Francisco Félix de Souza y las múltiples memorias de la esclavitud
Una historiadora descendiente del traficante brasileño de personas y de una esclava impulsa desde Ouidah, en Benín, un proyecto para tratar de reconciliarse con el pasado de un hombre que se enriqueció con la venta de seres humanos pero contribuyó, al mismo tiempo, al crecimiento de esta ciudad africana
En la ciudad de Ouidah, al sur de la actual Benín, un pequeño país del oeste africano, hay un apellido que todos reconocen con facilidad. Los De Souza siguen siendo una familia importante a nivel social y económico en este pequeño poblado que llegó a convertirse en uno de los puertos de embarcación de esclavos más importante de la conocida como “costa de los esclavos”, ya que de él salieron más de un millón de los 12,5 millones de africanos que se calcula que fueron subyugados. El famoso traficante brasileño de personas del siglo XIX Francisco Félix de Souza, alias Chacha, dejó una fuerte impronta en Ouidah, donde también se le recuerda por los favores y emprendimientos que desarrolló a nivel local, en una historia que evidencia la existencia de múltiples memorias sobre la esclavitud.
De cierta manera, De Souza —entre otros— ocupó el espacio que dejaron vacante los fuertes europeos que empezaron a ser abandonados cuando se comenzó a abolir la trata de esclavos a inicios del siglo XIX. Sin embargo, esta abolición no implicó el cese de la venta de seres humanos, que no solo continuó, sino que llegó a los mismos niveles que durante el auge del siglo XVIII. En esta segunda trata (como se conoce al período en que fue ilegal) personajes como De Souza tuvieron un rol protagónico, algo que sin dudas repercutió en su enriquecimiento personal.
Francisco Félix de Souza se convirtió en una especie de virrey o gobernador de Ouidah, con plenos poderes que le permitieron acumular una considerable riqueza, que llamaba la atención de los comerciantes europeos que arribaban a este puerto. Para dicha época, cerca de la mitad de los barrios de la ciudad, sobre todo en la zona sur, habían sido creados por De Souza y toda la red de mercaderes y traficantes locales lo proveían y dependían de sus negocios.
Fue surgiendo así la comunidad Agouda en la ciudad, término que designaba a los afrobrasileños. A los traficantes se les fueron sumando esclavos liberados que migraron o que fueron deportados desde Brasil, después de que se aboliese la trata en los principales imperios.
Más allá de si fue sobreestimada la posición De Souza, la ciudad es el ejemplo de cómo convergen los discursos de los descendientes de los esclavos y los descendientes de traficantes como De Souza. Durante años, sus vástagos intentaron rehabilitar su imagen destacando su lado más humano, como los gestos que, según decían, tenía con los esclavos locales, como no separar a las familias de cautivos o de salvarlos de ser sacrificados en el reino de Dahomey.
Esta revalorización de un traficante de esclavos puede parecer increíble desde Occidente, pero en África puede comprenderse un poco más, ya que la historia de la trata en muchos casos no es vista como un problema africano, y además las identidades de víctimas y perpetradores son un tanto difusas en estos relatos, con múltiples actores involucrados en el comercio.
Un caso muy gráfico de cuán difusas son las identidades en la actualidad es el de una descendiente directa de Francisco Félix de Souza, Martine de Souza, una historiadora local cuya tatarabuela fue capturada por el reino de Dahomey en su aldea natal y vendida como esclava. Perpetradores por un lado, víctimas por otro. Así se entrecruzan los linajes. Así quedaron marcados estos pueblos para siempre. Con esto conviven, con esto lidian.
La generación de Martine de Souza es la que ha empezado a contar la historia completa de Chacha, a reconocer su participación en el tráfico negrero. Quieren pedir perdón, quieren reconciliarse con los africanos de la diáspora. Les ofrecen un lugar donde volver, donde pueden conocer sus raíces, donde podrán convivir en armonía. “Los que estamos aquí hoy queremos reconciliarnos con los afrodescendientes en las Américas, como seres humanos. También queremos reconciliarnos con nuestros ancestros. Porque nosotros sentimos mucho dolor, pero nuestros ancestros también. Por eso, ¿qué podemos hacer? Juntarnos, rezar, y perdonarnos a nosotros mismos”.
Sanación a través del diálogo y la autocrítica
Junto a su hija, Martine está creando un proyecto de turismo de la memoria en la ciudad, al que llaman “La marcha de la victoria”, donde recorren la conocida como “Ruta de los esclavos” de Ouidah, pero a la inversa, desde la costa hasta la ciudad, para simbolizar el regreso de los africanos a su tierra. Y frente a la casa de la familia De Souza, ubicada junto a donde supuestamente funcionaba el mercado de esclavos, piden perdón y realizan libaciones para venerar a los ancestros que murieron en estos años infames de la humanidad.
La religión vudú, que practica la mayoría en el sur de Benín, tiene un rol central en estas ceremonias. Para los seguidores de este credo los ancestros están entre nosotros, sus espíritus conviven con los nuestros, por eso hay que estar en armonía con ellos. Si ellos no están en paz, nosotros tampoco lo estaremos.
“La historia nos persigue, no podemos escapar de ella. No podemos negar quienes somos. La única manera de liberarnos y ser felices es hablar de esto y ser valientes para enfrentar a los descendientes de aquellos que dejaron el continente entre lágrimas. Tenemos que dar la cara frente a ellos, con valor, abrazarlos, pedirles que nos perdonen, solo así podremos salir adelante. Yo sé que entre nosotros están los espíritus de aquellos que no lo lograron, y esos espíritus están en estas tierras, todavía están sufriendo, no pueden olvidar”, concluye Martine.
La historia del comercio negrero está en el presente de Ouidah y de Benín. Además de estos intentos de la familia De Souza por redimir el rol de su famoso ancestro, el Gobierno de Patrice Talon también está promocionando museos de la memoria sobre la trata transatlántica, algo que Benín ya desarrolla desde hace décadas, como el proyecto Ouidah’92, promocionado por la Unesco. Es una línea clara que comenzó a finales del siglo pasado con la que se busca la sanación a través del diálogo y la autocrítica local, entendiendo que la trata negrera fue un comercio con múltiples actores involucrados.
Al menos en Benín, uno de esos actores está intentando dar vuelta a esa página, la más trágica y dolorosa de todas.
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