La epigenética de la eterna juventud
La vida media en los países occidentales se duplicó en el siglo XX de los 40 años a los ochenta, pero la vida máxima de nuestra especie es 122 años y no se ha movido de ahí
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La mayor inversión que se ha hecho nunca en la investigación del envejecimiento se llama Altos Labs, cuenta con una financiación privada de 3.000 millones de dólares, tiene s...
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[Esta pieza es una versión de uno de los envíos de la newsletter semanal de Tendencias de EL PAÍS, que sale todos los martes. Si quiere suscribirse, puede hacerlo a través de este enlace].
La mayor inversión que se ha hecho nunca en la investigación del envejecimiento se llama Altos Labs, cuenta con una financiación privada de 3.000 millones de dólares, tiene sedes en California y Cambridge y ha reclutado a buena parte del talento científico especializado en la cuestión.
Su objetivo final es rejuvenecer las células humanas: no ya retrasar o ralentizar el envejecimiento celular, sino revertirlo. Puesto que muchas enfermedades comunes se deben al deterioro natural que las células sufren con la edad, los científicos de Altos persiguen la forma moderna del elixir de la juventud, que es permitir a la gente una vida larga y sana, e incluso revertir las patologías a medida que vayan surgiendo.
Los científicos fichados por Altos, entre ellos los españoles Juan Carlos Izpisúa y Manuel Serrano, han firmado unos compromisos de confidencialidad con ciertas complejidades, pero están publicando parte de sus resultados de la manera convencional, en revistas científicas revisadas por pares. El último trabajo está recién salido del laboratorio de Steve Horvath, ahora a caballo entre Altos y la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), y se refiere a una cuestión cada vez más importante en el estudio del envejecimiento: la epigenética, de la que mucha gente ha oído hablar sin entender muy bien en qué consiste.
Pese a estar rodeada de cierta aura romántica o fantasiosa, la epigenética no tiene nada de místico. La palabra significa “encima de los genes”, y en efecto se refiere a una serie de grupos químicos y proteínas que se pegan encima de los genes de modo que alteran su nivel de actividad sin cambiar su secuencia (gatacca…).
Cuando cambia la secuencia de un gen, hablamos de mutaciones, pero aquí el gen (el texto) permanece intacto. Es solo que se inactiva o se activa por esas otras moléculas que se le pegan encima o se le despegan de encima. La más simple de estas moléculas que se pegan encima de los genes es el grupo metilo (–CH), y por eso en epigenética se habla siempre de los patrones de metilación de un gen o cualquier otro tramo de ADN.
Horvath y los suyos han examinado los patrones de metilación en 348 especies de mamíferos, incluida la del lector, y han hallado una fuerte asociación entre esos patrones y la vida máxima de cada especie. No hablamos de la vida media (o esperanza media de vida), sino de la máxima, que es una característica propia de cada especie. Por ejemplo, la vida media en los países occidentales se duplicó en el siglo XX de los 40 años a los ochenta, en números redondos, debido sobre todo al saneamiento de las aguas, las vacunas y los antibióticos, es decir, a la lucha contra la enfermedad infecciosa. Pero la vida máxima de nuestra especie es 122 años y no se mueve de ahí.
La vida máxima es una constante biológica propia de cada especie, aunque varía de manera brutal de una especie a otra. En los mamíferos abarca desde los 1,9 años de la musaraña común hasta los 211 de la ballena de Groenlandia. Este simple dato revela que, en biología, el envejecimiento no es una mera consecuencia del paso del tiempo y el deterioro natural que ello conlleva, puesto que las musarañas y las ballenas están hechas de los mismos materiales (ADN, ARN, proteínas, grasas y azúcares). La velocidad del envejecimiento, y, por tanto, la vida máxima, son consecuencia de un programa genético prefijado para cada especie. Y la metilación epigenética es un proceso esencial en su mismo centro lógico.
El grupo de Horvath en Altos ha encontrado 17 especies de mamíferos en que las hembras tienen una epigenética (unas pautas de metilación en los genes) que les confiere una vida máxima mayor que la de los machos. La especie humana es una de ellas. Recordemos que no estamos hablando de que las mujeres tengan una esperanza media de vida mayor que los hombres, sino de su vida máxima, esa constante biológica inamovible.
Como solo conocemos una persona que haya llegado a los 122 años, la única forma de saber eso es analizar la epigenética de hombres y mujeres. Así que ahora sabemos que las mujeres están programadas epigenéticamente para vivir más que los hombres, cosa que ignorábamos por completo.
Otro resultado inesperado de los científicos de Altos y la UCLA es que la restricción calórica —comer un 30% menos de lo que te aconsejaría un nutricionista, con un cuidado exquisito para no incurrir en deficiencias alimentarias— no tiene ningún efecto medible en los patrones de metilación de los genes. Aunque la restricción calórica alarga la vida en especies tan dispares como las levaduras, los gusanos, las moscas y las ratas, los marcadores epigenéticos que predicen la vida máxima no se alteran con esa dieta tan radical. Es posible que la restricción calórica retrase el envejecimiento, pero no alargue la vida máxima en la especie humana.
En cualquier caso, es obvio que merece la pena seguirlo investigando, y 3.000 millones de dólares son un buen incentivo. Seguiremos oyendo hablar de Altos Labs durante muchos años.
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