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Matar a Gaza de sed: la falta de agua obliga a la población debilitada a caminar kilómetros y a sortear peleas en colas interminables

La destrucción de pozos y otras infraestructuras y la falta de combustible para las desaladoras condenan al 96% de los hogares a inseguridad hídrica

Jamal Abu Amer se tambalea bajo el peso de dos contenedores de agua atados a su bicicleta, pedaleando lentamente por los concurridos caminos de Deir al Balah, en el sur de Gaza. El niño de 11 años ha esperado dos horas en la cola de la mayor estación desalinizadora de Gaza. Ahora, que ha conseguido abastecerse, debe recorrer el kilómetro que le separa de la tienda de su familia, de ocho personas, sin derramar ni una gota, porque cada litro cuenta.

Jamal agita las manos en señal de triunfo cuando ve a otros niños por el camino y levanta el pulgar para celebrar lo que hoy en día se considera un éxito en Gaza: conseguir agua en menos de dos horas, sin que se produzcan peleas en la cola. Hace un mes, “las colas eran la mitad de largas”, dice Jamal a cualquiera que quiera escucharle.

En los campos de desplazados de Al Mawasi y Deir al Balah, donde la escasez de combustible ha paralizado las plantas desalinizadoras y los daños de la guerra han dejado las tuberías en ruinas, la victoria de Amer tiene mucho peso.

Según la ONU, todas las personas en el mundo tienen derecho a acceder a una cantidad de agua suficiente ―entre 50 y 100 litros por persona y por día― para uso doméstico y personal. En situaciones de emergencia, el mínimo de agua potable por persona debería ser de 7,5 litros.

Pero en Gaza, incluso esto parece imposible. La mayor parte de la infraestructura de abastecimiento y saneamiento ha sido dañada o destruida durante la campaña militar de Israel, dejando al 96% de los hogares en riesgo de inseguridad hídrica, según datos de la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados de Palestina. En julio, un grupo de expertos de la ONU advirtió de que la restricción deliberada del agua potable por parte de Israel constituye una grave violación del derecho internacional y podría equivaler a un crimen contra la humanidad. “Israel está utilizando la sed como arma para matar a los palestinos”, aseguraron en un comunicado.

Paso toda la noche pensando en cómo reducir el tiempo de espera y evitar peleas durante el llenado de agua
Jamal Abu Amer, niño gazatí

La situación ha empeorado desde principios de septiembre, cuando cientos de miles de palestinos que huían del norte de Gaza inundaron el sur. Esta última ola de desplazamientos se produce tras las órdenes de evacuación israelíes previas a una operación terrestre para ocupar la ciudad de Gaza. Esto ha provocado que se duplique la población en lugares donde los sistemas de abastecimiento ya estaban colapsados.

Antes del amanecer, Amer ya está planeando su estrategia. “Paso toda la noche pensando en cómo reducir el tiempo de espera y evitar peleas durante el llenado”, explica. “Así que decido levantarme temprano e ir a la estación para reservar un lugar incluso antes de que empiecen a bombear agua. Coloco mis recipientes en fila hasta que comienzan a operar”.

El punto de distribución de agua cerca de Deir al Balah se ha convertido en el centro de la vida cotidiana de miles de personas. Al amanecer, se han formado tres colas distintas, con residentes que llevan bidones de varios tamaños, carros tirados por caballos que transportan barriles de 500 a 1.000 litros y camiones con tanques con capacidad para 20.000 litros. Todos esperan el mismo recurso que distribuyen gratuitamente el ayuntamiento y las organizaciones humanitarias.

La capacidad de la estación no ha aumentado, pero la demanda se ha disparado. Las familias que han huido de Ciudad de Gaza en las últimas semanas se suman a las que han sido desplazadas de Rafah y Jan Yunis desde el inicio del conflicto, lo que ha provocado lo que los trabajadores humanitarios describen como una congestión sin precedentes en todos los puntos de abastecimiento de agua.

“Solíamos esperar una hora, rara vez más, para llenar los bidones en la estación”, dice Khaled al Tarshan, de 42 años, que ha pasado más de dos horas haciendo cola con su carro tirado por caballos. “Ahora esperamos dos horas o más”.

Al Tarshan llena dos barriles: un contenedor de 500 litros para su familia y sus parientes que acampan juntos en Al Mawasi, y un barril de 1.000 litros que vende por 30 dólares para comprar pienso para su caballo, su única fuente de ingresos. El viaje de tres kilómetros de vuelta al campamento se ha vuelto cada vez más difícil, ya que las nuevas familias desplazadas instalan tiendas de campaña a lo largo de las carreteras, lo que estrecha los pasos ya congestionados de gente y vehículos.

Testigos presenciales describen escenas viscerales en los puntos de distribución. Cuando un camión que transporta cuatro tanques de 5.000 litros llega a un nuevo campamento de desplazados en Al Mawasi, cientos de personas se abalanzan con contenedores de todos los tamaños y formas imaginables. Todo se transforma rápidamente en lo que los lugareños llaman un tousha: discusiones verbales que se intensifican hasta convertirse en enfrentamientos físicos antes de que otros residentes desplazados intervengan.

“Soy licenciado universitario, estoy desempleado y no tengo fuentes de ingresos”, dice Asaad Abdel Daem, de 28 años, mientras sostiene dos recipientes de 10 litros tras haberlos llenado con éxito. “Si no consigo llenar mis bidones, mi familia pasará sed, porque la zona donde estamos desplazados es remota y no puedo permitirme comprar agua”.

Abdel Daem huyó de Beit Hanoun, en el extremo norte de Gaza, hace tres meses, pasó un tiempo en Ciudad de Gaza y llegó a Al Mawasi hace solo una semana con su esposa embarazada, sus padres y sus dos hermanos. Desde su llegada, han esperado tres horas o más a los camiones cisterna, que llegan de forma irregular, si es que llegan.

La crisis se debe a múltiples fallos en cadena que han desbordado el ya frágil sistema de abastecimiento de Gaza. Según Barham al Qarra, director de la oficina de Gaza de la fundación Mercy Worldwide, los desplazados solo recibían entre una cuarta y una tercera parte de sus necesidades de agua incluso antes de la reciente afluencia. Esa fracción se ha reducido aún más ahora.

“Solíamos distribuir 10.000 litros al día, y ahora hemos duplicado la cantidad debido al aumento de la demanda, pero seguimos sin poder satisfacer las peticiones de muchos campamentos que nos piden que les proporcionemos agua potable”, afirma Al Qarra.

Las redes de abastecimiento del lado israelí, ya de por sí limitadas, han sufrido daños debido al avance del ejército por zonas como Jan Yunis. Las plantas desalinizadoras funcionan a la mitad de su capacidad debido a las restricciones en la importación de combustible a través de los pasos fronterizos israelíes. Los pozos propiedad de municipios o particulares han sido destruidos o no pueden funcionar sin electricidad y diésel para los generadores.

Médicos Sin Fronteras (MSF) denunció en agosto que podría aumentar la cantidad de agua potable que distribuye en la Franja, pero que Israel bloqueaba la importación de piezas y repuestos clave para desalinizar y tratar el líquido. “Desde junio de 2024, de cada 10 solicitudes de importación de artículos para la desalinización del agua, MSF solo ha obtenido la aprobación de una”, alertó en un comunicado. Este año, MSF ha dejado de suministrar agua en 137 puntos porque las zonas donde estaban ya no son seguras.

Solíamos distribuir 10.000 litros al día, y ahora hemos duplicado la cantidad debido al aumento de la demanda, pero seguimos sin poder satisfacer las peticiones de muchos campamentos
Barham al Qarra, director de la oficina de Gaza de la fundación Mercy Worldwide

Una nueva línea de agua procedente de Egipto ha cubierto parcialmente las necesidades de los hogares, pero no ha resuelto la escasez. Mientras tanto, la concentración geográfica de personas desplazadas en zonas que carecen de infraestructuras básicas ha creado lo que Al Qarra denomina “un hacinamiento masivo en zonas pequeñas” sin redes adecuadas.

La situación es especialmente grave en las zonas al norte de Al Mawasi, donde no existe ninguna red de agua. Las familias dependen totalmente de lo que los camiones pueden transportar, lo que crea cuellos de botella en la distribución que se agravan a medida que llegan más personas desplazadas.

Las mujeres y los residentes de edad avanzada describen las dificultades particulares que plantea la crisis del agua. Muchos no pueden hacer cola durante horas ni transportar contenedores pesados. Dependen de los niños o de familiares más jóvenes, lo que supone una presión adicional para las familias, ya de por sí tensas y cansadas por el desplazamiento.

Las organizaciones de ayuda y las autoridades locales coinciden en que es urgente ampliar las zonas humanitarias para reducir el hacinamiento, reparar las redes de agua, construir nuevas tuberías hacia las zonas de desplazamiento y aumentar las importaciones de combustible para que las plantas desalinizadoras funcionen a pleno rendimiento.

“Hasta que eso se consiga, la crisis empeorará, la gente pasará sed y no podrá ejercer su derecho natural al agua potable ni doméstica”, advierte Al Qarra. “Esto significa, por un lado, enfermedades derivadas de la deshidratación y, por otro, una limitación de la higiene personal y pública”.

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