Columna

El mundo necesita a una Greta Thunberg, pero no de esta manera

El caos en la marcha deja la última contradicción de todas: que a la abanderada de la lucha contra las emisiones contaminantes no la dejen respirar

Greta Thunberg, EN el momento en el que la activista tiene que abandonar la marcha por culpa del exceso de personas a su alrededor.Vídeo: LUIS SEVILLANO | EPV

 A la legendaria imagen de una nube de fotógrafos y fans que acompaña a una celebridad por la calle sin que entre la marabunta se distinga a la celebridad, se le suma el peculiar caso de Greta Thunberg, una chica de 16 años de baja estatura: el reto no es distinguirla sino intentar saber si está allí. Lo cual deja una poderosísima hipótesis: que tras 200 metros de retransmisión de empujones, golpes fortuitos y escoltas improvisadas, se descubra que allí no hay nadie. Cosa que en Madrid, en medio de una gigan...

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 A la legendaria imagen de una nube de fotógrafos y fans que acompaña a una celebridad por la calle sin que entre la marabunta se distinga a la celebridad, se le suma el peculiar caso de Greta Thunberg, una chica de 16 años de baja estatura: el reto no es distinguirla sino intentar saber si está allí. Lo cual deja una poderosísima hipótesis: que tras 200 metros de retransmisión de empujones, golpes fortuitos y escoltas improvisadas, se descubra que allí no hay nadie. Cosa que en Madrid, en medio de una gigantesca manifestación en días de puente de diciembre, no sería descabellado: pocas soledades más clamorosas que las que se encuentran en calles colapsadas.

El milagro Thunberg, la ascensión mística de una chica tan joven como símbolo mundial contra el cambio climático, presenta aristas delicadas. En la crónica de los periodistas Fernando Peinado y Belén Hernández para EL PAÍS se encuentran dos sin salir del primer párrafo.

La primera es que Thunberg se presenta de mañana en Ifema en una “decisión espontánea”, según su equipo de prensa. Que lo “espontáneo” sea noticia en los grandes líderes es natural, esclavos de agendas infernales; que en la adolescencia, la edad de lo espontáneo, esto sea destacado y provoque semejantes movilizaciones, es llamativo. Puede verse desde la perspectiva condescendiente, tan manoseada cuando hay que abordar la vida de Thunberg (“esta pobre chica utilizada”), o desde lo insólito de su decisión: el sacrificio de quedarse sin una vida normal por creer en una causa que de repente lidera. Probablemente, como todo en la vida, haya un punto intermedio.

En segundo lugar, y esto tiene que ver también con la multitud que avanza ahora mismo entre cánticos y carteles por el centro de Madrid, la activista ha viajado desde Lisboa a Madrid en un tren de los años 80 con el que cual ha hecho 10 horas de viaje y 17 paradas. Thunberg representa de alguna manera el futuro, pero ese futuro tan ortodoxamente planteado ahora mismo solo se puede encontrar en el pasado y a un coste demasiado incómodo. Lo que menos contamina es caminar, algo que convierte las distancias en eternas.

Precisamente eso, caminar, fue lo que no ha podido hacer Greta Thunberg en la marcha por el clima; tanto era el caos que se producía a su alrededor que no le ha quedado más remedio que subirse a un coche que ha ido a rescatarla. Las causas exigen símbolos y Thunberg sirve de inspiración para millones de personas. El mundo necesita a una Greta Thunberg, pero no de esta manera. Llevándola a la última contradicción de todas: que a la abanderada de la lucha contra las emisiones contaminantes no la dejen respirar.

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