún caso alcanzó las dimensiones de esta nueva versión que causa la Covid-19. Aunque hubo numerosos contagios, sobre todo en China y Hong Kong, con los aislamientos fue suficiente en la mayoría de los países y en unos meses, desapareció. “Estará dando vueltas por algún bicho por Asia”, decía en una entrevista a EL PAÍS el epidemiólogo Antoni Trilla.

Porque todos estos virus que llegan a las personas estaban en animales. Con alguna mutación pasan al humano, ya sea directamente o con un hospedador intermedio, como sucede con MERS-CoV, que lo hace a través de camellos. De este hay un goteo de infecciones que no ha cesado desde el primer caso en Arabia Saudí en 2012, pero nunca se llegó a propagar porque la transmisión entre humanos es prácticamente inexistente.

En el caso del ébola, han surgido varios brotes a lo largo de la historia. El pasado 4 de marzo se acabó con el último, aunque todavía tiene que pasar un tiempo para poder dar por completamente finalizada la epidemia. Con el ébola se puede decir con bastante seguridad que si no hay focos identificados, ninguna persona lo porta. Permanece en primates, y salta a humanos provocando estas epidemias. “La ventaja del ébola es que se suele dar en poblaciones pequeñas, por lo que su propagación se autolimita. Cuando se extiende, se da en África, que no está tan integrada en la globalización, así que es más difícil que llegue fuera”, explica Muñoz.

Pero el hecho de no detectar las enfermedades no siempre quiere decir que hayan desaparecido. “Existe el concepto de silencio epidemiológico: no lo tenemos localizado, pero puede ser que esté circulando, aunque en una cantidad baja, así que no se hacen test específicos y no se detectan”, añade Muñoz.

Jody Lanard, la asesora de la OMS, dio en el clavo con la gripe A. Aunque aquel episodio se recuerda como un fiasco porque no tuvo las enormes consecuencias que algunos vaticinaban, lo cierto es que fue un fallo de diagnóstico en su letalidad, que acabó siendo mucho menor de lo esperada. Pero el H1N1 se extendió por el mundo y terminó conviviendo y sustituyendo a otras variedades de la gripe estacional. “Cuando eso suceda [su expansión], las cosas que los países están haciendo correctamente para frenar su expansión dejarán de merecer la pena. Estoy hablando de cosas como medir la temperatura a viajeros, trazar y poner en cuarentena a los contactos de las personas que enfermaron”, escribía.

Medir la temperatura a viajeros se ha demostrado como una técnica muy poco útil para contener estas epidemias, por lo que con Covid-19, ni siquiera se ha usado en la mayoría de países. Las cuarentenas preventivas ya se han superado claramente, al menos en España. El trabajo ahora es contener la enfermedad para no colapsar el sistema sanitario. Y, si se convierte en estacional, prepararse para la próxima temporada, con todas las herramientas que dé tiempo a desarrollar, ya sea el propio sistema inmunitario de muchas personas que ya conocerá al virus, medicamentos que se desarrollen o vacunas, aunque los expertos no esperan estas antes de un año, en el mejor de los casos.

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