Carole Hooven: “Es obvio que a los hombres les mueve mucho más el sexo que a las mujeres”

La profesora de biología evolutiva publica un libro en el que relaciona la testosterona con las diferencias de comportamiento entre sexos

Author Dr. Carole Hooven.

Carole Hooven (Boston, EE UU, 56 años) afirma que “el sexo es real, es biológico, está en tu cuerpo, no en tu cabeza”. Ha sido codirectora de estudios universitarios del departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard (EE UU) y es consciente de que en determinados entornos esas afirmaciones pueden resultar escandalosas. “Tu cuerpo y el tipo de células gametos [óvulos y espermatozoides] que produce tiene muchas implicaciones, ...

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Carole Hooven (Boston, EE UU, 56 años) afirma que “el sexo es real, es biológico, está en tu cuerpo, no en tu cabeza”. Ha sido codirectora de estudios universitarios del departamento de Biología Evolutiva Humana de la Universidad de Harvard (EE UU) y es consciente de que en determinados entornos esas afirmaciones pueden resultar escandalosas. “Tu cuerpo y el tipo de células gametos [óvulos y espermatozoides] que produce tiene muchas implicaciones, pero no determina el valor o los derechos de nadie, aunque el sexo puede ser importante en algunos entornos, como las celdas de una prisión, las competiciones deportivas o en los datos que recogemos sobre la violencia sexual”, continúa.

En su opinión, es importante poder hablar sobre las diferencias sexuales para tomar las mejores decisiones y es necesario poder incluir en esas discusiones los datos aportados por el trabajo científico. Con esa intención, ha escrito Testosterona (Arpa 2022), un trabajo en el que Hooven aprovecha su experiencia como profesora en Harvard para analizar los estudios sobre el papel de esta hormona en las diferencias entre sexos en humanos y animales, y los entrevera con historias personales para apoyar sus tesis.

En una conversación a través de videollamada, la profesora dice que comprende, en parte, las reticencias ante determinadas afirmaciones hechas en nombre de la ciencia. “Hay una historia de malos usos de la ciencia para impulsar agendas políticas nefastas. Alguien puede observar que hay un mayor instinto del cuidado en las mujeres que en los hombres y utilizarlo para decir que las mujeres deben quedarse en casa con los niños. No funciona así. Quiero romper la idea de que lo natural debe ser la justificación para la sociedad que construyamos”, argumenta. “Así que entiendo la resistencia a que se publiquen algunos hechos, pero no creo que la respuesta a ese mal uso de la ciencia sea mentir sobre la realidad”, asevera.

Pregunta. ¿Cree que los roles de género surgen de condiciones biológicas anteriores, que no son algo completamente creado por la cultura?

Respuesta. Nada tan complejo como decir si los roles de género es algo totalmente social o totalmente biológico. Todas las culturas tienen algo que podríamos llamar roles sexuales. El género es un término complicado, así que por el momento hablaré de roles sexuales. Hay normas de comportamiento para hombres y mujeres en todas las culturas. Hay algunas normas muy fuertes y consistentes entre culturas que también coinciden con lo que sabemos sobre las diferencias biológicas en animales humanos y no humanos. Y la mayor parte permiten una mayor libertad a la sexualidad masculina que a la femenina. Todo eso es muy consistente entre culturas y creo que tiene una fuerte influencia biológica.

Sin embargo, la cultura es extremadamente importante a la hora de moldear cómo las diferencias sexuales, que pueden tener una raíz biológica, se manifiestan en una sociedad. Hay patrones muy básicos que no se revierten en ninguna cultura. No conozco ninguna cultura en la que la promiscuidad femenina se celebre y se incentive y la promiscuidad masculina se castigue con severidad. Y aunque hay variación en los estándares de promiscuidad femenina y masculina, no ves la pauta revertida.

Esto sucede en comportamiento sexual, pero también hay pautas sobre la agresividad y la forma de expresarla por sexos. No hay culturas en las que la agresividad física femenina se premie y se celebre y la masculina se castigue. Pero la cultura siempre está fuertemente influenciada por la biología y la biología por la cultura.

P. Cuando se tratan estos asuntos, hay gente que tiene miedo de que buscar o reconocer diferencias entre sexos sea una forma de justificar las desigualdades.

R. Podríamos pensar que si encontramos una fuerte influencia genética en la mayor promiscuidad masculina, algo que yo creo que es cierto, eso significaría que es aceptable que los maridos engañen a sus esposas. No es así. Pero significa que hay una realidad que tenemos que comprender para trabajar con ella, en lugar de negarla o de distorsionarla, aunque sea con la intención de alcanzar la igualdad entre sexos.

Hay muchos problemas sociales provocados por las diferencias en apetito sexual entre sexos y lo que eso significa para las relaciones, para la sociedad y para la felicidad de todos. Deberíamos dejar de negar los hechos y uno de los hechos que deberíamos empezar a difundir es que porque algo exista en la naturaleza, no es necesariamente bueno. La enfermedad no es buena y es natural. Es un ejemplo de que no es necesario demostrar que algo es natural para que sea bueno. Da igual cuál sea su origen.

Supongamos que la mayor agresividad de los hombres y el mayor número de agresiones físicas perpetradas por hombres viene influido por tener un cromosoma Y que hace que tengan más testosterona. Pero también sabemos que el entorno y las normas culturales suponen una diferencia enorme en la forma en que las personas expresan esa agresión física o la frecuencia con que se cometen asesinatos o violaciones. Hay lugares del mundo donde no hay normas fuertes contra la violación, o incluso se fomenta en determinadas circunstancias, mientras en otros está fuertemente castigada. La biología no es destino.

Si somos capaces de reconocer esos hechos sobre la falacia naturalista o el mito del destino biológico, es más fácil para nosotros hablar sobre la realidad, los cambios sociales, las políticas y las leyes que queremos apoyar.

Quiero romper la idea de que lo natural debe ser la justificación para la sociedad que construyamos

P. En el libro habla de una diferencia fundamental entre hombres y mujeres, y entre machos y hembras de otras especies de mamíferos. Los primeros producen muchas células reproductoras pequeñas y, hasta cierto punto, baratas, de forma continua, como los espermatozoides; y las segundas producen células grandes, mucho más escasas. Esto hace que ambos sexos hayan tenido incentivos diferentes a lo largo de la historia respecto de su comportamiento y que crea fricciones en la convivencia.

R. Si no eres un biólogo evolutivo, es difícil de apreciar la profundidad histórica de miles de millones de años de reproducción sexual y lo que eso significa para las distintas estrategias de comportamiento. En los mamíferos, además, las hembras cargan con el coste de la fertilización y la gestación interna, no es como los peces o las ranas, y después además continuamos haciendo crecer a las crías con nuestro cuerpo, dándoles el pecho. El desequilibrio en inversión reproductiva es tremendo y tiene un impacto enorme.

Machos y hembras hemos evolucionado en un entorno en el que, desde el momento en que alcanzábamos la madurez reproductiva, estábamos teniendo hijos y dándoles de mamar, durante toda nuestra vida reproductiva. La forma en que las mujeres vivimos ahora es extraña desde el punto de vista evolutivo, hasta cierto punto liberadas de esa carga. Pero nuestra psicología aún no se ha liberado del todo. Las mujeres, típicamente, no quieren tener tantas parejas sexuales, en parte porque cada posible concepción supone una gran carga energética que no existe para los hombres. Así que aún mantenemos estas diferencias en psicología reproductiva. Y las hormonas sexuales condicionan y promueven muchas de estas diferencias.

Las diferencias no se limitan al sexo y la agresividad. También hay diferencias en intereses profesionales. La asunción de riesgos en el trabajo es una de estas diferencias. Para los machos, asumir riesgos puede acortar su vida, pero si tomar esos riesgos tiene ventajas reproductivas importantes, porque les proporciona más oportunidades de reproducirse, puede compensar. Eso no necesariamente sucede con las hembras, que necesitan vivir una vida larga y saludable para maximizar su capacidad reproductiva.

Existen estas diferencias, aunque las pruebas de la contribución hormonal no son aquí tan poderosas como en el caso de la agresividad o del comportamiento sexual. La cultura desempeña un rol fuerte, pero es difícil saber qué parte es biológica y qué parte cultural, porque la cultura refuerza esas diferencias. Hay una interacción intensa. Sin embargo, en mi opinión, aspirar a un resultado idéntico, a que exista una cantidad idéntica de hombres y mujeres en diferentes profesiones, es algo equivocado, porque creo que las preferencias son distintas. Considero que deberíamos aspirar a una igualdad de oportunidades y de sueldos. Sería genial si la enseñanza o los cuidados estuviesen mejor pagados, aunque también, en algunas profesiones donde hay más hombres, hay unas exigencias físicas brutales que merecerían compensación.

No conozco ninguna cultura en la que la promiscuidad femenina se celebre y se incentive y la promiscuidad masculina se castigue con severidad

P. Pero los cambios en un ecosistema modifican la biología de los animales que viven en él. En un entorno en el que la necesidad de agresividad para salir adelante o aparearse son inferiores, también pueden descender los niveles de testosterona.

R. Sí. Es difícil obtener buenos datos sobre estos temas, porque aunque hay diferencias en niveles de testosterona o de su actividad dependiendo de la cultura en la que vive un hombre, no podemos estar seguros de que esa variación se deba a la cultura. Por ejemplo, hay diferencias culturales significativas entre Japón y España, y también hay diferencias en [los niveles de] testosterona. Los hombres asiáticos tienden a tener menos que los europeos. Puede estar relacionado con la cultura, pero también tenemos pruebas de que hay diferencias genéticas que influyen en la producción de testosterona y en su actividad. Esta diferencia se encuentra en el gen que codifica para el receptor de la testosterona, lo que significa que con la misma cantidad de testosterona, de media, los hombres japoneses tendrían una respuesta inferior que los hombres españoles.

También tenemos pruebas de que el entorno puede afectar a los niveles de testosterona de un hombre de un modo similar a lo que sucede en otros animales. La paternidad, por ejemplo. Desde un punto de vista evolutivo, tener una testosterona elevada no siempre es bueno, porque un nivel menor puede ayudar a que sobrevivan más crías. No todo tiene que ver con conseguir tantas cópulas como sea posible. Los hombres son importantes para sus hijos. Así que las normas culturales pueden cambiar y reducir los niveles de testosterona. Pero no puedo decir que haya evidencia de que un cambio en los niveles de testosterona en una cultura haya reducido los niveles de agresividad, que haya una relación causal.

En algunas poblaciones en África oriental, la norma cultural es que los hombres tengan una relación muy intensa con sus hijos, con mucha interacción física, cargándolos en brazos, alimentándolos. Ese tipo de paternidad está muy valorado y en esos hombres los niveles de testosterona son más bajos; ese contacto con los bebés hace que desciendan. Este efecto es algo que caracteriza a los padres en todos lados, en animales humanos y en algunos no humanos. En los entornos en los que el hombre cuida de sus hijos, estos tienen más posibilidades de sobrevivir y los niveles de testosterona tienden a descender. Eso es producto de la cultura. Y vemos otras culturas, más guerreras, en las que el contacto con los hijos es menor y no observamos ese descenso en la testosterona.

En los entornos en los que el hombre cuida de sus hijos, estos tienen más posibilidades de sobrevivir y los niveles de testosterona tienden a descender

P. En el libro habla de diferencias entre el comportamiento de gais y lesbianas. ¿Esto puede tener que ver con la forma en que hombres y mujeres son educados, independientemente de si son homosexuales o heterosexuales, o se puede explicar hasta cierto punto por las diferencias biológicas?

R. Los hombres heterosexuales tendrían tantas parejas sexuales como los homosexuales si hubiese tantas mujeres como hombres con el mismo deseo apremiante. Las mujeres sienten deseo y tienen libidos elevadas, pero estos tienden a expresarse al máximo en distintos tipos de relación. Prefieren, de media, expresar su sexualidad y tener sexo cuando existe una conexión emocional.

Las cosas están cambiando en todo el mundo, y podríamos discutir si eso es bueno o malo, pero aún, de media, los hombres tienen el listón mucho más bajo en lo que se refiere a alcanzar un mínimo de intimidad emocional antes de tener sexo. Esa es la realidad, aunque se puede discutir también cuál es su origen, pero creo que es obvio que a los hombres los mueve mucho más el sexo que a las mujeres. Y esa diferencia está en parte en la biología masculina, en la testosterona. Es mi conclusión después de 20 años de experiencia estudiando esta hormona en animales y en humanos.

Es una pauta que los hombres homosexuales tienen más parejas sexuales que las lesbianas. Es una observación, no hay un juicio moral. Y tiene que ver con la testosterona. Una mujer que hace la transición y toma testosterona nota un cambio muy importante respecto a su impulso sexual, al deseo que siente al observar partes del cuerpo, pese a haber sido educados como mujeres. He escuchado estos testimonios, y algunos están incluidos en el libro, de muchos hombres trans. Y coincide con la literatura científica, que muestra que el deseo sexual es una de las respuestas psicológicas más potentes después de tomar testosterona y pasar de niveles habituales en una mujer a los habituales en un hombre.

No es solo que la libido se incremente, sino que cambia la naturaleza del deseo sexual. Por supuesto, esto no es igual en todas las personas, pero estos hombres experimentan esa reducción en la necesidad de intimidad sexual antes del sexo o la atracción por el cuerpo como un objeto sexual, en lugar de sentir que el sexo y la atracción sexual tienen que ver con un ser humano completo. Ese tipo de objetivación se incrementa con la testosterona.

Y el cambio también se observa en la otra dirección, cuando un hombre empieza a vivir como mujer. Se ve una reducción en la urgencia sexual, que, por cierto, muchas mujeres trans ven como un alivio. Y no es que no sientan deseo o que no tengan placer con el sexo, sino que es algo distinto del impulso constante asociado a la testosterona.

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