Teresa Lanceta: “Hay arte en lo útil, en las alfombras, en los tejidos. Y hay arte en personas que son anónimas”
En 2023 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas y este año su obra se ha expuesto en el MoMA. Ella está volcada en rehabilitar su casa en Mutxamel, en una finca con limoneros donde, a través del arte textil, explora la historia de España y los hilos que unen el mundo
Teresa Lanceta (Barcelona, 74 años) comenzó a tejer casi sin pretenderlo, para sacarse un dinerillo cuando estudiaba en la universidad. “Aprendí sola, hacía jerséis y cosas así. Estudié Historia en Barcelona y cuando puse el primer pie en la facultad dije: ‘Esto no es para mí’. Quería otra cosa más libre, no tan reglada”, recuerda a la sombra de los limoneros de su casa de Mutxamel (Alicante), las gafas a cuadros rojos y negros enmarcando su mirada curiosa, un pendiente de cada color. Pero se empeñó en quedarse, no quería volver a la vivienda familiar. “Soy la mayor de seis hermanos, nací en Barcelona, en la ladera del Montjuïc, pero a los 11 años nos mudamos a Alicante, porque mi padre era inspector de seguros. Ellos fomentaron que las hijas estudiáramos lo mismo que los chicos, pero él no quería que hiciéramos la misma vida nocturna que los hermanos... Luego, cuando hicimos esa vida nocturna lo toleró. Bueno, lo aceptó”, relata. Lanceta rememora su época universitaria viviendo en el Raval, en una casa que compartía con una familia gitana: “Él tocaba la guitarra y ella era bailaora, pero también cantaba muy bien, hacía de todo. Era muy divertido, maravilloso”. También la efervescencia política del momento: “Viví años muy interesantes, fue el final del franquismo, que ahora parece que no haya sido nada, pero fue. Y mucho”.
En lugar de adentrarse en el arte conceptual que imperaba, se desligó explorando los caminos del textil. “No fue tan difícil, porque de joven uno es más valiente y más pasota al mismo tiempo. Me daba cuenta de que el arte conceptual era algo potente, porque había gente muy buena haciéndolo. Pero yo quería otra cosa. Y la hice. Quería que el arte se amplificara, no se quedara en una persona, sino que fuera algo más popular”, argumenta. Esa ha sido la base de su trabajo. Para ella, la relación con hilos, agujas y telares no nació del estudio de personajes como Penélope o Aracne (“Son mitos desde la visión masculina de la mujer”, apunta); todo comenzó cuando descubrió una bobina de algodón con la que hizo su primer tapiz, “un tapicito”. Y ya no paró.
“El tiempo que paso tejiendo tengo la cabeza muy libre, porque es un proceso muy lento, muy repetitivo. Y deja pensar”, asegura, “un zurcido tiene un valor en sí mismo, primero como expresión, luego como ecología, porque habla de reutilización”. Comenzó a explorar lo que comunicaban los tejidos, se doctoró en Historia del Arte en la Complutense de Madrid con la tesis Franjas, triángulos y cuadrados: estructuras de repetición en tradiciones textiles y en artistas del siglo XX y pasó años viajando a Marruecos junto al coleccionista de origen holandés Bert Flint para conocer cómo se hacían allí tapices, cojines y alfombras; reconocer patrones que se repetían en otras partes del mundo, explorar lo que los tejidos dicen de las sociedades desde el origen de los tiempos.
“En un libro de Bert Flint descubrí que en Marruecos tenía montones de compañeras, muchas colegas que hacían piezas extraordinarias. Le escribí una carta, eran los ochenta, y él me contestó con un telegrama y me invitó a ir a Marrakech. La gente me decía que no fuera sola, que a ver qué me encontraba, pero fui y viajamos mucho. Era muy divertido, amigo de Yves Saint Laurent, hablaba árabe, bereber, inglés, español, francés... Ha muerto ahora con noventa y algo y ha donado su gran colección a la universidad de Marrakech”, explica. En esos viajes por las montañas, Lanceta descubrió “el negro real de la noche, la oscuridad”; los matices propios de los trabajos textiles de las distintas áreas, que en el Atlas Medio “los patrones son muy textiles, no se pueden reproducir con un lápiz”, muy diferentes a los del Alto Atlas, “que es más oriental”, o a la zona de Essaouira, “más pictórica, muy Paul Klee”. Allí también comenzó a perfilar su idea del tejer como código abierto (que dio nombre a su exposición en el Macba en 2022 y sintetiza sus exploraciones): “Descubrí una cosa que más o menos intuía. Que hay arte en el arte útil. Hay arte en las alfombras, hay arte en los tejidos. Y hay arte en personas que son anónimas”.
Del pasado a los mundos errados
El arte textil no deja de cobrar reconocimiento, lo constatan ferias y exposiciones. “La universalidad siempre me ha parecido lo más importante del arte”, recalca Lanceta, “ahora los tejidos de origen popular se ven de otra manera. A mí al principio había gente que me rechazaba pero lo compraba. Me decía: ‘Me encanta, pero no para la galería, lo quiero para mi casa’. Y poco a poco he tenido la suerte de que se ha ido aceptando lo que yo hacía”. En 2023, mereció el Premio Nacional de Artes Plásticas “por una práctica artística sostenida en el tiempo que rescata un lenguaje femenino, vernacular y colectivo”, según el jurado, que también destacó los vínculos que creaba su obra: “Premiar a Teresa Lanceta es reconocer a una generación de mujeres, a la técnica del tejer como un lenguaje, un código primigenio de la humanidad alejado de lo patriarcal mediante el cual ha entrado en contacto con las culturas de diversos colectivos como la población romaní, las tejedoras nómadas marroquíes o las vecinas del Raval”.
Este año, la artista ha tenido dos exposiciones en Nueva York: ha formado parte de la colectiva Woven Histories. Textiles and Modern Abstraction del MoMA (que reivindica el arte textil y puede verse hasta el 13 de septiembre) y protagonizado la individual Tracing the threads, I find you, en la reputada galería Sikkema Malloy Jenkins de Chelsea. “Es la galería de Kara Walker. De Jeffrey Gibson, que fue el representante de Estados Unidos en la última Bienal de Venecia. De Sheila Hicks...”, dice con admiración, “y en el MoMA me gustó que eligieran cuatro cojines míos que hablan del cojín marroquí, me emociona que estén con piezas de Anni Albers o Rosemarie Trockel”.
Ahora prepara un trabajo dentro del proyecto Memoria, tejidos, museos. Los barrios bajos de la atención —comisariado por Patricia Molins y Celina Blasco— que llegará al Museo Arqueológico Nacional en junio de 2026 y en el que va a enfocarse en los íberos. “Es que uno de mis proyectos transversales es hacer la historia de España”, comenta, “y tengo los siglos XIII y XIV con lo de Valladolid [El sueño de la cólcedra, que se pudo ver en el Museo Patio Herreriano], el XV y el XVI con La alfombra española y el XX con El paso del Ebro”. En cada uno de esos trabajos mezcla textiles con sociología, investigación histórica y antropología. Con la cólcedra se sumergía en los tejidos funerarios de la Castilla medieval, a partir de la colcha funeraria de Alfonso VIII, y abordaba la mezcla de culturas cristiana, musulmana y judía; en el Ebro acompañó textiles de fotografías y textos de sus viajes en tren atravesando los enclaves de esa batalla decisiva de la Guerra Civil... “Pero el proyecto más importante de mi vida fue una obra colectiva, Los oficios del Raval, en el que los alumnos de un instituto hacían entrevistas por el barrio de los oficios que había”, rememora. En la casa que está restaurando en Mutxamel le gustaría crear también un punto de encuentro, abrir su taller para que se vaya allí a hacer ganchillo, a aprender su técnica. Se mudó a esa casona de 1900 de fachada encalada, con vigas de madera en el interior y terreno para cultivar una huerta el 1 de enero.
Sillas antiguas, obras a medio crear, cojines marroquíes, libros, tejas de barro y un telar que siempre la ha acompañado se reparten por el espacio: “Cogí dos rodillos de telares industriales de los que obligaban a romper cuando España entró en la Comunidad Europea, y con eso me hice el telar que uso todavía”. Sobre la puerta de entrada, se puede leer Monserrat, como el nombre de la ermita de la localidad pero sin ‘t’, y ella está pensando en añadir una ‘s’ al final para que se lea Monserrats, mundos errados. “Porque cuando veo lo de Gaza me parece que estamos en un mundo errado. Me parece horrible”, lamenta. Aunque le han recomendado no pasar tanto tiempo en el telar para no sobrecargar las cervicales, no se plantea dejarlo. Quiere seguir estudiando siglos, descubriendo lo que esconden las puntadas. A su ritmo: “He trabajado muchísimo, pero he procurado no trabajar para otro. Un tío abuelo que se exilió en Francia por la guerra me dijo: ‘Tú no trabajes para el amo’. Y eso se me quedó”.