La acogida de Europa a los refugiados ucranios no tiene que ser excepcional, puede ser la norma
El trato diferenciado que reciben quienes huyen de la guerra de Ucrania con respecto a otros alimenta la discriminación, pero también es una oportunidad perdida para mejorar las condiciones del sistema de asilo de la UE
Desde que comenzó la invasión rusa de Ucrania en febrero de este año, Europa ha reaccionado con empatía y a toda velocidad a las necesidades de los nuevos refugiados. Los ciudadanos abrieron sus casas a las familias ucranias, y la UE les ofrece una extraordinaria gama de beneficios, desde el acceso inmediato a permisos de residencia y trabajo hasta la educación.
Esto parece natural, pero en realidad es un cambio drástico. Desde hace años, las fronteras europeas han sido securizadas para maximizar la capacidad de impedir que entren solicitantes de asilo de países como Siria y Afganistán. Han sido aislados por largos periodos en centros de acogida y en campamentos. No hay vías rápidas de acceso a la educación, al empleo o a integrarse fácilmente en la sociedad.
“Sabemos que los ucranios son muy trabajadores, ¿sabes? Son como nosotros, se integran fácilmente”. Así me responde una mujer en una ciudad del sur de Alemania cuando le pregunto por qué ella y sus amigos sienten mucha más simpatía por los nuevos refugiados. Muchos de ellos son progresistas, involucrados en apoyar a refugiados sirios desde hace años. No es un secreto que estamos dando a los ucranios derechos diferentes que a otros. Hay quienes se indignan por ello, pero la mayoría no.
No es un secreto que estamos dando a los ucranianos derechos diferentes que a otros
Europa va camino de crear un sistema de clases para los refugiados. Los ucranios tienen acceso a toda una serie de derechos adicionales que en muchos casos se desarrollaron ad hoc pensando en sus necesidades. Por supuesto, los demás (refugiados de color o musulmanes) pueden pedir asilo. Pero es mucho más difícil para ellos conseguirlo, y reciben mucho menos apoyo, aunque tengan que adaptarse a una cultura diferente.
Esto no solo es cruel con ellos, que necesitan igualmente protección. Establecer ese sistema de clases es peligrosamente contraproducente teniendo en cuenta lo que necesitaremos para hacer frente a la migración en las próximas décadas. Los políticos prefieren evitar el tema por miedo a la reacción de los votantes, pero los conflictos y el cambio climático obligarán a millones de personas a huir. Según las estimaciones del Banco Mundial, 216 millones de personas podrían verse desplazadas de aquí a 2050 solo por los efectos del cambio climático. Esto equivale a la población de Francia, Alemania y Reino Unido juntos. Los países industrializados son responsables del 79% de las emisiones históricas de dióxido de carbono, según el laboratorio de ideas Center for Global Development. Su contribución al aumento de la intensidad y frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, la subida del nivel del mar y la amenaza a la seguridad alimentaria y los medios de subsistencia es demasiado grande como para ignorarla.
Unos 216 millones de personas podrían verse desplazadas de aquí a 2050 solo por los efectos del cambio climático, según el Banco Mundial. Esto equivale a la población de Francia, Alemania y Reino Unido juntos
No contribuir a brindar soluciones a esos refugiados y migrantes sería profundamente injusto. Pero si queremos ofrecerles un nuevo hogar en nuestros países en el futuro, tenemos que estar preparados. No solo para los refugiados que sentimos intuitivamente cercanos, como los ucranios, sino para los de cualquier país y entorno cultural.
Las décadas pasadas dan ejemplos de lo que ocurre cuando mantenemos a los migrantes al margen. Fragmenta la sociedad, deja que crezcan otras paralelas, arraiga la discriminación en la vida cotidiana, desde las escuelas hasta los lugares de trabajo, y alimenta los movimientos extremistas. Los migrantes turcos que llegaron a Alemania como trabajadores en los años setenta se enfrentaron al racismo, a dificultades para acceder a empleos y la educación, y se les culpó de no esforzarse lo suficiente por integrarse y aprender el idioma. Muchos permanecieron al margen, sin llegar a sentirse bienvenidos. Muchos menos llegaron a ascender en la escala socioeconómica.
Nuestras acciones actuales dicen a los afganos y sirios que son menos deseables, que merecen menos nuestro apoyo, que son menos dignos de nuestra confianza. Mientras damos a los ucranios el beneficio de la duda, transmitimos a los otros países que no merecen lo mismo. Esta es una receta para el fracaso a largo plazo. Por nuestro propio bien, tenemos que facilitar que todos los solicitantes de asilo se integren en nuestra sociedad tanto como los ucranios.
Mientras damos a los ucranianos el beneficio de la duda, transmitimos a los otros países que no merecen lo mismo
La situación se puede revertir. Los gobiernos deberían aprovechar el actual impulso político y emocional como motor para el cambio. Los partidos políticos y la población están excepcionalmente alineados en apoyo de los refugiados ucranios. Los legisladores pueden adaptar nuestro sistema de asilo e integración para que la inclusión de los solicitantes de asilo sea mucho más fácil y efectiva, independientemente de su país de origen, color de piel o religión.
En los últimos meses hemos visto el poder de facilitar el acceso al mercado laboral en lugar de dejar que los solicitantes de asilo esperen en centros aislados durante largos periodos. Hemos visto el impacto de desburocratizar la inscripción de los estudiantes en escuelas y universidades. Y hemos vivido la paciencia que surge de la empatía con las personas que luchan por aprender un idioma complejo como el alemán o el francés. Todo esto no tiene que ser excepcional, puede ser la norma.
Europa se encuentra en un punto de inflexión. Puede seguir deslizándose hacia un injusto sistema de dos clases que perjudica sus propios intereses o aprovechar el impulso para ser más inclusiva con todos los desplazados.
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