“Vivimos humillaciones e injusticias que nunca imaginé, ni en mis peores pesadillas”: la vida al límite de la población gazatí
Desplazamiento, muerte, hambre, miedo, impotencia. Varias familias palestinas narran cómo ha sido su vida desde el inicio de la ofensiva israelí, en los que hubieran preferido por momentos estar muertos
“No se sorprendan si las personas de Gaza les repiten que la muerte es una salvación”, asegura, sentado en la arena bajo el incesante sol de mediodía, Hamada Abu Hassan, mientras vuelve sus ojos vacíos de vida hacia las voces de sus hijos, Salama, de 18 años, y Anas, de 15, y les da instrucciones sobre cómo cavar en una duna del sur de la Franja.
Ciego tras sufrir un ataque israelí en noviembre de 2023, este médico palestino quiere preparar el terreno antes del anochecer para colocar una tienda de campaña y también excavar una letrina rudimentaria. Los chicos hacen una pausa para comprar pequeñas bolsas de agua potable a un vendedor que pasa. Están exhaustos no solo por el trabajo físico del día, sino por el peso de meses de desplazamientos, por las noches en vela debido a los bombardeos y por la huida final de Ciudad de Gaza.
“¿Es este el destino de un médico? ¿Buscar entre las dunas de arena un lugar para hacer mis necesidades, en lugar de trabajar con los pacientes?”, se pregunta Abu Hassan, con la voz quebrada y sin poder retener las lágrimas. Su hijo mayor lo abraza. “Mis hijos, para quienes preví una vida hermosa, están ahora cavando en la arena, cargando agua o recogiendo leña. Esto es el infierno en la tierra”, agrega.
Más de 66.000 palestinos han perdido la vida violentamente en Gaza desde el 7 de octubre de 2023, de los cuales más de 18.000 eran menores. Ese día, Hamás perpetró unos atentados en Israel en los que fueron asesinadas unas 1.250 personas y 250 se convirtieron en rehenes del movimiento islamista, que gobierna de facto en Gaza. Unos 48 siguen en la Franja, aunque más de mitad habría fallecido.
Desde hace dos años, los bombardeos sobre Gaza son incesantes. La Franja está devastada y prácticamente toda su población, más de dos millones de personas, ha tenido que desplazarse en algún momento, la mayoría varias veces.
Abu Hassan tiene 53 años, estudió en Rusia y después trabajó en el Ministerio de Salud palestino en Gaza. Cuando los israelíes comenzaron a bombardear la Franja, él y su familia permanecieron en el edificio en el que vivía, en Ciudad de Gaza. Una noche, el ejército atacó el edificio vecino y este médico perdió a su padre y quedó ciego. Pasó tres días en cuidados intensivos y sobrevivió, pero su vida pasó a ser otra totalmente diferente. Desde entonces, se ha visto obligado a desplazarse más de 15 veces, cinco de ellas dentro de Ciudad de Gaza.
Cuando su casa quedó destruida, la familia fue a una guardería abandonada en Deir al Balah, en el centro, pero el propietario del lugar les pidió que se fueran. Después, se dirigieron a un campo de desplazados al noreste de Jan Yunis, pero estaba demasiado lleno y terminaron durmiendo a la intemperie. “Durante cinco días, dormimos en la calle. Vivimos humillaciones e injusticias que nunca imaginé, ni siquiera en mis peores pesadillas”, cuenta.
La familia regresó al norte de Gaza a finales de enero de 2025, aprovechando la tregua en vigor, y vivió, entre otros, en las ruinas de su apartamento. Finalmente, hace diez días, tuvieron que huir nuevamente, un desplazamiento “de un dolor sin precedentes”.
El médico explica que ni él ni su familia se han podido duchar desde hace dos semanas y viven rodeados de mucha gente, en un espacio totalmente abierto y sin intimidad.
“Trato de ser fuerte para que mi familia no se derrumbe, pero es muy difícil fingir cuando estás tan indefenso”, dice este médico. “¿Puede cualquier padre soportar esta realidad y escuchar llorar todos los días a su esposa e hijos? ”, agrega.
Durante cinco días, dormimos en la calle. Vivimos humillaciones e injusticias que nunca imaginé, ni siquiera en mis peores pesadillasHamada Abu Hassan, médico gazatí
“Ser ejecutados” diariamente
Según la ONU, el 82% de los 365 kilómetros cuadrados de superficie de la Franja son zonas militarizadas o son áreas sobre las que pesa una orden de desplazamiento israelí. Aunque haya personas que no se hayan marchado de estas zonas, cientos de miles de personas viven hacinadas en el 18% restante, principalmente en el área de Al Mawasi, una estrecha franja en la orilla del mar sin servicios básicos que está abarrotada de tiendas de campaña.
Al Mawasi “simplemente no puede absorber la cantidad de personas que se están mudando”, recalcó en estos días António Guterres, secretario general de la ONU, estimando de unas 400.000 personas han huido de Ciudad de Gaza hacia esta zona, en la que ya había unas 800.000 personas, según los cálculos de las autoridades locales, en una superficie de unos 10 o 12 kilómetros cuadrados.
En otra parte de Al Mawasi, la familia de Mohammed Shamout, 12 personas en total, intentan hacerse sitio en una tienda de campaña hecha jirones. Este fotógrafo de 54 años, cuyo estudio fue destruido en la guerra, huyó de los intensos bombardeos en AlQarara, al este de Jan Yunis, hace cinco meses, aunque ya había tenido que desplazarse anteriormente.
Shamout viste una túnica raída y sucia, ha perdido mucho peso, se siente débil y su rostro demacrado habla por sí solo del sufrimiento de estos meses. El hombre dice, melancólico, que antes de la guerra sus amigos y parientes elogiaban su pulcritud y su elegancia. Eso quedó atrás y hoy parece un hombre mucho más mayor que su edad.
“Vivíamos en una casa de dos pisos, con un jardín con palmeras, olivos, naranjos... Ahora vivo en una tienda de campaña y echo de menos cada dátil que daba a mis vecinos y familiares antes de la guerra”, suspira.
Sus hijos, Alaa, de 27 años, e Ibrahim, de 24, ambos con estudios universitarios, intentan consolar a su padre mientras sus tres hijas sollozan a poca distancia. Los jóvenes recuerdan que otros han tenido peor suerte, ya que ellos, al menos, tienen una tienda de campaña en un lugar relativamente a salvo de los bombardeos. Pero su padre estalla: “No tenemos casa, ni tierra, ni nuestro comercio. ¡Hemos perdido todo!“.
El hombre recuerda cómo tuvieron que huir de las bombas, llevándose consigo poco más que la ropa que llevaban puesta. La familia no tiene ningún tipo de ingreso, ya que ninguno de sus miembros trabaja. Es “como ser ejecutados diariamente”, resume. “¿Hay algo más duro que este tormento? ¿Dejar tu casa a la fuerza y verla después totalmente destruida?”, se pregunta.
Mientras habla, su esposa Haneen, de 45 años, se esfuerza en enseñar al menor de la casa, Karim, de ocho años, las letras y números. Hace dos años que el chico no pisa una escuela, como todos los menores de Gaza, que en el mejor de los casos pueden acudir a tiendas de campaña o a espacios improvisados en refugios donde profesores voluntarios o de la ONU les enseñan nociones básicas.
Todos mis hijos están dispersos en campos de desplazados, enfrentándose a condiciones de vida que ningún ser humano en el mundo puede soportar, pero no tenemos alternativaHuwaida Omran, desplazada palestina
“Esta es nuestra realidad. No nos queda más remedio que lidiar con ella, porque si no nos mata un bombardeo, nos va a matar la frustración y la impotencia”, dice Haneen. “Todos mis hijos han recibido una educación y Karim también la merece”, agrega la mujer.
Llega el invierno
Huwaida Omran, de 63 años, madre de 11 hijos y abuela de una treintena de nietos y nietas, toma asiento frente a una pila de utensilios domésticos que intenta lavar con un poco de agua. En total, 32 personas viven en tres tiendas de campaña en Al Mawasi tras huir de Jan Yunis. Los nietos se reúnen a su alrededor, tratando de ayudarla a limpiar los platos y cubiertos y ponerlos a secar al sol.
“Mi esposo murió hace un año. Estaba enfermo y no encontró tratamiento. Todos mis hijos están dispersos en campos de desplazados, enfrentándose a condiciones de vida que ningún ser humano en el mundo puede soportar, pero no tenemos alternativa”, dice.
La familia apenas tiene agua potable y se pueden permitir comprar muy pocas cosas para comer. A veces reciben alimentos de una cocina comunitaria, sobre todo arroz, lentejas y pasta.
“Vivimos directamente en la arena, en tiendas de campaña que están hechas trizas. Se acerca el invierno y no tenemos ropa de abrigo, ni tampoco mantas ni colchones, porque huimos hace cinco meses y no esperábamos que íbamos a seguir así en octubre”, lamenta. “Nuestras casas están destruidas y nadie puede llegar hasta sus ruinas para intentar salvar algunas pertenencias, porque están en un área controlada por el ejército israelí”, explica.
La familia sueña con encontrar una pastilla de jabón con la que lavarse las manos o detergente para platos y la ropa. “Esta vida está más cerca de la muerte”, afirma la mujer. “No hemos comido fruta, carne o verduras desde hace muchos meses. Pero hace dos o tres meses era todavía peor y podíamos pasar hasta tres días sin ingerir alimentos”, agrega.
La patria solo puede ser reconstruida por sus hijos. ¿Quién le devolverá a la vida si emigramos?Samy Omran, padre gazatí
La ONU concluyó en agosto que la hambruna, “totalmente provocada por el hombre”, castigaba ya a 500.000 personas en Ciudad de Gaza y que las mismas “condiciones catastróficas” se expandirían al sur, a Deir al Balah y Jan Yunis, a fines de septiembre, si nada cambiaba. No se han publicado cifras oficiales posteriores para saber si esas predicciones se han cumplido
Samy, yerno de Omran, que tiene seis hijos de entre seis y 22 años, recuerda los pequeños llegaron a desmayarse por el hambre hace un par de meses. “Eran días en los que deseábamos haber sido bombardeados y haber muerto en nuestros hogares”, reconoce. “Pero no puedes rendirte o tus hijos morirán, así que haces de todo, pides dinero prestado, vendes todo lo que tienes para poder comer algo”, agrega.
Ahora, las condiciones han mejorado un poco y hay más comida disponible, aunque los mercados siguen siendo inaccesibles para familias como la suya, debido a los altos precios. Pese a todas las penurias, el hombre no imagina una vida fuera de Gaza, aunque por ahora todas las puertas de salida de la Franja estén cerradas a cal y canto. “Me quiero quedar. ¿Quién devolverá la vida a nuestra patria si todos emigramos?”.