Los garífunas de Guatemala luchan por preservar su lengua frente a la migración y el abandono: “Nuestros libros son las canciones”

Solo un 5% de los miembros de esta comunidad habla el idioma original, un gesto que es visto por algunos como un atraso. Lingüistas, profesores y la diáspora intenta preservarlo y pide apoyo al Estado para imprimir libros y crear una academia

Mujeres garífunas bailan el 'Pororó' por las calles durante la Fiesta de la Virgen de Guadalupe, una danza que forma parte de un ritual sincrético en el que las participantes celebran una festividad católica vistiendo, en su mayoría, trajes tradicionales maya Q'eqchi', en Livingston, Guatemala el 11 de diciembre de 2024.Simona Carnino

Es de noche en Livingston, el único pueblo caribeño de Guatemala y corazón de la cultura afroindígena garífuna. De repente, se oyen trompetas y el ritmo hipnótico de los tambores llena el aire. Desde una calle oscura, apenas iluminada por una débil luz pública, aparece un grupo de mujeres que caminan en dos filas. La música crece y de pronto empiezan a girar, desplegando las faldas típicas del pueblo maya ch’orti’. Pero no son mayas. Son garífunas o garinagu, en su idioma. Bailan al compás del pororó, un baile sincrético dedicado al culto de la Virgen de Guadalupe, que mezcla influencias mayas y católicas, mientras se dirigen hacia un salón municipal, donde la fiesta se prolongará hasta la madrugada.

“Esperemos que no haya un apagón”, dice una mujer en la calle, aludiendo a los constantes cortes de electricidad que dejan al pueblo a oscuras casi a diario, reflejo de un abandono histórico por parte de las autoridades nacionales. Habla en garífuna, una lengua originaria Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO que combina lenguas africanas, el idioma arawak y palabras europeas, y que cada vez se escucha menos. Incluso en lugares como Livingston o La Buga, donde residen la mayor parte de los garinagu de Guatemala, un pueblo que, con cerca de 17.000 personas, representa apenas el 0.1% de la población guatemalteca.

“La verdad es que solo un 5% de población garífuna sigue hablando el idioma”, cuenta Rogelio Lino Franzua, escritor y promotor comunitario garífuna. La comunidad garífuna estaría compuesta por unas 300.000 personas, que viven en Honduras, Guatemala, Nicaragua y Belice, más los migrados a Estados Unidos. “La falta de transmisión generacional del idioma es resultado del racismo y de la discriminación histórica que sufrimos hasta los Acuerdos de Paz del 1996″, agrega.

Entre 1960 y 1996, Guatemala vivió un conflicto armado interno marcado por graves violaciones de derechos humanos y violencia descontrolada hacia la población indígena. Hasta la firma de los Acuerdos de Paz y del Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas por parte del Estado, en los cuales se reconoció la identidad y los derechos de los pueblos indígenas, hablar públicamente los idiomas originales era motivo de discriminación y represión. “Sin embargo, quedó la idea racista que hablar un idioma original, ya fuera garífuna maya o xinka, era un ‘atraso’ y una vergüenza. Así es como empezamos a perderlo”, concluye Franzua.

Quedó la idea racista que hablar un idioma original, ya fuera garífuna maya o xinka, era un ‘atraso’ y una vergüenza. Así es como empezamos a perderlo
Rogerio Lino Franzúa, escritor

Miedo a la discriminación

“Yo le hablo solo en garífuna a mi hija de tres años”, cuenta Clarion José García González, un joven de 28 años que impulsa el proyecto de turismo garífuna Dibasei. “En las escuelas no hay bilingüismo y muchos padres prefieren no enseñar el idioma nativo por miedo a que sus hijos enfrenten discriminación. Sin embargo, para mí transmitir el garífuna es resistir frente a un aplanamiento cultural”, explica

En Guatemala, el 60% de su población es indígena, dividida entre 22 pueblos mayas, además del garífuna y los xinkas. Cada pueblo se identifica por su idioma, aunque en gran parte del territorio, así como en Livingston, preservar las lenguas prehispánicas es un reto.

Soraida Aimé Enríquez Bermúdez, de 39 años, muestra un libro de gramática garífuna para niños en Livingston, Guatemala el 12 de diciembre de 2024.Simona Carnino

La batalla para preservar el idioma garífuna —tanto en su forma oral como en su reciente proceso de escritura— es Libio Centino, de 58 años, estudioso de lingüística y fundador en 2010 de la Asociación Nacional de Garinagu Docentes, o mejor dicho, en garífuna, Garinagu Dundei.

Inspirado por la experiencia de la Academia de Lenguas Mayas de Guatemala y de las seis Universidades mayas, Centino busca crear una Academia de idioma garífuna. “Estamos esperando las revisiones por parte de la Academia de Lenguas Mayas”, cuenta Centino. “Después pediremos el reconocimiento formal ante el Congreso”.

Si se aprobara la propuesta, el paso sucesivo será crear una estructura organizativa y desarrollar material didáctico tanto para adultos como para niños. “Hasta ahora, nuestros libros son las canciones”, explica Centino. “La música es el lugar donde se conserva el idioma más antiguo”. De hecho, la paranda y la punta son dos géneros musicales tradicionales donde las palabras trasmiten poderosos mensajes sobre la identidad garífuna. “Una vez que se olvide nuestro idioma, nosotros también habremos desaparecido, y eso no lo podemos permitir”, concluye Centino.

Una vez que se olvide nuestro idioma, nosotros también habremos desaparecido, y eso no lo podemos permitir
Libio Centino, lingüista

Mientras la idea de Academia se concreta, varias iniciativas intentan preservar y expandir el idioma garífuna. Soraida Aimé Enríquez Bermúdez, de 39 años, maestra de primaria, abre gratuitamente cada sábado las puertas de su casa para enseñar garífuna a niños de entre cuatro y 12 años. Comienza desde cero, silabeando palabras sencillas como Wadimalu, que significa Guatemala en garífuna.

“Es mi lucha personal para rescatar el idioma”, explica Enríquez, Su esposo emigró a España hace años y, de un día para otro, se encontró criando prácticamente sola a sus hijas, Briana, de 8 años, y Britaney, de 11. Esta profesora se apoya en libros ilustrados, impresos gracias al apoyo económico de migrantes garífunas en Estados Unidos. “Es su forma de arraigo a su cultura original, aunque ya hablan principalmente inglés. Algunos de ellos toman clases en línea para seguir practicando el idioma”, agrega.

Perder el idioma porque la gente se va

“Mi palabra preferida en garífuna es Ondarúnei, que significa unión”, comenta Clarion José García González. “Sin embargo, la migración es un factor de disgregación cultural. Estamos perdiendo el idioma, también porque la gente se ha ido”.

Caminando por las calles de Livingston es evidente: la mayoría de las típicas casas de madera caribeñas están abandonadas. Las ventanas y puertas están selladas y la grama crece alta en los jardines. Son las casas de los garífunas que emigraron a Estados Unidos, construidas con remesas, pero que nunca regresaron para vivir en ellas, dejándolas deshabitadas.

“No hemos perdido tanto a las personas, sino a las tierras, que han sido ocupadas por otros pueblos que migraron aquí”, comenta Juan Carlos Sánchez Álvarez, de 58 años, reconocido ounaguilei (guía espiritual) por la comunidad garífuna de Livingston y de Estados Unidos, a la que ofrece asesoría online. “Siempre hay fases de retorno. Estoy seguro de que habrá quienes, como yo, se dedicarán a custodiar nuestra cultura y nuestro idioma. Es imposible que el pueblo garífuna desaparezca”, concluye, antes de interrumpir su frase para contestar a una llamada desde Estados Unidos y comenzar una consulta espiritual telefónica.

En Centroamérica, las remesas enviadas por los migrantes, principalmente desde Estados Unidos, han experimentado un crecimiento porcentual en 2024, manteniéndose como una de las mayores fuentes del PIB. “La migración tiene un impacto positivo en nuestro pueblo”, explica Libio Centino. “Sin embargo, existe el riesgo de que la cultura americana, que traen quienes regresan, sustituya a la nuestra”, matiza.

Un problema que esa noche, mientras la gente baila el pororó en Livingston, parece muy lejano. En el salón municipal, un grupo enorme de mujeres, eufóricas por las cervezas y la danza, se abrazan entre risas, felices y despreocupadas. De repente, la luz se apaga. Los músicos dejan de tocar y la gente abandona el lugar bajo una lluvia a cántaros. “Otro apagón. Todos los días es así”, protesta en garífuna una mujer, mientras la fiesta se disuelve, en silencio.

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