La violencia de género en la adolescencia, un problema global que se ceba en los países en desarrollo
Una de cada cuatro jóvenes de 15 a 19 años han sufrido alguna agresión física o sexual por su pareja, según la OMS. El problema se agrava en países en los que hay abandono escolar temprano, matrimonio infantil o un entorno de guerra
Adama lo recuerda todo muy bien. Cuando tenía 16 años, veía cómo sus amigas, de su misma edad, sufrían graves palizas a manos de sus maridos. Adama es de Gambia, y en zonas rurales de este país de África occidental es común que las adolescentes contraigan matrimonio con hombres que llegan a triplicarles la edad. “No pueden escapar de los golpes porque, de hacerlo, las familias las repudiarían”, asume Adama en una llamada con EL PAÍS. Sus casos son una muestra más de la violencia que sufren a manos de sus parejas adolescentes en todo el mundo, aunque son los países en vías de desarrollo los que tienen mayor incidencia, según un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Claudia García-Moreno, exencargada de violencia contra la mujer de la OMS y coautora del análisis, lo explica: el índice de actos violentos contra las adolescentes se eleva cuando las niñas abandonan la escuela a una edad temprana, viven en países en guerra o tienen que lidiar con políticas de desigualdad, como el matrimonio infantil o no tener derechos de propiedad, situaciones más frecuentes en los países de ingresos bajos y medio-bajos. “Las agresiones también son el resultado de la violencia que de pequeños ven en casa. Ellos suelen convertirse en agresores y ellas en víctimas”, añade, en una entrevista por videollamada.
Los datos son alarmantes: se estima que a nivel global, alrededor de 19 millones de jóvenes de entre 15 y 19 años que han tenido una relación —el 24% del total— han sufrido algún tipo de violencia física o sexual de su pareja antes de cumplir 20 años, según el estudio Violencia de pareja contra niñas adolescentes: estimaciones regionales y nacionales de prevalencia y factores asociados a nivel de país, publicado recientemente. Casi una de cada seis (el 16%) la padeció en el año anterior, según el informe, que analiza la información de 161 países entre 2000 y 2018, extraída de la base de datos global de la OMS sobre prevalencia de la violencia contra las mujeres, y los examina junto con factores sociales, económicos o políticos de cada país, como el nivel educativo, los ingresos, el porcentaje de mujeres en cargos políticos, los derechos de propiedad de las mujeres o si existen leyes que castiguen la violación dentro del matrimonio.
Solían pegar a mis amigas cuando se negaban a mantener relaciones sexuales. Recuerdo a una chica que perdió un ojo tras una palizaAdama, peluquera procedente de Gambia
Las zonas con las tasas más altas son Oceanía (sin contar Australia y Nueva Zelanda), con un 47%, África subsahariana central, con un 40%, y oriental, con un 31%. Mientras, las más bajas se dan en Europa central (10%) y Asia central (11%). África occidental, de donde proviene Adama, tiene una prevalencia del 21%, inferior a la media mundial. “Aunque Gambia tenga una prevalencia baja, sabemos que los datos siempre son una subestimación, por múltiples razones, y cualquier prevalencia es inaceptable”, explica García-Moreno. “En realidad, las estadísticas son aproximaciones a la situación que esconden muchas variaciones: por región, culturales, la calidad de los datos... Pero los impactos en la vida de las mujeres y las niñas son muy semejantes”, añade. El propio estudio afirma que el análisis se basa en los datos existentes de las encuestas sobre violencia contra las mujeres y en los factores contextuales, “con las limitaciones que ello conlleva”, incluida la dependencia de que las propias afectadas informen de su situación.
Actualmente, Adama tiene 31 años, es peluquera y vive desde hace dos en el sur de Francia con su pareja y sus dos hijos, de siete años y nueve meses. Ha accedido a hablar con la condición de no revelar ni su nombre real, ni su ciudad de residencia. Hasta los 24 años, vivió con sus tíos en una comunidad rural de Gambia. Pero desde los 19, tuvo que soportar presiones porque sus familiares querían casarla con un hombre adinerado de 60 años y ella se negó. No quería sufrir malos tratos como el resto de sus amigas. “Muchas no pueden resistirse. Se ven presionadas por las familias y sin dinero no pueden huir”, comenta Adama. Ella peleó para no casarse. “Como siempre rechazaba al señor que iba a aportar dinero a la casa, terminaron echándome”. Con la ayuda de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), abandonó el país en 2017 y se asentó en Valencia durante cinco años.
Adama presenciaba a diario bofetadas y empujones hacia las adolescentes de su pueblo. “Solía pasar cuando ellas se negaban a mantener relaciones sexuales. Recuerdo a una chica que perdió un ojo tras una paliza”, lamenta. Según cuenta, ni siquiera se sentían protegidas por las autoridades: “La policía jamás se metía en medio, decían que eso era problema de la familia”.
Mutilación genital y falta de recursos
García-Moreno también alude a las normas sociales de género de algunos países, que pueden reflejarse en prácticas como la mutilación genital femenina. Adama la sufrió cuando tenía nueve años. Aún se acuerda del grito que dio en el momento en que le cortaron el clítoris. “Tenía mucho miedo, pero todas las niñas de mi edad estaban mutiladas y yo no iba a ser la excepción”, afirma. Aclara que es una imposición de los padres hacia sus hijas. “Nuestra sociedad nos lava tanto el cerebro que las propias niñas no quieren jugar contigo si no estás mutilada y, por supuesto, de adolescente olvídate de tener novio porque ningún chico te va a querer”, admite.
En opinión de García-Moreno, la actitud de los varones sobre que una mujer no es pura si no está mutilada se consolida muy pronto, cuando tienen entre 12 y 14 años. “Para evitar episodios violentos en la adolescencia, es vital educar y promover, desde los 10 años, las relaciones equitativas basadas en el consentimiento y el respeto mutuo, no en la imposición de poder”, considera.
La falta de recursos económicos de las mujeres es otro de los motivos que favorece a los agresores. “En algunas comunidades de Kenia, por ejemplo, ellas no pueden heredar tras enviudar; de esta manera las chicas se ven obligadas a aguantar la violencia para que la familia de su marido las siga manteniendo al morir él”, afirma la experta.
Para atajar el problema, la OMS centra sus esfuerzos en trabajar conjuntamente con los ministerios de salud de estas regiones africanas. “Formamos a los trabajadores para que estén capacitados a la hora de identificar casos de violencia y den respuestas de apoyo, no juzgando a las víctimas”, matiza. Esta organización y otras ONG median también a través de protocolos sanitarios. “Hay muchos programas de prevención de enfermedades de transmisión sexual (ETS) como el VIH, e intentamos salvar a jóvenes maltratadas que acuden” a ellos, explica García-Moreno.
La herida se cura, la cicatriz se mantiene
Vivir violencia dentro de una relación de pareja en la adolescencia produce impactos sustanciales y a largo plazo en la salud mental y reproductiva de las mujeres, así como en otros aspectos como la educación, el empleo y futuras relaciones, según el informe. “Se crea una vulnerabilidad que queda de por vida”, señala en llamada telefónica Irina Núñez de Arenas Box, psicóloga experta en violencia de género de la organización española Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres.
Adama hace memoria y reconoce que, aunque ella se libró de tener un marido maltratador, ver a sus amigas con la cara amoratada y encogidas de dolor la convirtió en una adolescente miedosa, inocente y vulnerable. “Con terapia se cura la herida, pero queda la cicatriz. Nuestro objetivo es que se sientan seguras de tener otra relación, se quiten la culpa y vuelvan a valorarse”, menciona la psicóloga. Adama, al borde de emocionarse, reitera que es una mujer nueva y feliz, sobre todo desde que le reconstruyeron el clítoris. Pero sobre estas experiencias traumáticas vividas en la adolescencia, dice: “Aún me sigo recuperando”.
El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 53 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.