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Redes de solidaridad, cocinas comunitarias y farmacias gratis que salvan vidas en la guerra de Sudán

Las iniciativas de ayuda mutua nacidas durante los meses más oscuros del conflicto resultaron cruciales durante el sitio de Jartum y algunas de ellas perviven

Cuando la capital de Sudán cayó en manos de la guerra civil en abril de 2023, cinco millones de residentes se enfrentaron a una elección imposible: abandonar todo o encontrar formas de sobrevivir en una ciudad sitiada y bombardeada.

Las calles que antes bullían de tráfico se convirtieron en cementerios de vehículos quemados. Los mercados que habían alimentado a generaciones quedaron vacíos, sus vendedores huyeron. La red eléctrica colapsó bajo los bombardeos, los hospitales cerraron y los servicios gubernamentales desaparecieron por completo.

La guerra que comenzó el 15 de abril de 2023 enfrentó al ejército de Sudán (SAF) contra las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), una milicia paramilitar. Las RSF controlaron gran parte de Jartum desde julio de 2023 hasta mayo de 2025, cuando el ejército comenzó a recuperar territorios. Durante este vacío, las comunidades comenzaron a llenar los huecos con sus propias soluciones.

En Kalaklat, un distrito que alberga a 700.000 personas en 20 barrios del sur de Jartum, el colapso de la atención sanitaria formal obligó a los residentes a adoptar nuevas formas de cooperación. Allí, la familia Al Wasila, que había construido una cadena de farmacias en toda la capital desde que emigró del norte de Sudán a finales de la década de 1970, tomó una decisión que salvaría vidas: convirtió su almacén de medicamentos en una farmacia de barrio, poniendo en común los recursos familiares para servir a su comunidad.

A medida que las Fuerzas de Apoyo Rápido reforzaban su control sobre la zona a partir de julio de 2023, el sector sanitario se derrumbó por completo. La mayoría de las clínicas dejaron de funcionar, las farmacias vaciaron sus estanterías y los medicamentos esenciales desaparecieron del mercado.

En ese momento, los Al Wasila, todos ellos graduados en facultades de farmacia sudanesas, comprendieron la obligación moral de su oficio. “A mi padre no le importaba tanto la forma de obtener los medicamentos como el hecho de conseguirlos y distribuirlos entre la gente”, explica Basmat Al Wasila, hija del doctor Ahmed al Wasila, que dirigía la operación.

El compromiso de la familia iba más allá del comercio. Instalaron paneles solares con su propio dinero para alimentar las unidades de refrigeración de los medicamentos sensibles a la temperatura y pusieron en marcha una estación de bombeo de agua que abastecía a los barrios cercanos. Pero su acto más radical fue económico: proporcionaban regularmente medicamentos gratuitos a quienes no podían pagarlos.

Las transacciones revelaron una de las crueles paradojas de la guerra. “Mi padre compraba medicamentos, a veces a precios exorbitantes, a personas pertenecientes a las Fuerzas de Apoyo Rápido, que los robaban de los almacenes y fábricas de medicamentos situados en el corazón de la capital, Jartum”, continúa Basmat.

“A veces también se las compraba a ciudadanos que también las robaban con la ayuda de miembros de las Fuerzas de Apoyo Rápido. Era la única forma de conseguir medicamentos, y sufrimos mucha violencia, saqueos y robos por parte de estas fuerzas que nos vendían medicamentos por la mañana y venían por la noche a robárnoslos a punta de pistola”, recuerda.

Su almacén convertido en farmacia se convirtió en un salvavidas para pacientes como Hawida Bayen, que padece diabetes e hipertensión. “En los primeros meses de la guerra, con el agotamiento de los medicamentos en todas las farmacias y su cierre, mi hijo buscó durante tres días mi medicina para la diabetes y no la encontró”, recuerda Bayen. Después de que un vecino le hablara de los Al Wasila, envió a su hijo al doctor Ahmed.

“No tenía dinero... Me dieron la medicina inmediatamente y, desde ese día hasta la liberación de la zona del control de las Fuerzas de Apoyo Rápido por parte del ejército, la farmacia me proporcionó mis medicamentos sin cobrarme ni un solo centavo”.

La operación tuvo sin embargo un enorme coste personal. El 17 de julio de 2024, el doctor Ahmed al Wasila fue secuestrado por fuerzas desconocidas, liberado dos días después y huyó inmediatamente a Egipto. “Sin embargo, nuestra familia siguió prestando servicios a los ciudadanos”, añade Basmat al Wasila.

Solidaridad servida a diario

La dura realidad de la ausencia de los componentes de la vida cotidiana no era solo un hecho, sino un sentimiento general que acompañaba a la gente: ausencia de seguridad, falta de electricidad, ausencia de servicios, cierre de mercados y desaparición de bienes de consumo, panaderías eléctricas que antes funcionaban con electricidad y luego pasaron a funcionar con leña, e incluso ausencia de esperanza.

En este vacío surgió la forma más visible de resiliencia comunitaria: las Takaya (plural de Takiya) o cocinas comunitarias, que surgieron en los barrios de Jartum. Estas instituciones benéficas representaban quizás la expresión más pura de la solidaridad en tiempos de guerra, con voluntarios que cocinaban para los vecinos, financiados por quienes se habían quedado o apoyaban los esfuerzos desde el extranjero.

Al Takiya no es una asociación registrada ni una organización benéfica oficial. Se trata más bien de una iniciativa comunitaria, normalmente en torno a una mezquita, escuelas de enseñanza coránica, grupos sofistas, clubes deportivos o incluso grupos privados de jóvenes del barrio que recaudan dinero de particulares y, a veces, lo comparten para comprar alimentos para cocinar. El dinero recaudado se utiliza para comprar alimentos baratos pero muy nutritivos, como legumbres, lentejas, habas y, en casos extremos, carne.

En colaboración con voluntarios del barrio, organizaciones internacionales como Médicos Sin Fronteras y la Organización Internacional de Socorro, y benefactores de la diáspora, estas cocinas proporcionaban dos comidas diarias a base de legumbres a familias de toda la capital.

La Takiya preserva “la dignidad de la familia”: no se hacen fotos si no se desea y no hay campamentos: un miembro de la familia acude al lugar para recoger comida para toda la familia, normalmente el hombre, y se marcha sin que se registre ni se anote su nombre ni el de su familia.

Majdi Mohammed Saleh, de 38 años, jefe de los comités de resistencia locales en Jabal Awliya, fundó varias Takiyas a medida que se agravaba la crisis humanitaria. Los comités de resistencia se formaron en la década de los noventa, pero cobraron mucha relevancia durante las movilizaciones sociales de 2018 y 2019 que forzaron la caída del exdictador Omar Al Bashir. Son grupos descentralizados e informales de civiles que se apoyan mutuamente para distribuir ayuda humanitaria en todo el país. Su nombre ha evolucionado a ERRS (unidades de respuesta de emergencia, por sus siglas en inglés).

“Desde los primeros meses de la guerra, a medida que la situación humanitaria iba de mal en peor, mi prioridad como jefe de los comités de resistencia era garantizar alimentos y agua potable a los ciudadanos bajo mi responsabilidad”, explica Saleh.

Redes nacidas de la necesidad

Cuando el ejército sudanés comenzó a recuperar el sur de Jartum en abril de 2025, la zona sufrió “un corte total de electricidad durante casi un mes”. Pero para entonces, los residentes ya habían creado sistemas alternativos. Lo que había comenzado como medidas de emergencia —familias que ponían en común recursos para comprar paneles solares, vecinos que compartían bombas de agua, comunidades que organizaban la distribución de alimentos— se había convertido en redes de ayuda mutua que funcionaban independientemente de la autoridad oficial.

Hoy en día, aunque el ejército ha recuperado el control de las tres ciudades de Jartum, Jartum, Bahri y Omdurman, estos sistemas creados por la comunidad persisten. Los ataques sistemáticos de las RSF contra la infraestructura eléctrica con drones han provocado el colapso de la red nacional, lo que ha dado lugar a cortes graves y casi permanentes en la mayoría de los barrios de la capital.

Pero los residentes ya no esperan soluciones del Gobierno. Las iniciativas oficiales promueven ahora la adopción de la energía solar en hogares, centros de salud, mezquitas e instituciones de todo Jartum, basándose en los cimientos de la cooperación comunitaria establecidos durante los meses más oscuros.

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