Columna

Derrotismo verde

El poco eco mediático del gran proyecto ecologista de la UE se inscribe en una actitud negativa e inane

Concentración de miembros de la plataforma Fernando Villar (EFE)

La gran noticia de la reciente Cumbre del Clima de Madrid se produjo en Bruselas, como bien señaló The Economist. Mientras el desenlace madrileño asomaba en el horizonte, la Comisión Europea lanzaba su pacto verde con objetivos ambiciosos para 2050. Incluso los ecologistas han recibido el anuncio con agrado.

Polonia, Hungría y República Checa frenan el proyecto. Los tres aún dependen mucho del carbón y quie...

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La gran noticia de la reciente Cumbre del Clima de Madrid se produjo en Bruselas, como bien señaló The Economist. Mientras el desenlace madrileño asomaba en el horizonte, la Comisión Europea lanzaba su pacto verde con objetivos ambiciosos para 2050. Incluso los ecologistas han recibido el anuncio con agrado.

Polonia, Hungría y República Checa frenan el proyecto. Los tres aún dependen mucho del carbón y quieren asegurarse de que podrán construir centrales nucleares, que garantizan energía sin emitir gases de efecto invernadero. El acuerdo final tendrá que negociarse, pero se perfila como trascendental e imparable.

Se pondrán sobre la mesa 100.000 millones de euros en siete años para impulsar la gran transformación. Las recetas son conocidas: poner fin a los productos de un solo uso, promover energías limpias, dejar de subvencionar los combustibles fósiles, renovar viviendas sociales, escuelas y hospitales con estándares de ahorro energético, obligar a las constructoras a diseñar edificios más eficientes… Se prevé para marzo mayor concreción de este proyecto histórico que, además de contribuir a la salud del planeta (y su gente), va a actuar como una palanca para el resto del mundo. Exigir a otros países los estándares y compromisos medioambientales suscritos en las cumbres de la ONU podría ser una de las insignias del bloque europeo para firmar acuerdos comerciales. De hecho, ya ha introducido esa cláusula en su pacto con Mercosur. Esta misma semana, el Parlamento Europeo ha anunciado que analizará si es compatible con el nuevo proyecto de Bruselas.

El Banco Central Europeo sopesa la posibilidad de restringir o suprimir la compra de bonos de compañías contaminantes. El banco central de China, por cierto, ha promovido un nuevo mercado de bonos verdes. El Supremo obligará al gobierno holandés a reducir emisiones. ¿No es todo esto esperanzador?

Si la Cumbre de Madrid ha resultado decepcionante para tantos es porque los intereses de casi 200 países se contraponen a veces tan radicalmente que o es imposible lanzar nuevas medidas o las acordadas resultan inextricables. Intenten, por ejemplo, entender el artículo 6 de la Cumbre de París sobre el mercado de emisiones que ha hecho descarrilar la reunión madrileña. Sería exigible un poco más de claridad. Pero no solo. ¿Qué tal un poco menos de derrotismo?

Los expertos abusan de la idea de que casi nada es suficiente, pero eso solo conduce, casi siempre, a la frustración de la gente, que ante tanto catastrofismo se pregunta si vale la pena seleccionar residuos o comprar un vehículo eléctrico de precio inabordable. El peligro está en transitar del derrotismo a la rendición.

La Cumbre de Madrid ha producido la reacción habitual de decepción y fracaso. Sin embargo, ha tenido un gran impacto y ha aumentado (gracias también a las exigencias de los activistas) la concienciación ciudadana sobre el cambio climático. Movilizarse requiere llamar la atención sobre la emergencia, pero también un poco de aliento.

Todo suma en esta batalla. La UE aportará, otra vez, más que nadie y en el escaso eco mediático que ha logrado su anuncio se percibe ese terco escepticismo hacia los avances que resulta tan inane.

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