Trabajo y paz: el sueño del creciente número de migrantes haitianos en los mercados de Ciudad de México
Más de 44.000 refugiados de este país caribeño pidieron asilo en México en 2023. Muchos de ellos acaban trabajando en la industria de la alimentación y en los grandes abastos de la capital
“¡Órale, vamos por la siguiente!”, anima Ralph Sunday, un vigoroso joven haitiano de 18 años, a sus compañeros. Son las siete de la mañana y el frío matinal de la Ciudad de México no se mitiga con la tímida salida del sol invernal. Desde las cinco, este migrante caribeño y sus tres colegas mexicanos trabajan en la carga y descarga de remolques que transportan frutas y verduras desde todos los rincones del país hasta el mercado de alimentos más grande del mundo, la Central de Abasto de la Ciudad de México.
Inaugurada en 1982 y localizada al extremo oriente de la urbe norteamericana, en La Central, como es conocida comúnmente, se almacenan una cantidad aproximada de 122.000 toneladas de productos frescos, maíz, jitomate, ajonjolí, frijol, pavo, cerdo, camarón, piña, tejocote, chile, jícama, tamarindo, mango o chicozapote que sirven para alimentar diariamente a los cerca de 22 millones de habitantes del Valle del Anáhuac y que dan trabajo a más de 70.000 personas. Entre ellos, a un número cada vez más notorio de haitianos.
“Esto nunca antes lo habíamos visto, y eso que yo llevo aquí chambeando (trabajando) toda la vida”, afirma Eduardo Gómez, comerciante de 84 años, que ha pasado más de 60 dedicado a la compraventa, al mayoreo y menudeo de alimentos. Hace referencia a la evidente presencia de docenas de migrantes y solicitantes de asilo de origen haitiano, hombres y mujeres, que trabajan como carretilleros y cargadores, pero también como despachadores y dependientes en las numerosas bodegas y en los interminables pasillos de la Central de Abasto. Pero no solo ahí, sino también en otros mercados sobre ruedas, tianguis y centros de distribución de alimentos de la ciudad.
“Barro y trapeo, ayudo a mantener limpio el local, asisto en la refrigeración, almacenamiento y empaquetado de la carne y, a veces, ayudo también a atender a los clientes”, explica France Nore sobre sus responsabilidades en el puesto de venta de carnes y embutidos que Mario Zamora regenta desde hace 50 años en el mercado Juárez. El inmigrante de 34 años, proveniente de la localidad haitiana de Les Cayes, al sur de la nación insular caribeña, llegó a Tapachula, en el Estado mexicano de Chiapas, hace tres meses, y se trasladó a la capital hace dos. Antes, vivió un periplo de varias semanas que implicó el pago de 3.800 dólares (más de 3.500 euros) a polleros, coyotes, grupos del crimen organizado, policías y oficiales migratorios; un avión de Puerto Príncipe a Managua, Nicaragua; y un recorrido en autobús y a pie, a través de Honduras, El Salvador y Guatemala, hasta la frontera con México.
Entre enero y diciembre de 2023, México recibió 140.982 peticiones de asilo de nacionales de una veintena de países, de acuerdo con estadísticas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), la entidad a cargo de procesar las solicitudes de asilo y refugio. Haití fue el número con mayor concentración de solicitudes: 44.239. Expertos en movilidad humana, migración y refugio coinciden en señalar que las condiciones económicas, sociales, políticas y climáticas que atañen a la nación caribeña, una crónica debilidad institucional como resultado de continuadas crisis políticas, incremento en la violencia y la inseguridad, elevado desempleo, una economía deficiente y alta vulnerabilidad ante desastres naturales, hacen de la emigración haitiana un fenómeno difícil de erradicar.
“No hay trabajo, no tenemos presidente ni tenemos paz, qué más podemos hacer que no sea salir de ahí”, resume Edith Ossias, de 35 años, sobre las razones por las que dejó su natal Cap-Haitien para afincarse en la Ciudad de México. Aquí trabaja media jornada en la cocina económica de doña Chole, al interior del cavernoso mercado de La Merced, un armatoste de hormigón empotrado en la ciudad, declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1987. El mismo mercado al que, a finales del siglo XIX y principios del XX, llegaron miles de migrantes españoles, judíos y libaneses a trabajar y buscarse la vida, como hoy lo hacen haitianos y, en menor medida, cubanos y venezolanos.
Situado en la colonia del mismo nombre, en el cruce de icónicas avenidas como el Paseo de la Reforma, Chapultepec e Insurgentes, el mercado Juárez atiende tanto a mexicanos de clase media que viven en sus inmediaciones como a nómadas digitales provenientes de Estados Unidos o Canadá afincados desde la pandemia en los cercanos, costosos y afamados barrios de la Roma y la Condesa. En sus pasillos y puestos, entre piñatas, queso Oaxaca, tortillas de maíz hechas a mano, moles, pulque y mezcal, una decena de haitianos cuentan, en español mexicano y en francés criollo, historias que tristemente se parecen.
“Mi sueño es ahorrar lo suficiente para poder ejercer mi profesión de electricista, montar un pequeño negocio, pasar más tiempo aquí, en México, y traer a mi familia”, confiesa Mackinson Joseph, de 28 años, mientras termina su jornada laboral, limpiando y encostalando papas, por la que recibe 25 dólares al día (unos 23 euros) en una de las muchas bodegas que pueblan La Central.
“Los haitianos son muy resilientes”, apunta Andrés Ramírez, coordinador de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. “Pueden acoplarse a la sociedad mexicana, a pesar de provenir de una cultura bastante distinta”.
Mackinson Joseph es una prueba de ello. Entre risas y gestos de complicidad, hace chistes en jerga chilanga junto a sus tres colegas mexicanos, con quienes comparte 12 horas diarias entre lunes y domingo rodeado de costales de patatas. Como ellos, él también llama hogar al otrora Distrito Federal.
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