¿Qué le pedimos a los sistemas alimentarios de cara a la agenda de cambio climático?
Los representantes de 200 países se reúnen estos días para barajar las estrategias que mitiguen el incremento de las temperaturas a nivel global. Analizar el papel de los sistemas alimentarios en el impacto al planeta es fundamental
El cambio climático presenta manifestaciones cada vez más evidentes. Alteraciones en las temperaturas y las precipitaciones, así como fenómenos meteorológicos y climáticos extremos, más frecuentes y más intensos, son algunas de sus manifestaciones. En las próximas décadas, los efectos del calentamiento global afectarán aún más a la seguridad alimentaria, al impactar en la disponibilidad y acceso a alimentos, así como en la estabilidad de las reservas de comida y en la volatilidad de los precios. Por eso, los sistemas alimentarios tienen un gran desafío de adaptación: ser capaces de seguir produciendo lo suficiente para una humanidad que continúa aumentando en un contexto de temperaturas extremas.
Si se quiere contribuir al desafío de mantener la temperatura global por debajo del umbral de 2 °C, los sistemas alimentarios deberían reducir en un 60% sus emisiones antes de 2050.
En su informe de 2014, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático advertía que el rendimiento de los cultivos puede estar ya en disminución y que para el año 2050 pueden haberse generalizado reducciones de entre el 10% y el 25%, o incluso más. Se estima que las capturas de las principales especies de peces se reducirán en un 40%. La agricultura y la alimentación están entre los sectores que se ven más afectados por el impacto del cambio climático y que tendrán que hacer un mayor esfuerzo de adaptación. Paradójicamente, los países en desarrollo, que, en general, han contribuido muy poco a generar el problema, son los que sufren en mayor medida las consecuencias y tienen una mayor presión de adaptación.
Pero, al mismo tiempo, la agricultura y los sistemas alimentarios tienen una gran responsabilidad en el agravamiento del calentamiento global y, por tanto, tienen también un gran desafío de mitigación; es decir, de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que provienen de ellos.
Los expertos señalan que si queremos que el calentamiento global no sobrepase el umbral de 2 °C en la temperatura media a nivel mundial respecto a la temperatura preindustrial —a partir del cual se prevén consecuencias muy negativas—, se deberían ir reduciendo las emisiones de GEI en más del 50% antes de 2050. Esto supone un enorme esfuerzo de revertir la tendencia creciente, ya que si no actuamos y seguimos la progresión de las últimas décadas, se estima que en 30 años tendríamos casi el doble de las emisiones de efecto invernadero que los niveles de 2010, es decir, cuatro veces más que el umbral de seguridad mencionado.
La agricultura y la alimentación están entre los sectores que se ven más afectados por el impacto del cambio climático y que tendrán que hacer un mayor esfuerzo de adaptación
Pues bien, en 2021, un grupo de investigadores liderado por Francesco Tubiello, estadístico superior y especialista en cambio climático de la FAO, publicó un revelador estudio procesando datos del período 1990 a 2018. En él calculó que solo en 2018 las emisiones de gases de afecto invernadero de los sistemas alimentarios ocuparon un tercio del total de emisiones a nivel global.
Si se quiere contribuir al desafío de mantener la temperatura global por debajo del umbral de 2 °C, los sistemas alimentarios deberían reducir en un 60% sus emisiones antes de 2050. Esto puede hacerse: se han identificado medidas, tanto desde la producción como desde el consumo. Por un lado, sistemas de producción agropecuaria bajos en carbono; por otro, dietas más saludables y sostenibles, y reducción del desperdicio alimentario. El objetivo es disminuir significativamente las emisiones de GEI de los sistemas alimentarios. Pero se requieren acciones decididas.
Aunque haya trascendido poco a la opinión pública, los debates sobre la agricultura en el seno de Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) comenzaron en 2011 y se cristalizaron en la denominada Labor conjunta de Koronivia sobre la agricultura (KJWA, por sus siglas en inglés) y posteriormente, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP) 23, celebrada en noviembre de 2017. Esta es una decisión que reconoce oficialmente la importancia de los sectores agrícolas en la adaptación al cambio climático y en la mitigación de sus efectos. Mediante ella, los países acordaron trabajar juntos en garantizar que el desarrollo agrario conlleve el aumento de la seguridad alimentaria en un contexto de calentamiento global, por un lado, y la reducción de las emisiones, por otro.
La agricultura y los sistemas agroalimentarios fueron un tema omnipresente en la COP26, celebrada en Glasgow hace un año, como parte importante de la solución a la crisis climática. En la conferencia se lograron avances significativos en la búsqueda de soluciones para reducir el impacto ambiental del sector agrícola. Las conclusiones de la conferencia reconocieron, además, que el cambio climático, la agricultura y la seguridad alimentaria deben abordarse de manera holística. Sin embargo, no se adoptó ninguna decisión al respecto. Los gobiernos acordaron continuar trabajando en el sector alimentario con miras a adoptar una decisión a futuro.
Para ello, se debería incorporar dentro del debate aspectos de mitigación –abordar cómo vamos a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero asociados a los sistemas alimentarios–, y también de adaptación, para discernir cómo seguir produciendo comida en un contexto de cambio climático y qué apoyos se deberían dar a los países más afectados.
El tiempo se nos va agotando y ninguno de estos aspectos deben quedarse fuera de las negociaciones, sobre todos los relacionados con la mitigación. Veremos si los Estados Parte en la CMNUCC son suficientemente valientes para abordar este tema, que resulta clave.
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