De Gaza a un albergue de Badajoz: los hispanopalestinos evacuados conviven con el alivio, la tristeza y la incertidumbre
Varias familias que forman parte del grupo de 174 evacuados de la Franja están instaladas provisionalmente en Extremadura y aguardan noticias de las autoridades para poder avanzar en su instalación en España
El viaje desde la ciudad de Gaza hasta el albergue social El Revellín de Badajoz ha sido largo y penoso en todos los sentidos y aún no ha terminado. “Bienvenida a mi nueva casa”. Riad Ali El Aila abre la puerta de una espaciosa habitación con literas en la que vive desde hace casi dos semanas con su esposa, su exesposa y sus tres hijos, de entre 16 y 19 años. Este profesor jubilado de Ciencias Políticas de 71 años es uno de los 60 hispanopalestinos acogidos provisionalmente en la ciudad, tras ser evacuados de la Franja. En total, el Gobierno ha repatriado a 174 personas, entre españoles y sus familiares directos, que estaban atrapadas bajo las bombas israelíes que han matado a más de 15.000 palestinos desde el 7 de octubre. Ese día, milicianos del movimiento islamista Hamás, que gobierna de facto en Gaza, se infiltraron en territorio israelí, terminaron con la vida de 1.200 personas y raptaron a otras 240.
“Estamos a salvo, que es lo principal, después de lo que hemos vivido. Pero nos sentimos en un limbo. No sabemos cuántos días más estaremos en este albergue ni adónde iremos después. Mientras tanto, no podemos empezar nuestra vida aquí”, explica El Aila.
Los días transcurren lentamente en Badajoz. Los niños se entretienen jugando gracias a los voluntarios de Cruz Roja, organización a cargo del albergue, y recuperan poco a poco su despreocupada alegría; los jóvenes viven pegados al móvil y a las noticias de Gaza y quieren respuestas sobre la vida que los espera en España, y los mayores intentan transmitirles una seguridad que no tienen porque ellos también están desorientados.
Estamos a salvo, que es lo principal, después de lo que hemos vivido. Pero nos sentimos en un limbo. No sabemos cuántos días más estaremos en este albergue ni adónde iremos después”Riad Ali El Aila, español de Gaza
“Riad y yo vivimos bastante tiempo aquí, conocemos España y sus costumbres, y hemos vuelto a veces de vacaciones, pero nuestros hijos no y eso nos preocupa. No sabemos si aprenderán bien español, si se acostumbrarán a esto, si podrán acabar sus estudios, encontrar un trabajo y tener una vida digna”, explica Salah Awad El Sousi, de 73 años, que residió en España 25 años y ocupa otra habitación de este albergue de Badajoz con su esposa, tres hijos y tres nietos de entre 6 y 11 años.
Estos dos profesores jubilados han vivido ya situaciones similares. En 2008, fueron evacuados durante casi dos meses a España hasta que terminó la guerra y en 2014, pasaron 50 días en Jordania esperando la tregua que les permitió regresar a sus casas. Pero en esta ocasión, el billete es solo de ida, al menos por ahora, y esa premisa lo nubla todo y lo dificulta.
El Aila, que estudió y trabajó en España de 1971 a 1983, sabe que su vivienda en Gaza sigue por ahora en pie, pero la universidad de sus hijos, su barrio y su vida allá están hechas trizas. El Sousi ni siquiera tiene dónde volver porque su casa fue bombardeada por Israel. Las últimas fotografías que le envió un vecino, aprovechando la tregua en vigor, lo desconsuelan. “Mira, mi dormitorio, mi terraza… todo destrozado. Mi hija Rania llora cada día porque quiere regresar y terminar sus estudios universitarios en Gaza. Pero, ¿adónde va a volver?”, exclama este catedrático en Farmacia ya jubilado.
Alivio y desilusión
La pequeña comunidad de españoles evacuada de Gaza fue instalada en este albergue de Badajoz y en otros dos en Asturias y Euskadi. Su gratitud hacia España, especialmente hacia el personal del consulado de Jerusalén y de la embajada en El Cairo, por permitirles sentirse a salvo tiene también un regusto a desilusión. Prefieren no hablar demasiado al respecto y concentrarse en el futuro, pero tampoco ocultan la decepción que sintieron al llegar a Madrid y ser trasladados esa misma noche en autobuses a lugares que ellos aseguran no haber elegido y con los que no tenían ninguna relación sentimental ni familiar. Tuvieron la impresión de que reinaba una gran improvisación, pese a que su evacuación había tardado semanas en concretarse. Citan varios detalles que se lo confirman: un bocadillo de jamón serrano, que según ellos les ofrecieron olvidando que eran musulmanes antes de cambiarlo rápidamente por uno de pavo, y su llegada de madrugada a albergues, como el de Badajoz. Según el relato de estos gazatíes, los responsables de este centro no se habían preparado para recibir un gran grupo de 60 personas.
“No estamos en España de vacaciones, no hemos decidido venir aquí por nuestra cuenta asumiendo los gastos de nuestro desplazamiento. Hemos sido rescatados. Este también es nuestro país y nos preocupa que la gente no entienda eso. Somos españoles, no somos refugiados y solo necesitamos una oportunidad, para poco a poco poder ser parte de esta sociedad”, insiste El Sousi.
“Todos los que hemos venido somos gente con carreras universitarias, tenemos o hemos tenido trabajos importantes. Somos personas que construyen y podemos ser útiles de alguna manera. Incluso nosotros, los jubilados”, agrega El Aila.
Para comenzar su vida en España necesitan tener un domicilio, empadronarse y tramitar la residencia. El Sousi asegura que las autoridades se han comprometido a ayudarlos en este proceso y detalla que los responsables de Cruz Roja les han explicado que serán trasladados a otras provincias para establecerse de manera más estable. Ya les han pedido que elijan dos o tres regiones con las que se sientan más vinculados.
Somos españoles, no somos refugiados y solo necesitamos una oportunidad, para poco a poco poder ser parte de esta sociedad”Salah Awad El Sousi, español de Gaza
Fuentes del Ministerio de Inclusión explicaron a este diario que ante “la situación de vulnerabilidad” de las familias evacuadas de Gaza, esta cartera del Gobierno decidió involucrarse y “ofrecer un recurso habitacional provisional a aquellas familias que no tenían allegados en España o los tenían, pero no podían hacerse cargo de ellos”. ”A estas personas se les ha ofrecido permanecer en alojamientos del ministerio el tiempo necesario hasta que puedan residir con sus familias en España o puedan integrarse y valerse por sí mismas, así como apoyo para su manutención, clases de español y orientación laboral”, detallaron.
“Vamos viendo poco a poco la luz. Nosotros solo queremos una acogida digna y deseamos cuanto antes independizarnos, renacer y empezar este viaje hacia nuestro futuro como familia”, insiste El Sousi, mientras camina con El Aila por el barrio de su albergue. A simple vista, los dos parecen dos jubilados españoles que se han encontrado para dar un paseo después de comer. Solo los delata el supha, una especie de rosario musulmán con cuentas que los guían en la oración, que manosean sin parar.
Los dos salieron de su casa en Gaza prácticamente con lo puesto y con ese maletín que las familias gazatíes preparan en cuanto la situación se complica para salvar lo imprescindible en caso de huida precipitada: diplomas, pasaportes, dinero y alguna fotografía o recuerdo preciado. Han perdido parientes, amigos y sus bienes materiales, han pasado miedo y hambre, pero su serenidad resignada impresiona. Tal vez porque vivir en Gaza es columpiarse permanentemente en la cuerda floja de la vida y porque sienten que, pese a todo, forman parte de un pequeño grupo de privilegiados. Por eso viven pendientes de sus hermanos y el resto de la familia que se quedó en la Franja y “pueden morir en cualquier momento”.
Los voluntarios de Cruz Roja del albergue presienten su tristeza y no hacen demasiadas preguntas, mientras multiplican los gestos de atención. Han entendido que estas familias no pueden compartir habitación con extraños, que las mujeres requieren una intimidad especial y que todos necesitaban ropa de invierno aunque no la pidieran. También han traído juguetes para los niños y han pegado cartelitos en árabe en cada espacio del albergue con los horarios de comida y otras informaciones.
El Aila bromea con uno de ellos por la chaqueta que le han dado. “Los desertores”, se lee bajo un escudo a la altura del pecho. “¿Desertor yo?”, pregunta. “Ya me puedes dar otra o traer unas tijeras”. “No teníamos chaqueta de su talla cuando llegaron. Esta es de una peña de Badajoz”, explica, algo avergonzado, un voluntario. “No podemos ni imaginar lo que han vivido. Hacer que se sientan lo mejor posible en estos primeros días es lo mínimo que podemos hacer por ellos”.
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