Contar bien las crisis humanitarias
En los desastres, no basta con hablar con el otro; hay que oler, sentir, respirar el mismo aire, compartir el mismo lugar. Solo poniéndonos en la piel del otro podremos armar una comunicación real y creíble
La información salva vidas y es, de por sí, una forma vital de ayuda ante una situación de desastre. Las personas afectadas necesitan información tanto como el comer o el beber. Los damnificados precisan saber cómo acceder a las ayudas, dónde se encuentran sus familiares, orientaciones sobre medidas de seguridad y de autoprotección, cómo evitar enfermedades derivadas de la catástrofe...
La información precisa sobre un evento así y su impacto en la vida de las personas afectadas influye decisivamente en la asignación de recursos para las víctimas. En la medida en que se comunique mejor lo que está pasando y las necesidades de los perjudicados, será más fácil recibir fondos necesarios para mantener las operaciones de ayuda.
A continuación se exponen una serie de consejos u orientaciones que las ONG y agencias humanitarias pueden tener en cuenta a la hora de mejorar su comunicación en el ámbito del desastre o emergencia.
El foco en la víctima, no sobre ella
La comunicación sobre los afectados, pero sobre todo, la comunicación con ellos, redundará en una evaluación y en una prestación de la ayuda más eficaz. Además, la información es útil en la medida en que se facilita al afectado y le facilita tomar las riendas de su futuro, sin dependencia de la ayuda humanitaria. Por ello, el foco de la comunicación humanitaria tiene que estar en la víctima y contar siempre con su participación activa.
Estrechar relaciones con los periodistas, los comunicadores y los medios
Tras la eclosión de las redes sociales y otros avances de las tecnologías de la información, algunas entidades humanitarias han creído que no es necesario trabajar con los medios de comunicación y buscar su apoyo porque se puede llegar a la sociedad sin su cooperación. Gran error. El papel del periodista es irremplazable a la hora de informar sobre un desastre. Son expertos en la gestión de la información y tienen la pericia necesaria para moverse en contextos complejos y manteniendo además una de las máximas del periodismo, el verificar y contrastar fuentes, algo no baladí.
Contenido de calidad
Sí, las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación nos permiten unas posibilidades narrativas y difusión inimaginables hace pocos años. Sin embargo, por encima del necesario aprovechamiento de las TICS, no podemos olvidar la máxima de una óptima gestión de la comunicación: el contenido de calidad.
El contacto directo con la persona damnificada es piedra angular para cualquier comunicación humanitaria sobre un desastre
Este contenido de calidad, amén de los distintos formatos y narrativas que utilice, es el valor diferencial de la comunicación de una ONG y lo que le puede conferir mayor credibilidad. Sí, tenemos que llegar al máximo número posible de personas, pero no a cualquier precio. Y aquí, el precio, no lo olvidemos, pueden ser vidas humanas. Por ello, es más exigente la necesidad de ofrecer contenidos que, respetando siempre la dignidad de las víctimas, permita obtener una imagen global más acertada sobre lo que está pasando, las causas subyacentes y, sí, las vías para colaborar en la resolución de ese problema a corto, medio y largo plazo.
Imágenes; pero no a cualquier precio
Siempre ha existido y existirá un eterno debate deontológico entre los medios de comunicación sobre su cobertura en desastres: ¿hasta dónde es bueno o no mostrar? ¿Tenemos que ofrecer esas imágenes extremadamente duras? Y, la cuestión más importante: ¿Es informativamente relevante? No vamos a entrar en ese debate, pero sí en las orientaciones que, normalmente, siguen las entidades humanitarias a este respecto.
Ocho de las más importantes agencias de socorro del mundo firmaron en 1994 el denominado Código Internacional de Conducta para el socorro en casos de desastre. En dicho documento, aceptado universalmente entre las ONG, se contempla explícitamente, bajo el prisma del “deber humanitario”, cómo tiene que plantearse la comunicación. Y se indica que en las actividades de información se debe reconocer siempre a las víctimas como seres humanos dignos y no como objetos sin esperanza que inspiran compasión.
Explotar la tecnología de las comunicaciones digitales
Las organizaciones de ayuda tiene la obligación de explotar las nuevas tecnologías de las comunicaciones digitales. Por una sencilla razón; porque su adecuado uso permite salvar vidas. Es una responsabilidad. Su papel es clave en ámbitos como la alerta temprana, el socorro en casos de desastre o la reducción del riesgo, ya que la disponibilidad masiva de teléfonos móviles y de internet ha cambiado por completo el paradigma de la comunicación.
Las redes sociales como Facebook, TikTok o Twitter han demostrado en este contexto, como en la actual guerra de Ucrania, su capacidad de difusión y de movilización. Ofrecen información inmediata, desde los lugares de interés, con la máxima viralidad y difusión posibles. Habitualmente nos enteraremos de un desastre a través de estas redes y su correcta gestión nos permitirá acceder a una información valiosa manteniendo, por supuesto, los criterios de verificación necesarios. Pero además podremos compartir en tiempo real consejos para la población afectada, situar a las fuentes de referencia, desmentir bulos o rumores…
Cobertura de escenarios
Las redes sociales nos brindarán información al instante de cualquier novedad relevante, las últimas imágenes, los recursos facilitados por los propios damnificados… Pero nunca sustituirán un criterio básico que deberían contemplar todas las ONG: ir, ver y contar. En terreno.
El contacto directo con la persona damnificada es piedra angular para cualquier comunicación humanitaria sobre un desastre. Nadie mejor que el afectado para conocer sus necesidades. Esas que tenemos que cubrir, con su ayuda y participación. No basta con hablar con el otro. Hay que oler, sentir, respirar el mismo aire, compartir el mismo lugar. Solo así, tratando de ponernos realmente en la piel del otro, podremos armar una comunicación real y creíble. Aprovechando, por supuesto, la tecnología.
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