A bordo del buque senegalés que rescata migrantes que tratan de alcanzar Canarias: “Estamos encontrando muchos menos barcos de migrantes que el año pasado”
Unos 600.000 senegaleses viven de la pesca y llevan años quejándose de que su modo de vida es insostenible debido a la sobrepesca. Emigrar es una de las pocas alternativas a su alcance
“Es cuestión de contar”, dice el comandante Jules Marie Ndour, mientras observa a través de los prismáticos. En el horizonte azul oscuro acaba de aparecer una embarcación de madera de colores vivos. “Cinco hombres”, concluye Ndour. Son pescadores. “Los barcos de migrantes suelen ir abarrotados con cientos de personas”. En la sala de control del nuevo buque patrullero Cayor, tres marineros con mono azul oscuro examinan la gran pantalla del radar tratando de ver los puntos. El barco pone rumbo hacia el siguiente punto verde.
Localizar, interceptar y devolver a los migrantes a Senegal: esa es una de las tareas principales del Cayor, uno de los tres buques patrulleros que refuerzan la armada senegalesa desde el año pasado. En las inmensas aguas atlánticas que rodean el barco, numerosos migrantes intentan cruzar desde África Occidental hasta las Islas Canarias.
El año pasado llegó a las Islas Canarias el mayor número de migrantes de la historia; España registró una cifra récord de 46.843 llegadas. El viaje es peligroso: según la organización española Caminando Fronteras, más de 10.000 personas murieron en el mar ese mismo año. Es frecuente que las embarcaciones acaben a la deriva y que las personas que van a bordo mueran de hambre y sed. Y, cada vez más, esos pasajeros son menores de edad.
Los marineros del Cayor saben mejor que nadie lo letal que es la “ruta migratoria occidental”. “Nos encontramos muchas veces con barcos llenos de migrantes sin vida”, dice Ndour en voz baja. “A veces, todo el mundo a bordo está muerto”. El comandante se incorpora y pone cara seria. “Interceptar a los migrantes que van camino de Europa es una misión de rescate humanitario”, afirma.
Nos encontramos muchas veces con barcos llenos de migrantes sin vidaJules Marie Ndour, comandante del 'Cayor'
El 19 de agosto, el Cayor interceptó a 133 migrantes. Según las autoridades senegalesas, el hecho de que la marina consiga localizar cada vez a más embarcaciones de este tipo se debe a la colaboración con otros gobiernos. Por ejemplo, el servicio de guardacostas de la Guardia Civil española intercambia información con la marina senegalesa. Otros datos provienen de Mauritania, que el año pasado intensificó su campaña contra la migración irregular.
La UE está recompensando esos esfuerzos de los mauritanos. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, presentó en febrero del año pasado un “paquete de ayudas” de 210 millones de euros para frenar la migración. Las organizaciones de derechos humanos critican el trato que Mauritania da a las personas que quieren emigrar: un informe de Human Rights Watch afirma que, en dicho país, los migrantes son víctimas de extorsión, abusos y torturas.
España y Senegal firmaron, en 2021, dos acuerdos con Senegal para controlar los movimientos migratorios que incluyen intercambio de información, asistencia a personas migrantes, establecimiento de vías seguras de migración y coordinación de fondos que, además, podrían incluir financiación de la Unión Europea. En 2024, Senegal recibió 30 millones de euros de un fondo de ayuda europeo para combatir la migración. El comandante Ndour dice que no sabe cuánto contribuyen esos millones de euros a financiar su misión. “Pero sí sé que esta estrategia conjunta está funcionando”, asegura, en referencia a la estrecha cooperación y el intercambio de información. “Estamos encontrando muchos menos barcos de migrantes que el año pasado”.
Entre enero y septiembre de este año, llegaron a las Islas Canarias 12.878 migrantes, una reducción del 58% respecto al mismo periodo del año pasado, según datos del Ministerio del Interior español. Las autoridades españolas atribuyen esta disminución a las medidas antimigratorias adoptadas por los países de África Occidental.
A unos 50 kilómetros de distancia, en la playa de la aldea pesquera de Thiaroye sur Mer, hay varios pescadores sentados bajo un toldo de lona, sobre un montón de redes de color verde brillante. El pescador Atuman Samb, un hombre corpulento de barba recortada, que lleva una camiseta blanca de baloncesto, se apoya aburrido contra su piragua de colores. Es exactamente el tipo de embarcación tradicional que utilizan los migrantes para intentar la peligrosa travesía hacia las Islas Canarias. Samb la ha emprendido tres veces; las dos primeras, el barco tuvo que dar media vuelta por una avería y por el mal tiempo. “Y el año pasado, la marina nos detuvo”, dice con un suspiro.
Cerca de Saint-Louis, Samb y el resto del centenar largo de pasajeros que iba con él recibieron la orden de subir a bordo del buque de la armada, que los devolvió a Dakar. Según cuenta, a todos ellos les permitieron marcharse después de interrogarlos, pero el capitán quedó detenido. “Nos pusimos furiosos”, recuerda. Todos habían pagado 350.000 francos (alrededor de 500 euros). Aprieta los dientes. “No estábamos en dificultades; somos pescadores y sabíamos exactamente a lo que nos arriesgábamos”, protesta. “¿Quiénes son ellos para detenernos? El Gobierno nos está quitando la oportunidad de tener una vida mejor”.
El presidente Diomaye Faye, que tomó posesión el año pasado, ganó las elecciones por sus promesas de mejorar la vida de los jóvenes del país, incluidos los numerosísimos pescadores. Aproximadamente 600.000 senegaleses —alrededor de la quinta parte de la población activa— viven directa o indirectamente de la pesca y llevan años quejándose de que las aguas de Senegal se están agotando debido a la sobrepesca.
Después de las críticas por parte de la UE, entre otros, Faye ordenó a la marina interceptar a los barcos pesqueros ilegales que faenaban frente a las costas de Senegal. El presidente senegalés está tratando de acabar con la “crisis pesquera” y también ha prometido firmar acuerdos pesqueros más estrictos con las potencias y las empresas extranjeras.
¿Quiénes son ellos para detenernos? El Gobierno nos está quitando la oportunidad de tener una vida mejorAtuman Samb, pescador
Según el comandante Ndour, esta nueva estrategia contra la pesca ilegal está dando frutos. Hoy, el Cayor no ha avistado ninguna embarcación de migrantes, pero sí un pesquero sospechoso. Es un buque de pesca industrial que quizá está faenando sin permiso en la parte senegalesa del océano Atlántico.
Ndour envía al pesquero sospechoso a tres marineros y dos hombres armados y enmascarados de los comandos del ejército senegalés en una lancha neumática. Varios suben a bordo del enorme barco por una escalera destartalada de cuerda y madera, en medio del olor a pescado. Una vez en el puente, los comandos y el marinero comprueban la documentación. Ordenan a los pescadores que recojan la larga red de arrastre para asegurarse de que no están usando redes de malla fina, que son ilegales.
En el horizonte marino, el Cayor da vueltas alrededor del barco pesquero como un tiburón. Los papeles del barco parecen estar en regla y la red de pesca también.
“Las embarcaciones ilegales suelen pescar con redes de malla fina, que capturan todo lo que nada en el mar o se arrastra por el fondo”, explica el comandante cuando vuelve la lancha y mientras la izan a bordo. “Incluidos peces pequeños e inmaduros”.
En vez de devolver los peces pequeños al mar, los pescadores ilegales los venden a unas fábricas chinas que producen harina de pescado para alimentar a cerdos y peces de piscifactoría en Senegal. “Es un desastre para las reservas pesqueras del país”, sostiene Ndour. Los estudios llevados a cabo muestran asimismo que la disminución de las reservas pesqueras es un factor determinante para la migración. “Si los pescadores ya no capturan suficiente pescado”, añade Ndour, “se embarcan para ir a España”.
En la playa del pueblo pesquero de Thiaroye-sur-Mer, unas cuantas cabras y una vaca mordisquean entre las piraguas los plásticos arrastrados por el mar. Los pescadores hablan con Moustapha Diouf, un hombre altísimo de 56 años que viste un polo blanco y negro. Diouf, que dirige la Asociación de Jóvenes Rapatriados de Senegal (Ajrap), recorre a diario el pueblo para intentar convencer a los jóvenes de que no se vayan a Europa y construyan su futuro en Senegal.
Diouf cree que detener a los migrantes en el mar es apenas “tratar los síntomas”. “¿Qué cree que pasará cuando se agote el dinero europeo?”, pregunta con una mueca de disgusto. “Exacto. Entonces, la marina interrumpirá las patrullas y todos los chicos que están todavía aquí se apresurarán a marcharse”.
Los pescadores sentados alrededor de Diouf asienten con la cabeza. “Vemos pasar los barcos grises de la marina casi todos los días”, dice el pescador Samb.
Según Diouf, de los millones de euros procedentes de Europa no llega nada llega a las comunidades. “Tenemos que crear puestos de trabajo y conseguir que cambie la mentalidad de los senegaleses”, insiste. Los pescadores muestran en el móvil fotos tomadas por amigos y familiares en España y Francia y publicadas en las redes sociales. “Esas fotos de las que presumen son todas falsas”, exclama Diouf. “Posan con coches aparcados en la calle”.
Samb se encoge de hombros y mira fijamente al mar. “Aun así, siguen ganando más que nosotros”, dice con un bufido. “La única forma de mantener a la familia es enviar dinero desde Europa”.
Diouf se despide de los hombres y regresa a casa desmoralizado. Dice que oye constantemente el mismo lema: “Barsa wala Barsakh”, que significa en wolof “Barcelona o la muerte”. “Prefieren morir en el mar”, continúa, “antes que esperar aquí a encontrar trabajo”.
Junto a una habitación polvorienta de su casa, que sirve como sede de la fundación de Diouf, sus hijos están sentados con aire aburrido en un sofá de cuero sintético de color beige, jugando al fútbol por turnos en el teléfono. “Ellos son la razón por la que me dedico a esto”, explica. “Quiero evitar a toda costa que se vayan”. Los chicos no levantan la vista ni miran a su alrededor.
En cuanto el padre se mete en el despacho, los hijos dicen que ellos también quieren irse a Europa. “Yo trabajo aquí como pescador”, dice Ousseynou, el hijo mayor de Diouf, de 20 años. “Pero no capturamos casi nada”. Mientras tanto, sus amigos envían dinero a sus familias, que lo usan para construirse casas en el pueblo. Le pasa el teléfono a su hermano Pape, de 15 años. “Cuando nos vayamos, no avisaremos a mi padre”, dice Ousseynou en tono despreocupado. “Un día ya no estaremos. Entonces se dará cuenta de que también nos hemos marchado”.