Inteligencia artificial, una revolución sin límites

Bajo el lema “conocer para avanzar”, en el segundo foro Tendencias se abordaron temas clave de nuestro tiempo como la influencia exponencial de la IA, la nueva era de la educación, la reinvención del trabajo, el impacto de la digitalización en la salud, el futuro de la movilidad o la gestión del agua

Imagen de una de las sesiones del foro Tendencias 2024, celebrado los pasados lunes y martes en el Real Teatro de Retiro, en Madrid.Andrea Comas

En una reciente entrevista en YouTube, a ese fenómeno imprevisto que ha sido el historiador y filósofo israelí Yuval Noah Harari le pesa una sensación de que no existe elección, ni camino, ni esperanza; solo la interminable repetición de lo sordo o lo semitrágico. “La gran pregunta es si nos vamos a adaptar a la inteligencia artificial [IA] o ella se va a adaptar a nosotros. Más y más, desde luego, nosotros somos quienes tenemos que adaptarnos a ella”, sostiene el intelectual. Resulta difícil encontrar una fuerza centrípeta que no lleve a esa misma dirección en uno de los debates más importantes de nuestro tiempo. Pero es precisamente su dificultad lo que le da sentido. Habita en la naturaleza humana enfrentarse a los retos. Esta es la filosofía de las segundas jornadas de Tendencias (2024), un foro organizado por EL PAÍS con el patrocinio de Abertis, Enagás, EY, GroupM, Iberdrola, Iberia, Mapfre, la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), Redeia, Santander y Telefónica.

El encuentro es transversal, desde la educación hasta la geopolítica. Aunque siempre con la IA entre defensas, críticas, esperanzas y fe. “Ellos [se refiere a Elon Musk y Sam Altman, responsable de OpenAI] sienten que están haciendo lo más importante, no ya en la historia de la humanidad sino en la historia de la vida”, recuerda Harari. Y nos traslada a línea del tiempo. Si se piensa hasta lo que sabemos, tiene dos paradas. Hace 4.000 millones de años aparecen las primeras formas de vida. En ese tiempo no ocurren grandes cosas; amebas, dinosaurios, seres humanos. Son formas orgánicas. Ahora llegan Musk y Altman y emprenden la segunda experiencia más importante del universo: el comienzo de la evolución inorgánica. La IA solo tiene 10 o 15 años de existencia. No hemos visto nada hasta el momento. ChatGPT son las amebas —sencillos organismos unicelulares— de las nuevas tecnologías que encabezan la evolución de la inteligencia artificial.

Beatriz Sanz, 'Global Consulting Data and Analytics leader' de EY, y Rafael Serrahima, 'managing director' de GroupM Nexus (derecha), conversan con Gonzalo Teúbal, director de Audiencias e Inteligencia Artificial en Prisa Media.Andrea Comas

Pero como gran historiador, Harari sabe que tampoco hay tantos ejemplos de seres humanos inmensamente egoístas y tremendamente bondadosos. El mundo se mueve en los espacios, con sus matizaciones, que dejan los resquicios intermedios. La inteligencia artificial también tiene el apellido de colaborativa. “La tecnología actual aumenta las capacidades de los trabajadores, mejora sus desempeños, pero no los reemplaza”, reflexiona Beatriz Sanz, Global Consulting Data and Analytics leader de EY. Ya han creado programas para facilitar estas tecnologías a los trabajadores. Y cree en dos cosas a la vez: “Innovación y regulación”. Ahí está la normativa europea. “La IA general va a llegar”, analiza Gonzalo Téubal, director de Audiencias e Inteligencia Artificial en Prisa Media. Ahora una campaña publicitaria tendrá una creatividad y unos mensajes más precisos y dirigidos al consumidor concreto: que entienda y responda a sus necesidades.

En este lugar de fracturas, la publicidad siempre ha iluminado la idea de que la IA será una especie de maremoto anegando el sector. Diseñadores, creativos, locutores. ¿El fin de un oficio? “No. La clave de la gestión del cambio son las personas. La velocidad de computación está avanzando de manera brutal y nosotros estamos ayudando a que esa tecnología se sepa manejar desde dentro”, defiende Rafael Serrahima, managing director del grupo publicitario GroupM Nexus. Y añade: “Nos toca correr para quedarnos como estamos”.

Todo esto trae, al igual que la estela de un cometa, esa aventura de reinventar el trabajo en el comienzo de la era dorada de estas tecnologías. Pilar Llácer, filósofa, especialista en ética de los negocios y autora de dos libros de ida y vuelta —Te van a despedir y lo sabes y Te van a contratar y lo sabes (Editorial Almuzara)—, inicia su exposición con controversia; destaca la empatía de los algoritmos. O con preguntas: ¿el mejor trabajador es quien más tiempo pasa en la empresa? Una casa de arena y sol para la IA. “La tecnología siempre nos ha hecho mejores”, zanja.

De izquierda a derecha, Inma Martínez, pionera tecnológica en IA y digitalización; Pilar Llácer, filósofa y especialista en ética de los negocios, y Susana Toril, directora de Personas y Diversidad de Enagás.JUAN BARBOSA

Pese a todo, queda un sentido de rendición frente a lo tecnológico. Hay que adaptarse. “La IA generativa aumenta la capacidad humana, existe una inteligencia interior, pero no podemos controlarla, solo sabemos los datos que genera”, aventura Inma Martínez, pionera tecnológica en IA y digitalización. “Lo que no queremos es una IA a lo estadounidense. Hay países que están desarrollando su propia inteligencia para protegerse”. Incluso firmas emergentes trabajan en proyectos pequeños, autónomos e independientes.

La incertidumbre cada empresa la incorpora de una forma. “La IA la han diseñado las personas y son ellas las que tienen que ir en primer lugar”, explica Susana Toril, directora de Personas y Diversidad de Enagás. Y añade: “Hasta las máquinas necesitan que seas amable a la hora de interactuar con ellas. Tenemos una gran oportunidad y los ODS [Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas] nos marcan el camino”.

Propósito y mejoras reales

Esa vía del trabajo antes pasa por los pupitres. ¿Cómo fijar los límites de la educación? Aquí las lecturas son más diversas. Héctor Ruiz Martín, director de la International Sciencie Teaching Foundation donde investiga el ámbito de la neurociencia, vuelve hacia algo muy lógico: “Para que sea de verdad innovación tiene que tener un propósito y es mejorar un problema”. Y subraya: “Si la enseñanza de la tecnología reproduce modelos de hace dos siglos, entonces no sirve para nada”. Son realidades, algunas, distintas. Macarena Llaraudó, representante permanente de la OEI en Uruguay, sabe que sus necesidades resultan diferentes a las europeas. “La educación y la tecnología deben estar en la escuela pública, si no estamos abriendo una brecha social”. O quizá no son tan distintas porque también trabajan, como en España, para que más chicas se decidan por formatos STEAM (acrónimo en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas).

Desde la izquierda, Iñaki Ortega, doctor en Economía y director de Deusto Business School en Madrid; Héctor Ruiz Martín, director del Internacional Science Teaching Foundation; Sonia Díez, posibilista educativa y presidenta de EducAcción; Pablo Doberti, consultor ejecutivo de Grupo Santillana, y Macarena Llauradó, representante permanente de la OEI en Uruguay. JUAN BARBOSA

Volviendo a la memoria, Iñaki Ortega, doctor en Economía en la Universidad Internacional de La Rioja y director general de la consultora Llorente y Cuenca, recuerda tres revoluciones educativas en un país, entonces, atrasado: la alfabetización, la educación superior y la tercera, la actual: la formación durante toda la vida. Mientras, Ruiz Martín precisa que uno de cada cuatro estudiantes no es capaz de entender lo que está leyendo. ¿Una educación a dos velocidades?

Sobre esta entropía educativa, Pablo Doberti, consultor ejecutivo de Grupo Santillana, admite que la “tecnología es el mayor desordenador que conozco, pero después se ordena. Este es su gran desafío”, cuenta. El riesgo, según Sonia Díez, posibilista educativa y presidente de EducAcción, “es que no puedes introducirla sin cuestionarla; pero, por ejemplo, puede ser una ayuda para chicos disléxicos”. Ya lo escribió la poeta Mary Oliver: “Alguien a quien una vez amé me regaló una caja llena de oscuridad. Me llevó años entender que esto también era un regalo”.

Vigilancia sobre la ‘dictadura digital’ del trabajo

Phoebe V. Moore, profesora de la Universidad de Essex (Reino Unido). Andrea Comas

Phoebe V. Moore, profesora de la Universidad de Essex (Reino Unido), lanza palabras, pensamientos e ideas más rápido que el cálculo de los propios algoritmos. Su especialidad es la relación entre la inteligencia artificial (IA) y el trabajo, al tiempo que estudia su intersección con la normativa. Un álgebra difícil. Sabe que su país está fuera de la ley de IA que regula esta tecnología en la Unión Europea. Pese a todo, reivindica tres reglas. La minimización de los datos; recurrir, siempre que sea posible, al espacio analógico, quizá por una especie de agotamiento —se deduce— de esta dictadura digital. Proporcionalidad; la búsqueda del equilibrio entre trabajadores, sindicatos y la propia empresa. E incorporar, finalmente, una práctica que no está lo suficientemente extendida: los empleados deberían dar su consentimiento directo para utilizar sus datos. Porque el riesgo, en su forma de ordenarlo, es alto cuando se recurre al espacio biométrico y se utilizan estas tecnologías, por ejemplo, en la selección de trabajadores. La IA genera riesgos particulares. “¿Cómo protegemos nuestros propios datos?”, se cuestiona Moore. “Hay que dejar muy claro para qué se usan y la posibilidad del olvido. Nos controlan demasiado en el trabajo”, advierte. Los peligros están ahí: frente a uno. Por ejemplo, los psicológicos. O su uso para medir la productividad. “No se han cuidado las repercusiones de estas tecnologías y el avance de las big tech”, puntualiza.

Éric Sadin: “Esta tecnología tiene superioridad cognitiva”

El filosofo francés Éric Sadin. Juan Barbosa

“Yo, a la catástrofe la vi venir”. En alguien que cita a menudo esta frase del escritor Louis-Ferdinand Céline, extraída de su novela Viaje al fin de la noche (1932), resulta fácilmente intuitivo saber cuál es su posición sobre la inteligencia artificial. El filósofo Éric Sadin (París, 1973) lleva años escribiendo en esa compleja intersección entre tecnología y sociedad. Siendo uno de los grandes ensayistas europeos, lo ha dejado claro en títulos como La humanidad aumentada, La inteligencia artificial o La silicolonización del mundo (editados por Caja Negra). Destila frases que exigen tiempo asimilarlas. “Los datos brotan de nuestro cuerpo para ser recogidos y procesados por inteligencias artificiales negativas. Es “capitalismo hematológico”. El cuerpo se convierte en algo fijo y sin sangre frente a la pantalla. La crítica es una avalancha. “Por primera vez en la historia de la humanidad los sistemas nos empujan a actuar de una determinada manera [no como elegimos]”, alerta Sadin. 
El ultra presente ChatGPT cumple dos años el 30 de noviembre. “Vivimos un momento muy serio, de mucha gravedad. Está gestionando la naturaleza humana de forma digital. Ningún político habla del tema y la sociedad apenas se moviliza, continúa apática, y esta tecnología está siendo dotada de una superioridad cognitiva”. El filósofo se queja de que no “entendemos” lo que falta por venir. Si un chico tiene ChatGPT, llegará el momento que cuestionará a su padre, “¿Para qué tiene que ir a clase a mejorar su escritura? ¿Para qué tiene que ir cuando una máquina lo sabe todo?” Y si existe una empresa que representa todo este viaje es Amazon. “Es el infierno de la logística. Cada acción trata de aumentar la productividad y generar mayores ganancias. Esta automatización es el desierto de los seres humanos. La hiperhomogeneización, que no exista ningún defecto; esto es la empresa de Bezos”, critica. La regulación no vendrá a salvarnos.

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