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La IA promete decirnos qué enfermedades tendremos en 20 años: ¿Mejorará eso nuestra vida?

La tecnología plantea el dilema de si evitar un posible problema de salud futuro tiene un coste concreto en el presente

Lord Kelvin, el titán de la ciencia del siglo XIX, solía decir que solo sabes de lo que hablas cuando puedes medir el asunto que tratas para expresarlo en números. En la era de los imperios, los hombres con esa capacidad para convertir en números la luz del sol, las plantas o a los humanos, dominaron el mundo y lo transformaron, a veces para bien.

La sensación de control que aporta la medición ha colonizado nuestra mente y uno de los ámbitos donde ha tenido más éxito es en la salud, en su promesa de mantenerla y de alejar la muerte. La medicina moderna y sus análisis nos ha hecho a todos conscientes de los riesgos del colesterol elevado, de la tensión alta o la falta de vitamina D, y ha prolongado la esperanza de vida. Pero, como les pasó a los imperialistas, la abstracción de los números puede relegar las consideraciones humanas y hacernos olvidar que el jamón ibérico es algo más que carne procesada y el vino tinto no solo una sustancia tóxica.

La revolución industrial apuntaló el prestigio de las cifras, y es probable que las nuevas tecnologías lo amplíen. Hace unos días, en un artículo publicado por la revista Nature, se presentó un modelo de inteligencia artificial inspirado en los grandes modelos de lenguaje, como ChatGPT, capaz de predecir la evolución de más de mil enfermedades a partir de historiales médicos, factores de vida y antecedentes de salud. Aunque la precisión aún es mejorable, plantea la posibilidad de que algún día se podrá predecir qué enfermedades tendremos en las próximas dos décadas y darnos la oportunidad de cambiar ese futuro modificando nuestros estilos de vida o vigilando la aparición de las primeras señales de la dolencia anunciada antes de que los daños sean irreparables.

Esta tecnología requiere reflexionar sobre los riesgos que vienen de sus limitaciones y de lo que supondría someterse a ella si llega a ser casi perfecta. En primer lugar, Pese a que el diagnóstico precoz y la posibilidad de controlar espantos como la enfermedad y la muerte sea razonable, no todas las pruebas médicas tienen ventajas claras. Los beneficios de realizarse chequeos médicos anuales, por ejemplo, han sido cuestionados por estudios amplios. En una revisión de 17 ensayos clínicos que englobaban a 230.000 personas y comparaban individuos sometidos a chequeos frente a quienes no lo hacían, se vio que las revisiones generales tenían “poco o ningún efecto” sobre el riesgo de muerte por cualquier causa o por cáncer, enfermedades cardiovasculares, cardiopatías e ictus.

En una reedición del clásico sobre el cáncer El emperador de todos los males, su autor, el oncólogo Siddhartha Mukherjee, advierte frente a la interpretación simplista de los programas de cribado para detectar el cáncer a tiempo. “La defensa del cribado del cáncer se plantea como una narrativa simple: se forma un bulto en el pecho de una mujer; una mamografía lo detecta; una biopsia confirma que es maligno; un cirujano lo extirpa antes de que se extienda. Le salvan la vida”, escribe Mukherjee.

Sin embargo, el modelo actual de cribado para el cáncer es mejor identificando la presencia del tumor que evaluando cuál es su naturaleza y cómo se comportará en el futuro. “Utilizamos ensayos genómicos y gradación histopatológica, pero muchos tumores en etapa temprana siguen siendo biológicamente ambiguos. Podrían ser de esa clase de cánceres tempranos que la cirugía puede curar. Podrían ser de crecimiento lento y con poca probabilidad de causar daño. O, lo más preocupante, podrían haberse metastatizado ya, haciendo inútil la intervención local. Tres posibilidades, y a menudo no podemos distinguir cuál es la que enfrentamos”, resume el oncólogo.

Según datos de 2021 en EE UU citados por Mukherjee, un año de pruebas de cáncer producen nueve millones de positivos, de los que 8,8 son falsos. Millones de personas se deben someter después a pruebas invasivas como la biopsia y pasar meses de ansiedad. De los positivos reales, muchos no se podrán beneficiar de un tratamiento precoz que mejoren sus probabilidades de supervivencia a largo plazo.

Esto no significa que los cribados para el cáncer no sean útiles. En un artículo publicado en 2022, un estudio con más de 80.000 participantes mostró que, después de una década de seguimiento, la colonoscopia reducía en un 50% las muertes por cáncer de colon, y por cada 500 pruebas se prevenía un caso de cáncer. Sin embargo, para identificar quién se puede beneficiar de estas pruebas diagnósticas hizo falta un tipo de estudio difícil, prolongado y caro que no siempre se realiza, pese a que se suele asumir que las pruebas diagnósticas siempre traen beneficios.

Carlos Álvarez-Dardet, catedrático de la Universidad de Alicante, considera que las promesas de la fusión de grandes bases de datos e inteligencia artificial para protegernos frente a las enfermedades del futuro “es un sueño” que tendrá pocos beneficios para los pacientes y quizá más “para las compañías que vendan ese sueño”. “Aunque hay factores, como fumar, que claramente predicen una muerte prematura, el grado de incertidumbre sobre lo que produce salud y enfermedad es mayor de lo que algunos quieren reconocer”, asevera. En su opinión, la idea de predecir qué enfermedades tendremos en los próximos veinte años parte de un enfoque erróneo sobre la vida y la salud. “La medicina ha venido usando el modelo patogénico, preguntándose qué produce enfermedad, pero existe un conocimiento muy limitado sobre lo que produce salud”, señala.

Álvarez-Dardet acuñó el concepto de salud persecutoria para definir un efecto secundario negativo de las estrategias actuales de promoción de la salud y prevención de enfermedades. Esta dinámica convierte la salud en una obligación moral, coercitiva y persecutoria para el individuo que genera ansiedad a través de exámenes constantes, diagnóstico de riesgos de enfermedades que podrían no llegar nunca, culpabilización del individuo por enfermar, por sus malos hábitos o la falta de vigilancia y una visión de la salud como valor supremo y, en último término, inalcanzable.

Para el especialista en salud pública, la idea de que lo que no se mide no mejora, “es algo que le encanta al liberalismo porque, si puedes medir algo, también lo puedes cobrar”. El negocio de las pruebas diagnósticas sin evidencia científica, como los test de intolerancia a los alimentos, muestran que la idea de Kelvin que asocia medición a conocimiento se puede pervertir con facilidad. Según Álvarez-Dardet, la inteligencia artificial tiene un problema en su evaluación de la salud: “no puede incorporar el conocimiento que no es explícito, el que tiene que ver con la intuición”. “Intentar cambiar a los médicos por guías clínicas aplicadas por IA no va a funcionar”, concluye.

Marine Renard, coordinadora de la Unidad de Inteligencia Artificial del Hospital del Mar de Barcelona, tiene una visión optimista sobre el potencial de la IA para mejorar la salud humana. “El impacto de la IA en el mundo de la oncología va a ser brutal. Yo creo que el cáncer, con la IA, le queda poco tiempo; en el siglo XXI va a ser curable”, predice. También cree que la tecnología de los gemelos digitales, que utilizará grandes cantidades de datos individuales para predecir riesgos para cada persona de forma específica, puede dar poder a los pacientes para tomar decisiones sobre su salud, porque “la información te hace libre”. “Si, por ejemplo, se le informa a un paciente diabético sobre una probabilidad de 50% de sufrir un infarto en el próximo año si no mejora su dieta o deja de fumar, esta advertencia específica podría ser más efectiva que el simple consejo de dejar de fumar”, afirma. Sin embargo, en su opinión, esta tecnología está en una fase incipiente y los modelos como el presentado en Nature tienen otra utilidad que ya puede cambiar la salud.

“El valor inmediato de esta tecnología es conseguir que la salud pública en Europa, que es única y está amenazada por un desequilibrio entre ingresos y gastos, sea sostenible”, dice Renard. “Se puede mejorar la gestión previendo la incidencia de enfermedades a nivel de población, porque se optimizaría la asignación de recursos o se podrían hacer campañas para prevenir enfermedades, promocionando dietas, por ejemplo, si vemos que va a aumentar la incidencia de diabetes”, indica. “La IA también puede funcionar como un sistema de soporte de gestión clínica para optimizar recursos”, continúa. “Esto permitiría optimizar procesos en los hospitales que generan mucho gasto, como decidir si tiene sentido pedir una radiografía hoy o mañana o esperar o prever posibles problemas al momento del alta del paciente”, añade.

La capacidad de la IA para analizar cantidades ingentes de datos y darles sentido solo ha exacerbado el dilema humano ancestral entre la seguridad y la libertad, entre el esfuerzo sensato para evitar daños prevenibles o supeditar toda la existencia a incrementar la esperanza de vida o mejorar los datos de nuestros análisis olvidando que no es posible expresar en números el sentido de la existencia. El filósofo Javier Gomá considera que “todo avance del conocimiento es bueno, sobre todo si contribuye a la salud, y no hay que tener miedo a este progreso”. Pero recuerda que todo progreso “admite un uso perverso contra el que hay que prevenirse”.

En su opinión, “hay cosas que, aunque pudiéramos saber y actuar en consecuencia, es mejor no hacerlo”. Y defiende la ignorancia como parte de la esencia humana: “La individualidad nace de una combinación arbitraria de 46 cromosomas. Es mejor que la combinación sea arbitraria a que la decida otro o uno mismo. La fortuna, la arbitrariedad —ese volver a barajar las cartas que nadie controla— está en el fondo de nuestra individualidad, que dejaría de serlo si formáramos parte de un plan gubernamental o de un instituto oficial conforme a las estadísticas, por buena intención que tuviera”. “La mayoría no querríamos saber tampoco el día en que vamos a morir, porque esa incertidumbre es esencial en la creación de nuestro proyecto de vida. En suma, la ignorancia, el azar, forma parte esencial de nuestro modo de ser”, concluye.

En El emperador de todos los males, Mukherjee escribe que las nuevas capacidades de diagnóstico oncológico han dado lugar a los pre-supervivientes, personas que viven a la sombra de una enfermedad que aún no han desarrollado, pero para la que tienen predisposición genética. “Las fronteras de ‘Cancerlandia’ —el acertado término del oncólogo David Scadden— se han expandido dramáticamente. Un territorio que una vez estuvo reservado para quienes padecían la enfermedad activa, pronto incluirá a millones de personas arrastradas a él únicamente por sus evaluaciones de riesgo", escribe.

La IA presentada hace unos días es capaz de predecir qué enfermedades, entre más de 1.000, nos asediarán en las próximas décadas, haciéndonos ver la vida como una avenida de los francotiradores en la que el objetivo es esquivar balas. Quizá es momento de pedir a la IA que también nos anticipe todos los goces que nos depara el porvenir.

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