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No eres adivina, tienes ansiedad. Por qué parece que siempre pasa eso tan horrible que tú ya sabías que iba a ocurrir

Cuando se sufre ansiedad las sensaciones físicas y los pensamientos son tan reales que parece que podemos saber los desastres que están por pasar

La figura de la bruja siempre ha estado ligada al don de la adivinación del futuro. Las tres brujas de Macbeth, las poderosas völvas —brujas vikingas—, la elfa Galadriel en El señor de los anillos. Todas están dotadas de una intuición especial que, en una sociedad que debe enfrentarse a una gran incertidumbre paliada en redes sociales con tendencias esotéricas —solo hay que observar el éxito que tienen cuentas como @charcastrology u @horoscoponegro—, es posible llegar a pensar que también se tiene. Curiosamente, se suele hacer referencia a esta capacidad de predecir el futuro, en la mayoría de los casos, para confirmar que uno ya lo sabía a la hora de recibir una mala noticia.

Aunque pueda ser excitante creer que se tienen poderes mágicos como Nicole Kidman y Sandra Bullock en Practical Magic, probablemente no se predice el porvenir, sino que al situarse en todos esos potenciales escenarios futuros tal vez se esté sufriendo ansiedad anticipatoria. Esto es, en palabras de Silvia Vidal, psicóloga sanitaria experta en ansiedad y trauma y autora de Abraza tus miedos, la preocupación y malestar excesivos que se sienten ante la expectativa de un evento futuro que normalmente se percibe como amenazante: “La función de la ansiedad anticipatoria es prepararnos para todo lo terrible que pueda ocurrir. Cuanto más preparados sentimos que estamos, más control pensamos que tenemos. La cuestión es que cuando nuestra mente se imagina todo lo horrible que puede acontecer —aunque la probabilidad sea baja—, pasa de ser un recurso adaptativo a algo totalmente limitante y muy doloroso”.

Una bola de cristal

El sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, autor del ensayo Modernidad líquida habla, entre otras cuestiones, sobre el hecho de que ante la inestabilidad de los contextos socioeconómicos, culturales y emocionales de estos tiempos, la incertidumbre es la única certeza.

El conflicto surge porque el ser humano, por naturaleza, no suele llevarse bien con lo desconocido: “Cada vez que ocurre algo inesperado nuestro cuerpo puede percibir la incertidumbre como un peligro porque entendemos que si ha ocurrido una vez, puede ocurrir más veces. Manejar esta inseguridad conlleva tener mucha tolerancia del malestar”, afirma Silvia Vidal. Tal vez por eso, en épocas de menor solidez, se tiende a buscar respuestas y autoconocimiento por todos los medios, incluyendo el esoterismo. Millenials y jóvenes pertenecientes a la generación Z han puesto en boca de todos antiquísimas técnicas de adivinación como el tarot o el horóscopo, así como terminología relacionada con el universo de las energías. A día de hoy, es muy común escuchar un voy a manifestarlo para intentar atraer la realidad deseada o te voy a encender una vela como una acción de generosidad que sustituye al clásico te deseo suerte. Si alguien vuelve con su ex pareja automáticamente se piensa que tal vez ha decidido dar esa segunda oportunidad porque es temporada de Mercurio retrógrado. Hace años, como mucho, se sabía cuál era el propio signo del zodiaco, pero hoy es habitual conocer el resto de la carta natal —como mínimo, el ascendente y la luna—. Echarse las cartas era una práctica percibida generalmente como extravagante y reducida a círculos muy específicos, mientras que hoy es común incluso ver grupos de amigos comentando el significado de los arcanos mayores y menores que van poniéndose boca arriba sobre una mesa llena de cañas.

Este contexto es el caldo de cultivo ideal para fortalecer la idea de que uno puede haber sido dotado de un don especial que explica por qué cuando se tiene un mal presentimiento termina pasando: “Si el entorno refuerza ciertas creencias mágicas, aumenta la probabilidad de que esa conducta se mantenga. Vivimos en una cultura que fortalece más la sensación de certeza que el contacto con la duda, así que los sistemas de creencias mágicas funcionan como conductas de escape: alivian momentáneamente la ansiedad que genera no tener control”, afirma Desirée Llamas, doctora en psicología.

Además, hay otra cuestión importante a tener en cuenta, y es que cuando se sufre ansiedad las sensaciones físicas y los pensamientos son tan reales que parece que verdaderamente puede parecer que estos desastres están a punto de ocurrir: “Se puede sentir que algo tan fuerte como lo que se está pensando y sintiendo es precisamente la señal de que va a pasar. Y esto no es así. Es simplemente ansiedad, no poderes”, afirma Silvia Vidal.

Todo lo que no pasó

La ansiedad anticipatoria podría definirse, en pocas palabras, como miedo al sufrimiento. Trata torpemente de preparar para lo peor y tener la falsa sensación de que, si llega el infortunio, el golpe no dolerá tanto: “Se trata de una conducta de evitación encubierta. En lugar de exponernos al evento o a la incertidumbre, empezamos a planificar o preocuparnos para intentar prevenir el malestar futuro. Paradójicamente, esa anticipación se convierte en la fuente principal del malestar presente”, explica Desirée Llamas.

Para evitar este sufrimiento, la experta aconseja decantarse por romper con estos patrones de falso control y reducir las conductas de aprobación o búsqueda de señales. Además, defiende la utilidad de exponerse gradualmente a la incertidumbre y ver que nada catastrófico ocurre, o poner el foco no tanto en lo que se piensa, sino para qué: “Si el propósito es evitar sentir ansiedad, entonces estamos reforzando el problema”, explica. Al fin y al cabo, por más que se intente predecir el futuro y esquivar sus golpes bajos e infortunios, la realidad siempre acontece de forma genuina y repleta de matices inesperados.

En la película La peor persona del mundo, de Joachim Trier, Julie, la protagonista, atraviesa la clásica crisis de los treinta. Con acciones erráticas, vaivenes emocionales y los restantes ingredientes del proceso que conlleva encontrarse a sí mismo, la obra podría entenderse como una versión millenial de la estructura literaria del viaje del héroe, de Joseph Campbell. Tras una desgracia que hace que su vida y sus decisiones cambien por completo, llega a una conclusión: “Perdí mucho tiempo preocupándome por lo que podría salir mal, pero lo que salió mal nunca fue lo que me preocupaba”.

Aunque se recorra de lado a lado todo un espectro de posibilidades y exista la tentación de ponerse en lo peor, el sufrimiento no va a desaparecer. Por tanto, tiene sentido guardar la bola de cristal y evitar recrearse en todo eso que finalmente sale mal, obviando todas esas veces en las que las predicciones fallaron y, al final, no fue para tanto.

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