Los congoleños en primera línea de la epidemia de mpox: “Temo que el país se vea desbordado”

La República Democrática del Congo, azotada por una grave crisis humanitaria, décadas de guerra y unos sistemas de salud muy precarios, es el epicentro de la emergencia sanitaria

Una mujer en el campo de desplazados de Bulengo, en Goma (República Democrática del Congo), mostraba posibles síntomas de viruela del mono el 15 de agosto.Moses Sawasawa (AP)
Prosper Heri Ngorora Raquel Seco
Goma (República Democrática del Congo / Nairobi (Kenia) -

En los abarrotados pasillos del Hospital Provincial de Goma, al este de la República Democrática del Congo (RDC), una enfermera de rostro cansado, cubierto con mascarilla, sostiene a un recién nacido envuelto en una manta. La piel del bebé muestra un sarpullido, síntoma de viruela del mono o mpox —como se ha rebautizado la enfermedad para evitar estigmas—. Este país centroafricano es el epicentro de la emergencia sanitaria declarada el miércoles por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Fuera, Glody Amani, una mujer que vive en Goma, expresa su preocupación. “Nuestro sistema sanitario aún está por desarrollar y temo que el país se vea desbordado”, cuenta a este diario. “Todos tenemos miedo de lo que está por llegar”. También preocupado está Amani Sadiki, otro residente en Goma. “Con una situación sanitaria y de seguridad tan frágil, hay un riesgo significativo de que la mpox se propague rápidamente. Las autoridades deben tratar esta enfermedad con urgencia, está en juego nuestra supervivencia”.

En lo que va de año, África suma 15.000 casos de mpox y 479 muertes, la mayoría en RDC, aunque es probable que las cifras reales sean muy superiores, dado que no hay apenas capacidad de rastrear contagios. Los científicos alertan de que el país centroafricano registra un aumento preocupante de los casos —muchos entre niños— en un contexto de crisis humanitaria y una guerra que arrastra desde los años noventa, recrudecida en 2022.

En algunos centros de salud de los alrededores de Goma, el número de pacientes supera en un 4.000% su capacidad, según la ONG Save the Children.

El frágil sistema público de salud congoleño lucha contra la escasez de personal y de suministros médicos. Según las estadísticas de la organización no gubernamental CARE de 2023, más de 8,9 millones de personas (casi una décima parte de la población) no tienen acceso a servicios de salud esenciales y vitales, sobre todo en zonas remotas y asoladas por el conflicto. Los hospitales tienden a estar desbordados con más pacientes de los que pueden atender: en el Hospital Provincial de Goma, médicos y enfermeras ―muy mal equipados, mal pagados y sobrecargados de trabajo― apuran el paso por pasillos atestados. En algunos centros de salud de los alrededores de la ciudad, el número de pacientes supera en un 4.000% su capacidad, alerta la ONG Save the Children.

El país aún lidia con problemas de salud pública como el sarampión (300.000 casos el año pasado y 6.000 muertes, según Médicos sin Fronteras) y con recurrentes brotes de ébola (14 desde el año 1976), el más reciente de los cuales tuvo lugar en abril de 2022. Anita Gloire, una vecina de Goma —la capital de la provincia de Kivu del Norte, fronteriza con el epicentro del brote en Kivu del Sur— todavía lo recuerda. “Tememos que se impongan restricciones [parecidas a las del ébola] si no controlamos la mpox”, afirma esta mujer, que nota cómo en sus círculos el brote es cada vez más tema de conversación.

Trabajadores del Hospital General de Referencia de Nyiragongo (Goma, República Democrática del Congo).Prosper Heri Ngorora

Aparentemente, en las calles de Goma la vida sigue como siempre: los medios de transporte funcionan con normalidad y las autoridades no han impuesto restricciones como el uso obligatorio de mascarillas o los toques de queda nocturnos. Pero hay señales de que no estamos en tiempos totalmente normales: en un autobús abarrotado, cinco mujeres conversan entre ellas, con voces teñidas de preocupación, de la propagación de la mpox y de la posibilidad de que se reintroduzcan las restricciones de circulación que se aplicaron en la pandemia de covid-19.

En los campos de desplazados parece haber más sensación de urgencia. La RDC vive una de las crisis de desplazamiento interno más importantes del continente, con 6,9 millones de personas que se han visto obligadas a dejar sus casas, sobre todo debido al conflicto en la zona este. A Natalia Torrent, jefa de misión de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Goma, le preocupa especialmente la propagación exponencial de la enfermedad en estos asentamientos con pésimas condiciones higiénicas. Los tres campos de desplazados internos que rodean Goma están superpoblados, y aproximadamente 354.000 niños viven en tiendas de campaña muy llenas. “Estamos planificando programas de divulgación e implementando una vigilancia rigurosa para identificar casos sospechosos”, detalla Torrent por teléfono. Un entorno insalubre y el acceso inadecuado a agua limpia, atención sanitaria y nutrición hacen, además, mucho más vulnerables a los niños y eso crea una situación peligrosa, corrobora Greg Ramm, director de Save the Children en la RDC.

Los expertos africanos insisten en la urgencia de que los países del Norte muestren “solidaridad” con el Sur Global, enviando recursos para la detección y rastreo de los contagios y proporcionando vacunas para no repetir la situación de la covid, en la que los países ricos acapararon dosis. El precio a pagar si no se hace, advierten, puede ser una expansión más global del virus, y subrayan que los casos que ha registrado África en lo que va de año triplican los que había en 2022 cuando la OMS declaró otra emergencia sanitaria mundial por viruela del mono —en aquel momento, España y Estados Unidos eran el epicentro del brote—. “Los países occidentales ya no están seguros. Esto ya no es un problema para nosotros, sino para el mundo”, sentenciaba el jueves Jean Kaseya, director general de los Centros Africanos para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) —la máxima autoridad sanitaria del continente—, en una entrevista telefónica con este diario. La Unión Europea evaluó como “bajo” el riesgo de contagio en el continente el viernes.

Hay quien mira con más calma que otros la situación actual. Rachel Maguru, médico del hospital provincial de Kivu Norte, señala con voz firme en una entrevista telefónica que su equipo aborda cada caso “sin presiones indebidas”, basándose en su experiencia con epidemias anteriores como el ébola y el coronavirus. La doctora afirma que su hospital ha tratado con éxito a 10 pacientes, la mayoría de los cuales buscaron atención médica solo después de desarrollar síntomas cutáneos visibles —la mayoría de los tratamientos contra la mpox van encaminados a mitigar los síntomas—. Maguru explica que tratan a los pacientes bajándoles la fiebre y consultan con dermatólogos los problemas cutáneos. Una vez que su estado mejora, se les da el alta. Y reconoce que su temor principal es que las personas con síntomas eviten buscar atención médica por miedo al estigma, ya que esto podría llevar a una mayor propagación del virus. En centros como el Hospital General de Referencia de Nyiragongo —uno de los centros de tratamiento de los pacientes con viruela del mono—, los pacientes reciben apoyo psicológico de un equipo de terapeutas para mitigar los sentimientos de marginación dentro de la comunidad, explica el médico Zaïre Adili.

Los virus analizados en la RDC pertenecen a un clado (variante) diferente al que provocó la alerta internacional de 2022, finalizada en mayo de 2023, y los expertos apuntan a que puede ser más letal que el anterior. En África fallecen alrededor del 3% de los que dan positivo, aunque es difícil tener estimaciones fiables por ahora. El primer clado se transmitía principalmente en relaciones sexuales, y todavía no están del todo claros los mecanismos de transmisión específicos de la nueva variante, pero parece tener más facilidad de contagio y provocar casos más graves. Además, las infecciones parecen estar concentrándose en niños: un 70% de los positivos son de menores de 15 años, y un 39%, de menores de cinco años, que registran un 62% de las muertes.

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