“Todos los fenómenos paranormales se pueden explicar e incluso provocar desde el cerebro”
El neuropsicólogo Saul Martínez-Horta desgrana en su libro ‘Cerebros rotos’ las extrañas conductas y comportamientos que pueden provocar en los seres humanos algunas enfermedades neurológicas
A veces, durante la consulta, el neuropsicólogo Saul Martínez-Horta (Barcelona, 41 años) manda a sus pacientes dibujar un reloj. “Parece una tontería”, admite, pero detrás de ese círculo, con los 12 números colocados a su alrededor y unas agujas marcando las horas, hay “un despliegue de procesos cognitivos muy elementales”, como la planificación, el orden, la secuencia, el procesamiento espacial… Ver cómo un paciente traza ese simple esbozo —si es que llega a hacerlo— arroja información clave al especialista sobre cómo funciona su cerebro y, lo más importante, si algo está fallando.
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A veces, durante la consulta, el neuropsicólogo Saul Martínez-Horta (Barcelona, 41 años) manda a sus pacientes dibujar un reloj. “Parece una tontería”, admite, pero detrás de ese círculo, con los 12 números colocados a su alrededor y unas agujas marcando las horas, hay “un despliegue de procesos cognitivos muy elementales”, como la planificación, el orden, la secuencia, el procesamiento espacial… Ver cómo un paciente traza ese simple esbozo —si es que llega a hacerlo— arroja información clave al especialista sobre cómo funciona su cerebro y, lo más importante, si algo está fallando.
Martínez-Horta, que ejerce en el hospital Sant Pau de Barcelona, escudriña gestos, palabras y comportamientos de sus pacientes con extrema minuciosidad. Cualquier movimiento puede ser una pista para desmenuzar procesos cerebrales que se tuercen o desenmascarar enfermedades neurológicas escondidas, como las que relata en su libro Cerebros rotos (Kailas, 2022). Esta recopilación de casos clínicos, que evoca al emblemático El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, del neurólogo Oliver Sacks, surge de la “curiosidad” y la “repercusión” que generaron sus hilos de Twitter contando ejemplos paradigmáticos que veía en la consulta. “Me parece que es fascinante para todo el mundo conocer lo que sucede cuando un cerebro se estropea”, reflexiona Martínez-Horta, que cuenta ya con cerca de 40.000 seguidores en la red social.
Pregunta. ¿Hasta dónde puede llegar el cerebro cuando se estropea?
Respuesta. A todo lo que alguien se puede imaginar. El día que me di cuenta de que las enfermedades del cerebro podían explicar posiblemente todo lo que alguien se pueda imaginar que suceda a un ser humano, desde lo más normal hasta lo más estrambótico, dije: esto es fascinante.
P. ¿Los cerebros rotos tienen arreglo?
R. Algunos. Cuando un cerebro deja de funcionar como debería, no siempre es consecuencia de una enfermedad inevitablemente progresiva. Puede ser también por intoxicaciones, enfermedades relacionadas con el cáncer, dolencias metabólicas… Y si llegas al diagnóstico, descubres lo que hay y lo tratas, consigues repararlo. Por eso es importante no dar todo por obvio y llegar al fondo, porque algunos cerebros rotos se pueden reparar.
P. Usted explica que la memoria puede jugar malas pasadas porque es “un proceso activo de codificación”, una transformación de la información que fue una experiencia alguna vez. Con el 23-F, por ejemplo, dice que la gente recuerda verlo en directo por televisión, pero en realidad, las icónicas imágenes del teniente coronel Tejero asaltando el Congreso nunca se vieron en vivo; la retransmisión en directo fue por la radio. ¿La memoria es mentira?
R. ¿Pero qué es mentira o verdad? No tenemos ningún elemento que nos demuestre que la realidad que vivimos, la que tú vives y la que yo vivo, sea la misma. Sabemos que la realidad que tú percibes es la que, acorde a la forma de pensar de tu cerebro, resulta más probable, la más plausible. El cerebro constantemente se está anticipando, está interpretando un mundo, no lo está analizando porque se saturaría: utiliza conocimiento previo para anticiparse a ello. Por eso, cuando nosotros almacenamos recuerdos, no lo hacemos como una foto, que la guardo en un cajón y un día la saco. No es así. El cerebro transforma la experiencia en un código y queda distribuido en distintas zonas del cerebro; cuando intentamos recuperar la información en el acto de recuerdo, esa información tiene que volver a unificarse y el cerebro utiliza probabilidades, lo que le resulta más plausible, y eso da lugar a que se transforme la información. Estas transformaciones son normales. Aunque a la gente nos cuesta mucho aceptarlo, la mayoría de nuestros recuerdos no son exactamente lo que vivimos. Y eso es normal. Lo que pasa es que en determinadas enfermedades, esto se convierte en algo extraordinariamente patológico, completamente transformado, aunque se vive como real. Es lo que llamamos la confabulación.
P. ¿Por qué se recuerdan unas cosas y otras no?
R. El cerebro tiende a priorizar algunas cosas. En lo que refiere a la memoria y a la formación del recuerdo, hay un elemento central que es la atención: la profundidad con la que tú elaboras la información a la que prestas atención correlaciona con la calidad del recuerdo. Una queja muy típica es: “Se me olvida todo últimamente”. No es que se te olvide, es que no lo aprendes porque no prestas atención porque vas agobiado, cansado… Por otra parte, también hay elementos en el contexto que, por cómo funciona la memoria, facilitan que esa información se aprenda y se recuerde con facilidad: el clásico ejemplo es la información emocional, porque el cerebro prioriza todo lo que asocia con señales que sean útiles para sobrevivir. El clásico ejemplo es que todo el mundo recuerda qué estaba haciendo el día que cayeron las Torres Gemelas: ese contexto con alto impacto emocional ha hecho que todo eso que pasaba ahí, lo recordamos perfectamente.
Hay muchos trastornos de salud mental relacionados con la expresión del miedo en un contexto donde no está pasando nada. Es típico de los trastornos de ansiedad
P. En el libro hace un alegato contra la normalización de la pérdida de memoria y otros déficits cognitivos por el envejecimiento. Pero envejecer conlleva un deterioro cognitivo. ¿Cómo se distingue?
R. Hay una idea, que es la de la demencia senil, que lo lleva implícito. Pero eso es un error. La demencia senil no existe. Envejecer no lleva implícita la demencia. La demencia es un síndrome donde el deterioro cognitivo tiene tal magnitud que la persona ya no podría sobrevivir sola. Alguien que tiene una demencia cuando se hace mayor, tiene una enfermedad degenerativa asociada o algún otro proceso. Efectivamente, envejecer lleva implícita una pérdida de habilidades que hemos ido adquiriendo y desarrollando y también repercute a nivel de cómo funcionamos a nivel cognitivo. Pero esto sigue una pendiente, una curva dentro de una normalidad. ¿Es normal tropezarnos más cuando nos hacemos mayores? Supongo que sí. ¿Es normal caer constantemente al suelo? No. ¿Es normal estar más lento y no tan ágil a nivel cognitivo? Sí. ¿Es normal que se te olviden cosas de forma reiterada y te cueste encontrar palabras? No. Cuando no normalizamos estos problemas, lo que hacemos es buscar ayuda. Deberíamos tener un poco esa intuición sin caer en la hipocondría.
P. También dice que el cerebro da prioridad al miedo cuando aparece. ¿Por qué pasa eso?
R. El miedo es una emoción muy primitiva y está orientada a hacernos sobrevivir. En el cerebro, cuando los sistemas que rigen el miedo se ponen en funcionamiento, anulan la expresión de cualquier otro proceso. La forma en que el cerebro se organiza hace, por ejemplo, que cuando estas estructuras que rigen el miedo se activan, zonas mucho más modernas desde el punto de vista evolutivo, como las que utilizamos para el razonamiento abstracto o el lenguaje, funcionen muchísimo menos. De hecho, una persona con miedo habla mal. Y eso sucede porque posiblemente es mucho más útil frente a un peligro no pensar y actuar que pensar y perder el tiempo tomando decisiones.
P. Cuando tienes miedo no entras en razón.
R. Exacto. Y hay muchos trastornos de salud mental relacionados con la expresión del miedo en un contexto donde no está pasando nada. Es típico de los trastornos de ansiedad: la persona experimenta un miedo atroz a una situación en la que, a priori, no hay un peligro y no es capaz de gestionar eso cognitivamente. El cerebro está viviendo ese instante como un peligro brutal.
P. ¿Se pueden perder emociones?
R. Sí. Como cualquier otro proceso. Somos consecuencia de lo que hace un cerebro y cuando sus piezas fallan, cualquier cosa que dependa de él puede fallar. Tenemos múltiples situaciones donde, a veces, el síntoma inicial de una enfermedad es que se transforma completamente cómo la persona vive las emociones.
P. En el libro, pone nombre y apellidos a supuestas apariciones, fantasmas o hechos sobrenaturales. ¿Todos estos fenómenos paranormales se pueden explicar por un cerebro roto?
R. A día de hoy, no he encontrado ninguno de estos fenómenos que no se pueda explicar por un cerebro roto. Una de las cosas que más me cautivó del mundo de la neuropsicología, del daño cerebral, cuando era un crío, era que podía explicar los fenómenos paranormales. Tú a mí me preguntas cuántas experiencias paranormales he vivido con mis pacientes y te diría que creo que he vivido todas las que tenemos descritas en los libros. El fenómeno que emana de un cerebro que se estropea da lugar a una serie de sensaciones que tienen el aspecto de lo descrito como paranormal.
P. En su libro, al describir el fenómeno de las pareidolias, desmonta las famosas caras de Bélmez, por ejemplo.
R. Totalmente. Las pareidolias es el ver formas conocidas, especialmente caras, en objetos donde no las hay. El cerebro humano tiene una región que se llama el giro fusiforme facial, que está en la parte inferior del lóbulo temporal, que es una zona que evolucionó estrictamente en el ser humano para procesar caras. La pareidolia se produce cuando, por cómo están configurados determinados estímulos visuales, se activa el giro fusiforme y eso desencadena, sin que tú puedas controlarlo, la percepción de una cara. Este proceso tiene una particularidad: los puedes provocar dándoles información y después ya no puedes volver para atrás; es decir, si yo te digo que aquí en el suelo hay una cara y yo te la enseño, ya no podrás dejar de ver la cara. Las caras de Bélmez o las apariciones de la Virgen en un tostada son esto.
P. Y los déjà vu, la sensación de haber vivido algo que está sucediendo ahora mismo, ¿tiene explicación neurocientífica?
R. Tiene que ver con la actualización de la memoria, que tiene un gradiente temporal: los recuerdos llevan implícito una posición en el tiempo, yo sé que mis recuerdos de hoy son de hoy y no de ayer. En el déjà vu, por algún motivo, parece que hay como una falta de sincronización con este proceso de actualización y la experiencia instantánea que tú estás viviendo, es como si llevase la etiqueta de otro momento temporal.
P. ¿Hay algo que la neurociencia no pueda explicar o no entienda?
R. Hay cosas que aún no terminamos de entender cómo suceden, pero no hay que ir a lo paranormal. Por ejemplo, la consciencia: es una propiedad que emana del cerebro que funciona, pero cómo ese órgano y esa bioquímica dan lugar a un fenómeno que nos permite a ti y a mí ahora mismo ser conscientes, no lo tenemos solucionado. Esto me parece mucho más complejo que intentar explicar un fenómeno paranormal de cualquier índole, porque insisto, todos los fenómenos paranormales o los podemos claramente explicar y te diría que incluso provocar desde la neurobiología o, tal y como entendemos el cerebro, nos dan un modelo teórico para entender para qué sucede esto.
P. En el libro relata cómo un hombre llega a intentar matar a su mujer. En ese caso, tenía un problema neurológico, pero ¿cómo se explica la maldad o la violencia?
R. La violencia y la maldad son multifactoriales, hay muchas variables que entran en juego para explicar actos de profunda maldad o violencia. Ahora bien, en contextos determinados de enfermedades, la violencia extrema o muy perturbada son un elemento central de la enfermedad. Una de las funciones principales del lóbulo frontal es la autorregulación: hay una capacidad de autogobierno y de adaptar nuestra conducta a las necesidades o exigencias de un entorno; además, nutrimos el cómo nos comportamos de la impresión de lo que siente el otro, tenemos empatía. En las enfermedades donde disfuncionan determinadas regiones del lóbulo frontal, pueden aparecer conductas persistentes o puntuales de extrema violencia. Como neuropsicólogo creo que, si bien no podemos obviar que la maldad existe como algo inherente a algunas personas, explorar en profundidad los orígenes de la violencia y la maldad cuando la tenemos delante merece la pena. No se trata de exculpar a alguien ni de buscar una explicación coherente, sino de llevar al plano de cualquier conducta humana lo que sabemos del cerebro.
P. ¿Pero siempre se puede explicar por un problema neurológico?
R. Desde mi posicionamiento, propio de un neuropsicólogo y con un bagaje biologicista de la conducta, y sin negar el efecto crucial del contexto en todo ello, a mí me cuesta mucho no conceptualizar los actos de violencia extrema o maldad extrema que todos vemos en las noticias, como que ahí, en un instante de tiempo, ha sucedido algo que se disfunciona. Esa persona no está enferma, pero ha disfuncionado algo. Es decir, acorde a nuestros modelos de cómo funciona una mente humana y cómo se traduce en conducta, hay algo en ese instante que no está funcionando como debería en la mente. Aunque eso no significa que no sea algo punible.
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