Los alefitas: la vida en digital

¿Cómo sabrán los extraterrestres que aquí hay inteligencia?

Cuantas más vibraciones tenga el aire, generadas por palabras, poderosas teorías científicas o narraciones que cuentan una vida en una hora, más despejado y nítido se verá el mundo… y actuaremos sobre él

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La sonda espacial ha detectado a gran distancia en esta minúscula esfera de color azulado una atrayente manifestación: parece ser que vibra la película gaseosa finísima que la envuelve. Son vibraciones muy tenues, aunque incesantes. No se confunden con otros movimientos de grandes masas de aire, vientos, que no dejan tampoco de circular por esta membrana adherida al planeta. Es una ondulación como la de la superficie de un mar tranquilo rizada por la brisa.

A nosotros, esta sensibilidad de captación de un fenómeno tan débil no nos tiene que sorprender: en septiembre de 2015, conseguimos...

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La sonda espacial ha detectado a gran distancia en esta minúscula esfera de color azulado una atrayente manifestación: parece ser que vibra la película gaseosa finísima que la envuelve. Son vibraciones muy tenues, aunque incesantes. No se confunden con otros movimientos de grandes masas de aire, vientos, que no dejan tampoco de circular por esta membrana adherida al planeta. Es una ondulación como la de la superficie de un mar tranquilo rizada por la brisa.

A nosotros, esta sensibilidad de captación de un fenómeno tan débil no nos tiene que sorprender: en septiembre de 2015, conseguimos detectar con nuestros artefactos las vibraciones del espacio-tiempo, las ondas gravitacionales que, como las ondulaciones del parche de un timbal, han llegado hasta nosotros. Y las hemos interpretado como resultado de un escalofriante choque de dos agujeros negros producido a más de mil millones de años luz de distancia (y tiempo).

De estas ondulaciones de aire brotan infinidad de destellos de colores, como si cada uno de esos puntos emisores fuera un caleidoscopio y que las vibraciones los agitara y así cada uno produjera composiciones distintas. Inagotable también este brillo, con imágenes cambiantes, de miles de millones de diminutos caleidoscopios. Son posiblemente de naturaleza eléctrica, pero de tan baja intensidad que no se pueden confundir con los rayos de las tormentas, que también la sonda intergaláctica está registrando.

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Después de estudios muy detallados de los datos y de discusiones sobre su interpretación, los científicos extraterrestres anuncian con gran emoción a la población que han "detectado conocimiento" en un minúsculo planeta de un alejado sistema solar. Naturalmente, por la distancia a que se encuentra aún la sonda, no pueden ver, ni siquiera imaginar, las formas vivas que pueblan este planeta y que producen este fenómeno de vibraciones tenues y destellos caleidoscópicos.

Nosotros, si llegáramos a conocer su descubrimiento, lo interpretaríamos como que han conseguido detectar las ondas de aire que producen las palabras que hablamos y nuestra incesante intercomunicación. Y que los chispazos de colores de los agitados caleidoscópicos son la conexiones, desconexiones, la actividad de las neuronas de nuestros cerebros. Algo tan liviano, que si no se extingue rápidamente es por la insistencia vital en activar desde esos puntos caleidoscópicos más y más vibraciones. El resultado es la manifestación física más impresionante de qué es el conocimiento: palabras incesantes que se desplazan mediante ondulaciones por el aire y al llegar a otro cerebro inmerso en este medio produce efecto en sus neuronas. Todos estos cerebros, que los extraterrestres perciben como microcaleidoscopios, son productores y receptores de ondas. Y todo ese medio vibrante es el conocimiento. Porque el conocimiento no reside en ningún lugar. No se puede atesorar.

Sin estas vibraciones, los destellos cesarían también; pero, a su vez, sin la agitación infatigable de esos puntos caleidoscópicos no se crearían ondulaciones.

Los terrícolas y sus invenciones —como la escritura y otras formas de registro— han conseguido hacer pasar la palabra por medios que ralentizan sus vibraciones, hasta parecer que se fosilizan. Pero no es así, siempre que haya algún cerebro que las reactiva.

Los terrícolas y sus invenciones —como la escritura y otras formas de registro— han conseguido hacer pasar la palabra por medios que ralentizan sus vibraciones, hasta parecer que se fosilizan. Pero no es así, siempre que haya algún cerebro que las reactiva.

Esas ondas no se pueden producir sin la inteligencia. Es decir, sin la capacidad de cortar los árboles (abstracción) que no nos dejan ver el bosque no sería posible, precisamente, ver el bosque (conocimiento) y nos perderíamos en un mundo abrumador de cosas singulares y hechos irrepetibles. Así que cuantas más vibraciones tenga el aire y más distintas (desde la abstracción que supone una palabra como “casa” hasta poderosas teorías científicas que expresan en una fórmula infinidad de datos concretos, o narraciones que cuentan una vida en una hora) más despejado y nítido se verá el mundo… y actuaremos sobre él.

Un tiempo más tarde, cuando un gran número de alefitas habitaba ya el planeta, los extraterrestres enviaron otra sonda. Y se encontraron con que otro medio, antes desconocido, vibraba mucho más intensamente que la película de aire descubierta la primera vez. Estaba formada esta nueva membrana por un éter (así llamaron al nuevo medio) de ceros y unos que no dejaban de agitarse. Se podía percibir cómo las ondulaciones de las ristras de ceros y unos alcanzaban de inmediato cualquier otro punto de la esfera y se entrecruzaban con otras innumerables ondulaciones. Excitados por este mar de vibraciones, los destellos de todos los caleidoscopios casi se fundían en un único resplandor.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático en la universidad Carlos III de Madrid.

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

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